lunes, octubre 29, 2018

Compagnia Zappalà Danza

            El 10º Festival Buenos Aires Danza Contemporánea es gigantesco y va del 9 al 17 de Octubre. Completamente inabarcable (como el BAFICI), revela que hay un mundo off de la danza realmente enorme. Roxana Grinstein es la Directora y el comité de selección estuvo conformado por Gerardo Litvak, Soledad Pérez Tranmar y Carlos Trunsky. Toda la programación es gratuita y está esparcida por  numerosos lugares de la CABA. No sólo hay espectáculos, también residencias, talleres y seminarios. Para dar una idea de la intensidad de este Festival, el Domingo 14 hubo 23 actividades de todo tipo. El Festival presentó 63 obras seleccionadas independientes argentinas y además 10 de invitados institucionales: Teatro de la Ribera, Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín, Compañía de Danza de la UNA (Universidad Nacional de las Artes), Compañía NacionaL de Danza Contemporánea, Instituto Nacional del Teatro y Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín. Curiosamente, también se añaden dos coreografías argentinas, una en Francia y España y la otra en Hamburgo.  Y también tres producciones internacionales que se vieron aquí: "Gustavia", con La Ribot y Mathilde Monnier; "Endo" (Francia) de David Wampach- Association Achle; y dentro del Ciclo Italia XXI y en el Coliseo, "I am beautiful" por la Compagnia Zappalâ Danza, el Domingo 14, que es lo único que pude ver.

            El único programa que se entregó es el del Festival  y hay apenas 11 líneas sobre este espectáculo. La compañía es siciliana y la lidera Roberto Zappalà. "I am beautiful" es la cuarta etapa del proyecto Transiti Humanitatis. Está inspirada en una escultura de Rodin. "Zappalà hace que los cuerpos de los bailarines construyan la belleza con simplicidad, rigor, visceralidad e incertidumbre". La dirección y coreografía es de Zappalà y la idea es suya y de Nello Calabró. Los intérpretes colaboraron en la construcción y son nueve: Maud de la Purification (extraño nombre o seudónimo), Filippo Domini, Sonia Mingo, Gaetano Montecasino, Adriano Popolo Rubbio, Fernando Roldan Ferrer, Claudia Rossi Valli, Alberto Gnola y Valeria Zampardi. Músicos en vivo: Puccio Castrogiovanni, Salvo Farruggio, Marco Corbino, Gionni Allegra y Salvatore Assenza. Duración: 65 minutos.

            Hay dos cosas que no están mencionadas: el concepto escenográfico y las luces; y ambas cuestiones tuvieron importancia. Un anfiteatro formado por un sinnúmero de cintas muy largas que van del tope al suelo es penetrable y muchas veces los bailarines van a pasar por ellas; y lo harán desde la total penumbra hasta la luz plena. Y detrás de esa barrera, los cinco instrumentistas estarán ubicados a varios metros del suelo, uno al centro y dos en cada lateral.  Estas ideas funcionan muy bien y están integradas a la acción de los bailarines. Y ellos/ellas  están todos descalzos y con atuendos blancos bastante transparentes, que dejan bastante en evidencia pechos y colas aunque no los genitales.

            Tanto mujeres como hombres están muy exigidos y responden  con gran solvencia. Dos de los hombres son muy altos y fornidos, otros son medianos y delgados, pero todos rinden como gimnastas avezados. Y las mujeres pueden repetir las mismas arduas evoluciones que los hombres y con la misma fiereza, pero también hacen gala de talentos de su sexo, como la flexibilidad extrema cuando una de ellas pasa de hombre a hombre  por el aire o cuando van a la carrera hacia un bailarín y saltan prendiéndose de su torso. Ellas también tienen  diversos físicos y alturas.

            Los instrumentistas son sobre todo percusionistas, pero también están otros sonidos, como un clarinetista de neta vanguardia, una guitarra eléctrica. Y además cantan con primitiva violencia. ¿Cómo definir la música que se escuchó? Un minimalismo crudo y de muchos decibeles, fuertemente rítmico, casi sin melodía, alterna con largos pasajes nirvanescos y saturantes. A veces, grabado, se escucha una voz en francés, poco inteligible. Lo que hacen está fielmente reflejado en las coreografías y es evidente que los ejecutantes han creado los climas que Zappalà les pidió (y quizá los bailarines).

            Trataré de describir lo que vi. Los primeros doce minutos son potentes y arduos y da la sensación visceral y agotadora que se experimentaba viendo "La consagración de la Primavera" por el Ballet del siglo XX de Béjart. Algún bailarín se separaba del grupo y hacía movimientos distorsionados de muñeco sin rumbo. Pero luego la penumbra dominaba, las voces gritaban y los bailarines desaparecían; gradualmente se los vislumbraba como sombras en el fondo de la escena, y luego se iban colando a través de las cintas y pasaban al escenario como fantasmas, mientras la música totalmente estática parecía acompañar una cuasi-catalepsia colectiva. Lentamente parecíeron volver a la vida mientras la música añadía elementos; todos unidos horizontalmente como si los brazos fueran cuerdas; luego empezaron a separarse y formar distintas figuras con otra dinámica. En un largo crescendo marcado por las disonancias audaces de clarinete  se llegó a un paroxismo con voces y fuertes luces en el último tramo, mientras los bailarines danzaban con frenesí cada vez mayor.  Y un fuerte aplauso al final de un público joven acostumbrado a la danza contemporánea. Zappalà, hombre maduro, apareció y se unió a bailarines e instrumentistas.  En suma, una interesante experiencia de danza muy física y colectiva.

