viernes, agosto 19, 2022

LOS DOS PRIMEROS CONCIERTOS DEL FESTIVAL ARGERICH

               Martha Argerich vuelve a 81 años al Colón tras varios años de ausencia. Se recuerda esa magnífica etapa con Daniel Barenboim en la que el Festival lo manejaba él. Ahora es ella la que armó 8 funciones (la segunda repetida) desde el viernes 12 hasta el viernes 19 de agosto, trayendo a su ex marido Charles Dutoit y a dos pianistas aquí desconocidos, Sergei Babayan y Dong Hyek Lim. El concierto inicial tuvo un Colón atestado de gente. Ella tocó una obra que se escuchó en sus manos varias veces en Buenos Aires Ciudad: el Concierto para piano y orquesta en Sol mayor, M. 83, de Maurice Ravel.

               El Colón no siempre la albergó: siendo muy joven la puse en la tapa de mi revista Tribuna Musical Nº 4, de agosto 1965; ella tenía 25 años. Comenté su concierto del 19 de junio, donde su amado Schumann fue representado por la Toccata y la Fantasía; luego la Sonata Nº 3 de Prokofiev y terminó con dos obras de Chopìn: la Barcarola y la Sonata Nº 3. Accedió a que le haga una entrevista y en ella mostró claramente su personalidad tan franca y cordial. Algunas frases: "yo no creo en las escuelas; hay que probar un poco de todo". En cuanto a profesores suyos: "Para Gulda las cosas se resolvían dentro de un plano musical práctico; Madeleine Lipatti se situaba dentro de una poética general. Creo que ambas cosas son necesarias". En cuanto a su repertorio: "Tengo un gran entusiasmo por los románticos, que antes me resultaban difíciles. En cambio, no hago Mozart, Debussy o Ravel con la frecuencia de hace unos años". "Siento un amor especial por la música de Prokofiev. Concilia el cantábile con el ritmo percusivo y debe ser ejecutado con brillantez". En cuanto a trabajar con orquesta: "desgraciadamente nunca se tienen los ensayos necesarios para lograr una visión de conjunto sólidamente coordinada". "Creo que nunca se termina de progresar, y que los conceptos interpretativos van cambiando con los años". Y fue exactamente así. La gran lástima es que dejó de dar conciertos para piano solo y a grabar discos de ese tipo; menos mal que algunos han quedado. Lo sorprendente es que, habiéndose dedicados desde entonces a tocar con otra persona (con un pianista o con un violinista o con un cuarteto), se la considere una de las grandes pianistas de toda esta inmensa carrera. Pero hay algo muy importante: "desde 1998 es la Directora Artística del festival Beppu en Japón; en 1999 creó el Concurso Internacional de piano y el Festival Martha Argerich en Buenos Aires" (en el que colaboré) y en junio de 2002 el Progetto Martha Argerich en Lugano". Con razón, cuando fue injustamente maltratada por la Filarmónica por razones gremiales, no vino a Buenos Aires durante muchos años; pero luego, a través de conciertos en otras ciudades, como Rosario, fue acercándose a la Argentina. Y luego, ese Barenboim que fue luego maltratado por el Colón la llevó al CCK, pero antes del mal rato trabajó con ella en el Colón. Hay que agradecer a la actual dirección que reciba este Festival Argerich. Último comentario reminiscente: mi amigo Antonio Pini, que después fue dos veces director artístico del Colón (lo acompañé en la primera vez), estaba en la embajada argentina en Praga y tuvo lugar el Prazske Jaro, un Festival muy atrayente, que entre otras magníficas noches musicales ofreció un concierto dirigido por Dutoit donde Argerich tocó un concierto; Pini los invitó a tomar un café después del concierto y tuvimos una grata charla (ya que yo estaba cubriendo el Festival para mi revista).

               Tras este largo introito, voy al primer concierto de este año. En realidad Argerich tocó varias veces en Buenos Aires el Concierto de Ravel, siempre con excelente resultado, y en general la orquesta acompañó bien. Lamento decirlo pero esta vez (me resulta incomprensible en un especialista raveliano como Charles Dutoit: su completo "Dafnis y Cloe" con la Orquesta de Montreal es de calidad antológica) me resultó floja la intervención de la orquesta con frecuentes fallas y un sonido intermitente particularmente mediocre en el primer movimiento. Ella tocó admirablemente, sin embargo, en el estilo que se le conoce, salvo que algunos fragmentos en los que Ravel apacigua la brillante y difícil música fueron tocados demasiado pp. El segundo movimiento, lento, en el que durante un largo rato el piano toca solo, fue expresado con gran belleza, y luego la orquesta, sobre todo el corno inglés, mejoró. Y el deslumbrante tercer movimiento, lleno de jazzísticos detalles, fue pasable en la orquesta y perfecto en las manos de Argerich.

                Por supuesto hubo un enorme aplauso y ella dio una pieza fuera de programa pero tocada a 4 manos: "Laideronnette, Impératrice des pagodes" ("Feíta, Emperatriz de las pagodas"), Nº 3 de la Suite "Ma Mère l´Oye" ("Mi Madre la Oca"); la obra completa es bastante más larga. La música es más bien rápida y levemente china; el tempo de Argerich fue muy rápido, demasiado; pero lo interesante es quién tocó el piano en la zona grave, y resultó que se trata de su nieto de 13 años, David Chen, curiosamente vestido con la camiseta de la Selección Argentina de futbol…Pero Chen es hijo de Lyda Chen-Argerich, la hija mayor de Martha, que es violista, y del pianista Vladimir Sverdlov-Ashkenazy. El niño ganó concursos de piano y estuvo en festivales de Martha; estudia en Ginebra. Su abuelo Chen es de origen chino.  Y bien, el niño tocó satisfactoriamente y supo combinarse con su abuela.