Pablo Bardin  

martes, octubre 16, 2018

Wang, Balat y Skolarski: tres maneras de tocar muy bien el piano

            En sólo 8 días se escucharon 3 pianistas de categoría: Konrad Skolarski el 3 de octubre para Chopiniana en el Auditorio de la Fundación Beethoven; Yuja Wang para los dos ciclos del  Mozarteum en el Colón el 8 y el 10; y Marcelo Balat para Conciertos del Mediodía del Mozarteum en la Sala Argentina del CC ex Correo.

 

MOZARTEUM ARGENTINO

 

            Yuja Wang es considerada un fenómeno de virtuosismo y su debut era muy esperado. Nació en Beijing en 1984; madre bailarina, padre percusionista. Inicialmente estudió en el Conservatorio Central de la capital china; en 1999, a los 15 años se trasladó a Canadá, donde estudió en el Mount Royal Conservatory de Calgary; en 2001 fue elegida Artista Steinway y al año siguiente se perfeccionó con el gran pianista Gary Graffman en el célebre Curtis Institute of Music de Filadelfia. Se graduó en 2008 cuando ya había logrado un exitoso debut con la National Arts Center Orchestra de Ottawa y cuando reemplazó a Argerich en el Primer Concierto de Tchaikovsky con la Sinfónica de Boston. Desde el año siguiente es artista exclusiva de Deutsche Grammophon y para esta empresa grabó conciertos de Prokofiev, Rachmaninov y Ravel. Los más famosos directores  en las mejores salas la han dirigido; además  realizó recitales en múltiples ciudades. Un talento innato, sin duda, pero también estudios prologados y serios han producido una artista que se destaca dentro de la miríada de eficaces pianistas en el mundo. También se destaca por su interés en la moda, reconocido por el Women´s Circle de Giorgio Armani. Tiene su lado excéntrico pero es innegable la fuerza y exactitud de sus interpretaciones en repertorios afines, como el Romanticismo y Prokofiev; y sobre ellos se basó su recital en Buenos Aires.

            Yo estuve el 8 de Octubre. Mujer atrayente y menuda, salió con un vestido negro y largo de gran elegancia y saludó con un gesto que será invariable: una rápida y profunda reverencia con las manos sobre el busto. El contundente Preludio en sol menor, op.23 Nº5, de Rachmaninov, fue tocado con impresionante garra y solvencia. Siguió del mismo autor la Vocalise Op.34 Nº14, que había sido escrita para la soprano Antonina Nezhdanova en 1915; se escuchó en el convincente arreglo del gran pianista húngaro Zoltan Kocsis (1952-2016) y  Wang tocó con innegable encanto esta espléndida melodía. Pero luego cambió el programa sin aviso, y en lugar del anunciado Étude-tableau en mi bemol menor, Op.39 Nº5, obra enjundiosa y ardua, de Rachmaninov, tocó la grata, breve y simpática Canción sin palabras Op. 67 Nº2, de Mendelssohn, en estilo y respetando su suave romanticismo. Buena parte del auditorio, incluso algún colega, no captó el cambio bastante drástico de repertorio. Curiosamente el 10 de octubre sí tocó el Étude-tableau, y también la pieza de Mendelssohn, pero como yapa.

            Chopin había asombrado con la Sonata Nº2 por su audacia y originalidad; la Tercera Sonata, en si menor, Op.58, es amplia y exigente pero con mayor respeto por la tradición. El tema inicial del primer movimiento, Allegro maestoso, es poderoso y dramático: el segundo tema en cambio es lírico y cantable. Respeta la forma sonata con su intenso desarrollo, recapitulación y coda, y con la particular coloración melancólica de si menor, la tonalidad de la gran Sonata de Liszt. Wang demostró ya en este comienzo que su dinamismo y perfección técnica se atienen a la partitura, con rubatos controlados, bello toucher, y el don de la continuidad. El Scherzo fue fulgurante, como debe serlo, y su contrapartida, el Trío, lento y cantable, tal como lo escribió Chopin. Nunca me convenció del todo el extenso Largo, cuya parte intermedia me parece monótona y desmesurada, con un material demasiado escaso; Wang controló su temperamento y no apuró los tempi, pero tampoco agregó algún toque de color o rubato que lo hiciera más interesante.  Estuvo a sus anchas, deslumbrante, en el dificilísimo Finale, un Rondó-sonata de una variedad e imaginación que lo sitúan como el mejor de esta obra y comparable  a la Primera Balada. Allí Wang demostró ser una artista de primer rango. En particular fue extraordinario escuchar pasajes en semicorcheas vertiginosas donde la pulsación permitía apreciar cada una de esas notas con un color perlado.

            Bastante tarde en el intervalo afinaron el piano del Colón, mejorando graves cavernosos y agudos opacos. Hasta el mejor piano se desgasta con el tiempo; quizá sea el momento para planificar un reemplazo.

            Cambio de "look": esta vez Wang se presentó con un vestido colorado ultracorto. Tocó una obra favorita mía: la Sexta sonata, en La mayor, Op.82, de Prokofiev.  Décadas antes había escrito la magnífica Segunda sonata, típica de lo mejor de su etapa joven; antes de la Sexta habían pasado 16 años desde la serena Sonata Nº5. La Sexta es estrenada por el propio compositor, gran pianista, en una audición radial de la Unión de Compositores el 8 de abril de 1940.  Y meses después Sviatoslav Richter hace su estreno público en su debut formal en la Sala del Conservatorio de Moscú. Hago mías estas palabras del legendario intérprete: "Con una audacia bárbara el compositor rompe con los ideales románticos y anima su música con las devastadoras pulsaciones del siglo XX". Comenta Claudia Guzmán: "pocos meses faltaban para que Alemania violara el tratado de no agresión firmado por Hitler y Stalin en 1939 e iniciara la invasión rusa poniendo en marcha la Operación Barbarroja" (en realidad lo firmaron Von Ribbentrop y Molotov, pero avalado por los dictadores). También la Séptima y la Octava sonatas fueron escritas durante la Guerra, y las tres fueron consideradas "sonatas de guerra"; la Séptima es otra obra maestra.

              El Allegro moderato inicial se caracteriza de inmediato por un disonante diseño, pese a estar en La mayor; esa primera sección es agitada y dramática. Luego aparece el lirismo en el segundo tema, que gradualmente se hace virulento, y aparece un motivo de notas repetidas que trae ritmos insistentes. Ya en este movimiento Wang tocó con un salvajismo impactante y con una absoluta seguridad que mantuvo en vilo a la audiencia. El Allegretto que sigue es muy distinto; neoclásico y humorístico, "entre sonrisas y muecas" (Guzmán); y Wang se adaptó a este nuevo carácter. El "Tempo di valzer lentísimo" (tercer movimiento) parece emparentado con la música amorosa de "Romeo y Julieta", aunque interrumpido por "oscuras y estremecedoras sonoridades heredadas del primer movimiento" (Guzmán). Y aquí también Wang supo dar ternura a su fraseo y temor a la interrupción, con una lectura exactísima de la música. Pero será en el desenfrenado último movimiento donde ella llegará también a su  más trascendente nivel. En efecto, la música tiene una "trepidante mecanicidad" (Guzmán), que a mí me evocó el ballet "El paso de acero", y con otro cariz aparecen el gesto inicial de la sonata y el tema de notas repetidas, antes del sector conclusivo, de alto virtuosismo y fuerte disonancia. En las manos de Wang, todo fluyó con irrepetible brío.

            Conocí la Sexta en los años 50, una muy buena grabación de Leonard Pennario, y luego sólidos pianistas del Hemisferio Norte la tocaron en Buenos Aires: Malcolm Frager en 1963 y Ronald Turini en 1968; y luego  la escuché poco, aisladamente, en vivo. Hay grandes grabaciones de las que sólo conozco la de Richter: Kissin, Ashkenazy y Bronfman. Pero no tengo dudas: la de Wang en vivo está en esa selecta compañía y con un toque personal que sin embargo es fiel al espíritu y a la letra de la obra.

                        Ella es personal hasta en su manera de ofrecer piezas fuera de programa  (mal llamadas bises). Habitualmente los artistas no dan "yapas" de primera instancia; ella sí. Cada vez que salió a saludar tocó; saludó cinco veces, dio cinco piezas, generosamente, con mucha cordialidad. Y tres de las cinco fueron "rompededos", arreglos enormemente complicados a los cuales ella añadió algunos firuletes. Empezó con la polca "Tritsch-Tratsch" de Johann Strauss II en el "inhumano" arreglo de György Cziffra, bastante moderno, donde ella hizo prodigios nunca vistos aquí. Siguió con el único arreglo bien conocido y excelente, difícil pero no absurdamente difícil: "Margarita en la rueca" ("Gretchen am Spinnrade"), de Schubert-Liszt; muy bien interpretado. Luego, algo inesperado: le ponen un atril y lee el arreglo para piano del muy escuchado "Danzón Nº2" de Márquez, notable en su versión orquestal y muy bien arreglado, aunque no sé si por el compositor; bastante extenso (unos 8 minutos), lo tocó con clara comprensión de su lenguaje caribeño; ¿lo aprendió para esta gira?

            Se había escuchado aquí, creo, el increíble arreglo de Volodos sobre el "Rondó a la  turca" de la Sonata Nº 11 de Mozart (él también había dado muchas piezas extras en su recital del Colón, de gran categoría); aquí Wang añadió, además de los propios, varios aportes jazzeros del pianista turco Fazil Say: ejemplo insuperable de extravagancia y super-virtuosismo. Y para finalizar, las Variaciones sobre "Carmen" de Horowitz (básicamente la Danza bohemia), con agregados de Wang, para hacerlo aún más rápido y estrepitoso; para entonces las ovaciones de las zonas altas del teatro eran casi rockeras.