               Con la Sinfonía Fantástica de Berlioz se reivindicaron tanto Dutoit como la Orquesta. Es bien sabido que esta muy difícil sinfonía es extraordinaria; un punto álgido del progreso orquestal y fundamental para cualquier orquesta sinfónica del mundo. Dutoit tiene ahora 85 años pero se maneja como si tuviera 60, clarísimo en sus indicaciones y experto en el estilo. Fue en suma una versión memorable, para recordar, y ponerla en mi experiencia con las versiones de Van Otterloo (1962, con la Orquesta del Colón), Cluytens con la Orquesta Nacional de Bélgica (la ví en Bruselas en 1967), Markevich con nuestra Filarmónica (en 1968) o Barbirolli con su Orquesta Hallé en Buenos Aires (también 1968); y muchas otras a partir de 1970. Pero uno no se cansa de escuchar, si la interpretación es la adecuada, esta maravilla de 1831.

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               El segundo concierto tuvo lugar el sábado 13 a las 20 hs (el que yo ví) y se repitió al día siguiente a las 17 hs. Las dos obras elegidas no pudieron ser más divergentes: la Partita Nº 2 en do menor, BWV 826, de Johann Sebastian Bach, con Martha Argerich; y "La historia del soldado", KO299, de Igor Stravinsky, obra muchas veces vista en Buenos Aires.

               Bien se sabe que es poco habitual que Argerich toque sola el piano, pero por alguna razón de gusto propio (ella es muy fiel a las cosas que le atraen y con las que se siente cómoda) esta obra de Bach la toca con cierta frecuencia y la grabó en 1979 en Philips y Deutsche Gramophon. La obra ha sido grabada por famosos del piano (Schiff, Badura-Skoda, Gould, Horszowski) y del clave (K. Richter, Leonhardt, Kirkpatrick). Hay una particularidad en la manera de Argerich de  no tomarse ningún respiro de una pieza a la otra: las 6 son tocadas como si estuvieran  unidas. Son: Sinfonia (lento-rápido), Allemande, Courante (lo toca muy rápido): Sarabande, y muy pegados, Rondeau y Capriccio, muy brillante. La ejecución fue impecable, manteniendo firme el ritmo y el fraseo de cada pieza. Nada hizo notar que tiene 81 años. El público pidió algún extra, pero no lo hubo, salvo un chiste de 2 segundos: tomó ese tiempo tocando el piano antes de irse sonriendo.

               El KO299 me intriga, no me figura en mi grabación ni en el catálogo R.E.R. de grabaciones. El texto es de Charles Ferdinand Ramuz y lo vi en Buenos Aires en francés con Tatave Moulin dirigida por Washington Castro (creo que en 1954) y de vuelta con Moulin dirigida por Calderón, posiblemente en castellano porque figura Labat, en 1966. Y un grupo europeo lo interpretó en 1967 en dos versiones en el mismo concierto: narrada y bailada, y con el Música Nova Ensemble (pienso que alemana).  Desde 1970 se dio bastante seguido y recuerdo un año en el que tres versiones se presentaron con distintos artistas.

               Debo ser franco: en la versión que se vio quedé bastante conforme con la parte musical pero no con la hablada y actuada, particularmente porque varios gritaban de un modo muy desagradable. La obra tiene 2 partes; la primera con 5 fragmentos, algunos con música y otros sin, hablados. Es muy larga la relación del Soldado con el Diablo, que le da un libro que le dará riqueza a cambio del violín que toca el Soldado. La Segunda Parte va desde el VI (Marcha del soldado) a la XIV, Marcha triunfal del diablo. Musicalmente lo más positivo es cuando el Soldado baila con la Princesa: Tango, Vals y Ragtime. La traducción al "argentino" estuvo bien realizada por Gabriela Massuh. La dirección escénica y dramaturgia es de Rubén Szuchmacher y es el culpable del estentóreo griterío, no sólo del Soldado (Peter Lanzani) y el Diablo (Joaquín Furriel), sino también de la Narradora Annie Dutoit Argerich (que narra en buen "argentino" pero en varios momentos grita. Lo lamentable es que Lanzani y Furriel son muy buenos actores y podrían utilizar de modo más saludable el micrófono, ya que se mueven hábilmente. Hay unas sillas y una pantalla que parece de cine pero sólo es utilizada para que el Soldado y el Diablo desaparezcan y aparezcan, con algunos matices de color (Gonzalo Córdova). La coreografía de Marina Svartzman es simple porque la Princesa puede ser bailarina pero el Soldado es actor. Cumelén Sanz básicamente baila (el mérito del Soldado es haberlo logrado ya que la Princesa estaba enferma) y habla muy poco, por suerte sin gritar. Me parece una exageración, teniendo en cuenta que Dutoit es un especialista de la obra casi desde el principio de su carrera, que haya un Director Musical Asistente (Santiago Santero) y un pianista preparador (Rodrigo De Caso).

               Ya que los 7 ejecutantes tienen amplia práctica, y Dutoit vino con frecuencia al Colón, naturalmente el estilo de la música y el buen nivel obtenido son lógicos, y es justo mencionarlos.

Elías Gurevich, violín (el que más toca); Elián Ortiz Cárdenas, contrabajo; Mariano Rey, eximio clarinetista; Gabriel La Rocca, fagot; Fernando Ciancio, trompeta (tiene momentos brillantes en la partitura); Matías Bisulca, trombón notable; y Christian Frette, percusión (de una familia famosa por esta especialidad).  

En suma, lo musical fue mejor que lo hablado; lástima. La obra sigue siendo típica del momento tan difícil en que se creó: 1917, plena guerra, Suiza neutral.

Pablo Bardin

 

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