            Wang es china y su extremada flexibilidad me hace pensar en los acróbatas chinos, los mejores del mundo: hacen con sus cuerpos lo que ningún occidental puede hacer. Hay miles de horas de entrenamiento pero también facultades genéticas. En la actualidad sobran los virtuosos en el mundo (por ejemplo, pianistas rusas de muchos dedos y poca sustancia), impresionantes en cierto sentido, pero sin autocontrol ni personalidad. Y eso es lo que tiene Wang y la hace genuinamente diferente.

            Me caben dudas sobre cómo se maneja en repertorios clásicos y en Beethoven o Schubert; sin embargo, un  buen amigo se quedó asombrado con su versión del Cuarto concierto de Beethoven, aquel que otra oriental, Mitsuko Ushida, tocó con profundo refinamiento en su única visita, de modo que quizá su espectro es mucho más amplio de lo que pudo apreciarse en este debut. También, me interesaría saber si logra la variedad caracterológica que necesita Schumann o la sutileza tímbrica de Debussy. Creo que tiene en ambos casos la capacidad, pero no sé si la empatía; el tiempo dirá. Entretanto, ella es la revelación del año.

 

CONCIERTOS DEL MEDIODÍA

 

            Hace tiempo que pienso que Marcelo Balat, eximio gran discípulo de Pía Sebastiani, es el mejor pianista argentino de su generación. Tiene actualmente 35 años.  Ya pasando los cuarenta está la gran figura de Antonio Formaro y la solidez de Alexander Panizza, y cercano a los 50 el indudable líder de su generación, Nelson Goerner.

            Su programa en esta ocasión puso el acento en Schubert, con dos obras: los Momentos musicales y la Fantasía "Wanderers" ("del Caminante"). La pauta de tiempo para estos conciertos es de una hora, y el pianista se percató que sumando las obras de Debussy y Falla que completaban lo previsto se pasaba de ese límite; en consecuencia avisó que sólo tocaría los Momentos musicales Nos. 1, 2 y 5, eludiendo el más famoso, Nº3 (no lo lamenté)., y se lo avisó al público. Pero lo que no le dijo fue algo muy extraño: que tocaría de inmediato, sin dar lugar a aplausos, la extensa Fantasía; el melómano avezado se dio cuenta; sin embargo,  no todos lo son y no me pareció bien. Y más raro todavía fue que hizo lo mismo con las otras tres piezas, o sea que después de Debussy enganchó directo con las dos obras de Manuel de Falla.

            Esto aparte, el recital fue un  continuo placer. El primer Momento musical es de por sí largo y abundoso, pero además sus numerosos sectores tienen barra de repetición y Balat los observó al pie de la letra; esto es discutible: en la época schubertiana no había discos y las barras eran para que los asistentes fijen mejor la música. No obstante, el estilo y la musicalidad del pianista fueron tan impecables que me dejé llevar por el indiscutible encanto schubertiano. El cuarto Momento es bastante breve y cantable, y el quinto, también breve, es rápido y en acordes muy ritmados; nuevamente el buen gusto, la calidad tímbrica y el fraseo fueron de un schubertiano de ley y me recordó a Badura-Skoda.  Y curiosamente, hay una afinidad entre ese quinto Momento y el comienzo de la gran  Fantasía sobre el Lied del Caminante, también poderoso, rápido y en poderosos acordes. La obra, que llega a unos 20 minutos, es quizá la más difícil del autor, junto a las tres enormes últimas sonatas. Y también de las más inspiradas, no sólo por la belleza de las melodías sino por la variedad con la cual se la expande, incluso un notable fugato hacia el final; torrentes de notas se suceden a alta velocidad salvo un episodio Adagio, y la estructura es de sonata: Allegro, Adagio, Scherzo y Finale.  Salvo muy mínimos deslices en algunos de los centenares de acordes, la versión fue admirable en su comprensión de estilo y dominio técnico, y nuevamente me evocó a Badura-Skoda, cuyo recital Schubert fue lo más destacado de sus varias visitas.

            Y nuevamente, en algo muy distinto, refinamiento y gran capacidad técnica: el mundo líquido de "Reflets dans l´eau" ("Reflejos en el agua"), primera pieza del primer libro de "Imágenes" (1905) de Claude Debussy, impresionismo puro en planos superpuestos, el secreto que aplicó el mismo año en su obra maestra "El Mar", ayudado por los timbres orquestales ; secreto que también tuvo Ravel en sus "Jeux d´eau" ("Juegos de agua") y que fue intuido por Liszt en sus "Juegos de agua en la Villa d´Este". La "Serenata Andaluza" de Manuel de Falla data de 1900 en su versión para piano; había sido escrita para violín y piano el año anterior. Es una pieza muy grata escrita a los 24 años y raramente tocada; Balat lo hizo con mucha sensibilidad. Y luego atacó esa obra extraordinaria, la amplia Fantasía Baetica dedicada a Rubinstein, quien la estrenó en 1920 en New York. Baetica era la zona sureña de Hispania, la unión de tres provincias españolas en el Imperio Romano, y Cádiz (Gades) era un gran puerto; y muchos siglos después, la ciudad natal del compositor. Música audaz, moderna, tan difícil como los más difíciles episodios de la "Iberia" de Albéniz, es todo un desafío para un pianista, y Balat la resolvió como el gran maestro que es. El mejor elogio posible: sólo una vez escuché la obra con tanta calidad, y fue por Alicia de Larrocha.

            La pieza extra nos retornó a las "Images" y al agua: "Poissons d´or" ("Peces dorados"), 3ª del primer Volumen. Otra oportunidad para que Balat muestre su talento para este tipo de música tan bello y sutil.

 

CHOPINIANA

 

            Por distintas circunstancias (salud o colisiones con otras citas musicales o familiares)  no pude hacerme presente en las primeras cinco fechas del ciclo Chopiniana, que este año se hace en el buen Auditorio de la Fundación Beethoven, Santa Fe 1452, en días miércoles a las 19,30 hs, gran mejora acústica con respecto a la Sala Oval del Palacio Paz, muy bella pero terriblemente retumbante. Lamenté en particular perder el primero, con el pianista italiano Giulio Biddau; dio otros dos conciertos en distintas salas pero nuevamente no logré coincidir. El segundo tuvo que ser cambiado: por un absurdo asunto de visación, no vino el inglés Mark Viner, que hubiera traído como obra de fondo algo importante: la oportunidad de escuchar una obra de Alkan: la Gran Sonata "Las cuatro épocas"; en cambio tocó el pianista argentino Rodrigo Tavera. Siguieron tríos de pianistas jóvenes: por Austria, Daniel Lesko, Dominik Zhang y Benedikt Holter; por Argentina, Javier Miranda, Franco Broggi y Leonardo Pitella Lahoz. Y finalmente, el argentino de amplia trayectoria internacional Eduardo Delgado.

            El retorno del polaco Konrad Skolarski fue bienvenido; el año pasado había dado buena impresión  y estrenado varias piezas de compositores polacos poco conocidos aquí. Esta vez en cambio eligió piezas habituales de repertorio; lástima que no puso ni una obra de infrecuente ejecución. Fue presentado con oportunas palabras del Embajador polaco.

            Como lo demostró en todo el programa, tiene una técnica muy sólida y todo lo prepara con cabal profesionalismo. Las interpretaciones son en cambio de desigual interés. En general me resultó atinada su visión de la Sonata Nº8, "Patética", de Beethoven: sonido potente y controlado, digitación muy segura, buen fraseo. Sólo podría objetar que, siguiendo una moda que no comparto, las partes lentas son algo más lentas que lo necesario y los silencios más pronunciados, y en cambio las rápidas tienen algunos puntos de metrónomo (no muchos) añadidos; pero fue una buena versión.

            Las "Escenas infantiles" de Schumann, como lo insinué más arriba en este artículo, son, como muchas otras obras suyas, caracterológicas: los títulos de cada fragmento indican que no sólo hay que tocar correctamente las notas sino también darles un carácter de acuerdo a esos títulos, y ello no siempre pasó. Fue muy eficiente en las piezas rápidas y de intrincados ritmos, pero a veces careció de poesía en varias de las  más contemplativas, aunque siempre dentro de un nivel técnico correcto.

            Toda la segunda parte fue dedicada a Fryderyk (a la polaca) Chopin, y aquí lo sentí en casi todo momento de acuerdo con el sentido emocional de la música y con buen manejo del rubato. Las partes rápidas del Scherzo Nº1, op.20, son agitadas y vertiginosas, y logró tocarlas con brillantez; pero la melodía lenta sonó algo monótona. Curiosamente todas las piezas que eligió están en tono menor, el Chopin melancólico o dramático. Tocó dos nocturnos: el Nº15 en fa menor, op.55 Nº1, y el Nº 13 en do menor, op.48 Nº1. Son bastante distintos; el Nº 15 tiene una melodía triste, luego contrastada con un episodio dramático, y retomada con bastantes florilegios. El Nº 13 es de los más complejos: se inicia Lento, con una melodía dolorosa; luego, "Poco più lento", otra melodía pero en acordes, como un coral, que luego se  transmuta en un episodio dramático y arduo en octavas; cuando vuelve la melodía principal tendrá que dominar un entramado de acordes hasta diluirse en los compases finales a un pianissimo. En los dos Nocturnos encontré muy adecuada la interpretación del pianista, a quien se lo sintió involucrado. Terminó lo programado con la menos intensa de las Baladas, la Cuarta, en fa menor, op.52. Aquí también lo sentí cómodo, y cuando la música se hace más rápida y contrastada tras una extensa zona serena Skolarski acertó con el fraseo y la intensidad.

            En su pieza extra cambió de compositor, y nos dio una válida versión del Preludio Nº 6 en sol menor de Rachmaninov. Skolarski no tiene mayor empatía en la comunicación con el público pero es sin duda un pianista de calidad.

Pablo Bardin

            


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El Met inicia Temporada con “Aida”. Memorables Netrebko y Rachvelishvili

            Quiso la mala suerte que el inicio de la temporada del Met (la Metropolitan Opera de New York) transmitida por satélite  coincidiera con la ceremonia que dio comienzo a la Olimpíada de la Juventud, cuyas autoridades habían decidido que se hiciera en la Avenida 9 de julio desde el Obelisco hacia el Sur. Un enorme perímetro quedaba vedado a subtes cercanos, colectivos, taxis y otros medios de transporte a partir de las 14 hs, justo cuando empezaba la emisión de "Aida" de Verdi en el Teatro El Nacional para la Fundación Beethoven. Imposible suspender  ya que es transmisión directa. Hubo que ingeniárselas para llegar desde cada domicilio y luego para volver. En mi caso fue todo un raíd. Vivo en Palermo; taxi a Plaza Italia, subte desde allí a la estación 9 de  julio, que está del lado de Pellegrini   y por ende permite llegar al Teatro El Nacional. Para el retorno caminé por Corrientes hasta Esmeralda, luego tomé Lavalle hasta Alem y allí busqué taxi largo rato (había pocos y el tránsito era lentísimo hasta Córdoba). Me llevé una sorpresa cuando comprobé que había un considerable público fiel a la cita, cada persona con su propia historia de cómo llegar y volver: prueba contundente de la atracción que este ciclo ejerce para los amantes de la ópera. Y eso que hay mucha gente de avanzada edad (como yo).

            Pese a que es muy criticado, Peter Gelb, Director Artístico del Met, cumple 13 años de gestión, señal de que el Board of Directors  (Cuerpo Directivo) sigue avalándolo (creo que se equivocan). El año pasado la temporada había empezado con un "Tristán e Isolda" apenas salvado por Nina Stemme y un buen director de orquesta, pero con una grotesca puesta polaca compartida por cuatro teatros, demostración clara de una crisis no sólo de criterio sino también de dinero. Esta vez Gelb fue a lo seguro, con una "Aida" muy vistosa de Sonja Frisell y que está en el Met desde hace 28 años; soy de la opinión que el Met debería empezar con una puesta nueva de la ópera que elige, pero por otro lado hay tanto disparate en la actualidad que al menos nos dieron lo tradicional bien hecho. Claro está que ello no basta: "Aida" exige grandes voces y allí Gelb acertó con las damas pero sólo parcialmente con los caballeros; especialmente lamentable el Radames de Aleksandrs Antonenko, que después de su Otello no hubiera debido ser contratado nuevamente por el Met. Sin embargo, poder salir del teatro (que estaba repleto) con la evidencia de haber escuchado dos artistas memorables es la esencia misma de lo que debería pasar en el arranque de temporada del que todavía sigue siendo el más importante teatro de ópera del mundo. Y "memorable" es la palabra para la Aida de Anna Netrebko y la Amneris de Anita Rachvelishvili. Las tremendas ovaciones para ambas y el pequeño aplauso de compromiso con algún abucheo para Antonenko indicaron que el público del Met sabe distinguir.

            Como se sabe, lo que se puede ver por satélite es una selección de las óperas de la temporada: 10 entre las 27 que los neoyorquinos pueden ver entre Octubre y Mayo. Aparte de "Aida", veremos "Samson et Dalila" el 20 de octubre (Alagna y Garança), "La fanciulla del West" el 27 de octubre (Westbroek y Kaufmann), el estreno de "Marnie" de Muhly el 10 de noviembre (Leonard, Graves, Maltman), "La Traviata" el 15 de diciembre (Damrau, Flórez), "Adriana Lecouvreur" el 12 de enero 2019 (Netrebko, Beczala), "Carmen" el 2 de febrero (Margaine, Alagna), "La fille du régiment" el 2 de marzo (Yende, Camarena), "La Walkiria" el 30 de marzo (Goerke, Westbroek, Grimsley) y "Dialogues des Carmélites" de Poulenc el 11 de mayo (Leonard, Pieczonka, Mattila). En general, pinta bastante bien.

            Y estos son los títulos que no veremos (algunos se incluyeron el año pasado): "Don Giovanni", "La flauta mágica" y "La clemenza di Tito", "Tosca", "La Bohème" y el "Tríptico", "Rigoletto", "Otello" y "Falstaff", "El oro del Rhin", "Sigfrido" y "El ocaso de los dioses", "Les pêcheurs de perles" (Bizet), "Pelléas et Mélisande", "Mefistofele" (Boito) y la combinación de "Iolanta" (Tchaikovsky) y "El castillo de Barba Azul" (Bartok). Poco riesgo en general, mucha necesidad de llenar la sala. Y el Met depende de los sponsors, no como en Europa, donde hay una considerable intervención de dinero del Estado, si bien esto ha diminuido en años recientes, y de allí la necesidad creciente de compartir gastos mediante coproducciones (aquí también). Y los grandes cantantes escasean.

            Se recordará que cuanto se dio "Aida" meses atrás en el Colón me explayé sobre los defectos del libreto, y cada vez que la veo vuelven a molestarme. Pero la maravilla es cómo Verdi logra dar interés y variedad a cada episodio por más incongruencias que tenga. Y cómo consigue que "Aida" sea a la vez una grand´opéra con dos escenas de enorme complejidad (y fuerte gasto) y por otro lado que tenga poderosas confrontaciones en la intimidad (Aida con Amneris, Aida con Amonasro) y con un refinado dúo de amor final.  Además cómo subraya la fuerza del sacerdocio, que tiene tanto o más poder que el Faraón (aunque lo llamen Rey); paralelo con "Don Carlo". Y esto es fiel a la historia egipcia. Puede agregarse otro paralelo: Aida quiere morir con Radames para unirse en la eternidad, como Isolda con Tristán. Sí, está la concesión de las danzas intercaladas, no se podía evitar, pero son simpáticas. Y hay que reconocerlo, Ramfis tenía razón: no había que liberar a los etíopes. El personaje incoherente es Radames, pero no lo son ni Amneris ni Aida ni sobre todo Amonasro, impecable en su gran dúo con Aida. Y qué impresionante la capacidad técnica y la inspiración verdiana en los grandes concertantes, que dominó como nadie.

            Es un error creer que en "Aida" haya que minimizar las escenas de gran despliegue: están escritas para que lo tengan y lo contrario es traicionarlas. Por otra parte, la variedad y belleza del impresionante arte egipcio, así como su carácter tan propio, permite al escenógrafo y figurinista realizar trabajos de gran enjundia; no es posible ser original, sí de buen gusto y tino. Se está describiendo un momento álgido de la más importante civilización de esa lejana época: evocarlo con grandeza es lo que debe hacerse. Y ciertamente lo logra el escenógrafo Gianni Quaranta, con imponentes estructuras que a la vez son funcionales y bellas para las dos grandes escenas de muchedumbre y para el templo. Además supo imaginar soluciones para unir escenas divergentes y en la escena final realizó una cripta creíble. Arduo trabajo tuvo también el vestuarista Dada Saligeri con muchos centenares de diseños para el pueblo, los etíopes, los sacerdotes, la realeza, Aida y Amonasro, además de los bailarines. Por cierto que hay de dónde inspirarse, ya que es gigantesca la cantidad de pìnturas en tumbas que nos hacen un inventario soberbio con respecto a la vestimenta de la época de los Ramsés; en general están bien logrados, aunque evita los torsos desnudos que hasta los faraones lucían. Por supuesto lujosa en ropa y joyas Amneris, y adecuada la etíope de Aida, que como sirvienta de Amneris  ostentaba cierta categoría dentro de las esclavas, además de que sobre los etíopes hay poca documentación y ello permite mayor libertad al figurinista (no eran nubios negros). En el desfile triunfal no hubo tantos etíopes como en la puesta del Colón y llevaron menos maquillaje oscuro. El diseño de luces es de Gil Wechsler y probablemente sea distinto de cuando esta puesta se vio por primera vez; en general me pareció bueno, salvo en el Tercer Acto y en la cripta, ambos demasiado tenebrosos.  Hay sólo tres momentos con coreografía: la breve danza en el boudoir de Amneris, las danzas más largas en la Escena del triunfo y las muy escuetas de la escena del templo. Se las suele hacer bastante primitivas y folklorizantes, pero Alexei Ratmansky, muy conocido en New York por sus remozados clásicos de Tchaikovsky, optó por un lenguaje neoclásico; actitudes más que pasos de danza en el templo; una pareja blanca y ágil en el boudoir; y en la escena del Triunfo un entramado muy estético de bailarinas de blanco entrelazándose, y bailarines que tras una breve introducción esperaron el minuto final para unirse a las bailarinas. Es de hacerse notar que el Met no tiene un grupo grande de bailarines como el Colón y los reúne ad-hoc cuando ciertas óperas lo exigen. La régie de Frisell respeta el carácter de la obra y no pretende innovaciones, dirige con propiedad el "tránsito" en los desfiles; admite la rigidez del Rey,  Ramfis y sacerdotes. Distribuye bien los personajes en los grandes concertantes. Pero remarca la intensidad de las emociones del cuarteto principal, aunque quizás el repositor Stephen Pickover haya cambiado detalles con respecto a la puesta original. Y por supuesto es muy distinta la capacidad dramática de las damas con respecto a este Radames; en cambio el intérprete de Amonasro, Quinn Kelsey, sin ser una poderosa voz "a lo MacNeil", tiene presencia y hasta pone algún matiz proto-verista en la gran escena del Tercer Acto. El Director del HD en vivo, Gary Halvorson, hizo un excelente trabajo; no sólo supo poner la cámara donde correspondía en las amplias escenas corales y captar la expresión de los rostros de los protagonistas, sino que varias veces tomó magníficas vistas cenitales que daban una perspectiva muy interesante que el público de sala no tenía. Y además hizo algo que advertí en otras óperas el año pasado: cuando hay un mini-intervalo (como aquí entre el Tercer y el Cuarto Acto) la cámara capta los movimientos de los técnicos para desmantelar una escenografía y montar la siguiente; queda en evidencia la eficacia y el ajuste de su trabajo, así como la asombrosa maquinaria disponible. Se entiende así que el Met pueda dar funciones el viernes a la noche, el sábado al mediodía y a la noche.

            Tuvimos reciente experiencia con respecto al estado vocal de Netrebko y a su total profesionalismo. Ella en la entrevista de intervalo comentó que Aida es su papel más difícil y sólo lo había hecho pocas veces antes del Met; pero ¿es Aida más complicada que Lady Macbeth, representada tiempo atrás en el Met con ella (y cantó una escena aquí)?  En un sentido sí: ella está enamorada del guerrero que gana la batalla contra su pueblo y sabe que es un amor imposible, ya que tiene veneración por su patria; por eso Amonasro logra que ella sonsaque a Radames el sendero que tomará el ejército. Si Amneris no los hubiera descubierto "in fraganti" otro hubiera sido el destino de los tres. Aida pasa por toda una gama de sentimientos, hasta un breve momento de rebeldía ante Amneris donde muestra su temple de princesa. Netrebko desde el primer instante hasta el último reflejó esos cambios en su actuación y en cada matiz de su canto, solidísimo en los tres registros: unos graves poderosos, un centro natural y dramático de genuina spinta y un registro agudo que le hizo llegar al famoso Do de "O patria mia" con total esplendor. También tuvo la dulzura necesaria en el tope del concertante en la Escena triunfal y en el dúo final. Pero en cierto modo era muy esperable que Netrebko estuviera admirable. Lo que yo al menos no imaginé fue que la Amneris estuviera al mismo nivel, ya que Anita Rachvelishvili, georgiana, era para mí una artista nueva. Me encontré con una actriz consumada que supo parecer tierna amiga de Aida para convertirse luego en una viperina rival manejada por celos incontrolables, hasta que su remordimiento explota en la fundamental escena del último acto cuando intenta salvar a Radames. Un temperamento como Christa Ludwig, una calidad vocal comparable a Cossotto, fueron revelándose escena a escena; rara vez he escuchado a una mezzo cantar con tanta ternura en la escena del boudoir o tanta ira impotente al enfrentarse a Ramfis, siempre con un registro completo y bello , seguro en cualquier frase. Es una gran  cantante con un apellido que no es fácil para su difusión, pero conviene retenerlo. Y las dos cantan en buen italiano.  Y me puse a pensar qué pasa con Italia, que no está produciendo las grandes voces. ¿Dónde están las nuevas Tebaldi o Cossotto? ¿O los nuevos Corelli y Bergonzi?

            No estoy bien al tanto con respecto a los intérpretes de Radames en la actualidad, pero me resisto a creer que no haya cantantes mucho mejores que Antonenko; hasta los dos que lo cantaron en el Colón, pese a ser de segunda categoría, eran mucho menos atacables. Leí en una crítica mencionados a Berti y De León como alternativas. Ya desde la primera escena quedó en claro que Antonenko iba a ser un  factor negativo. Hasta el aspecto le jugó en contra, con un rostro cuyos rasgos gruesos son, como diría Despina, un "vero antidoto d´amor". Y su muy escasa capacidad actoral. Pero he escuchado cantar estupendamente a Björling, que era un pésimo actor, como el Des Grieux de Puccini. El canto en una ópera verdiana es el primer factor, y el de Antonenko fue desafinado, de ingrato timbre, fraseado sin gusto y carente de línea; si bien mejoró en el dúo final, por cierto que era demasiado tarde; agudos gritados y violentos, italiano mediocre, todo ello poco compensado por algunas frases mejor emitidas. Kelsey como Amonasro fue un buen actor, como insinué antes, y dio sentido a su rey vencido pero animoso, dispuesto a vengarse de las crueldades egipcias; salvó bien la parte y tiene un rostro con carácter. Los bajos cumplieron  sin ser de primer nivel. Nuevamente faltaron voces latinas. Dmitry Belosselskiy  cantó correctamente su Ramfis, con una voz de buen agudo y algo corta en el grave, pero con poca expresión y una presencia neutra. Y el Rey de Ryan Speedo Green fue seguro pero monótono en lo vocal y también él poco sonoro en los graves y escasamente comunicativo. Habrán querido cumplir con la cuota de  cantante negro pero en la historia egipcia hubo un solo faraón nubio, los otros eran blancos; si bien creo que también es un error, los Amonasro suelen ser negros y Aida  suele serlo o parecerlo; confunden a los etíopes de entonces con los nubios, pero la tez etíope era sin duda más oscura que la egipcia, de modo que eso es aceptable; sin embargo Netrebko no fue maquillada de ese modo. Sin embargo la tradición es esa, y recuerdo que la primera película de Sophia Loren la tenía a ella como Aida (la cantante –no recuerdo quién- grabó Aida en estudio y Loren movía los labios como si cantara).  Otro eslavo, Arseny Yakovlev, fue un buen Mensajero, con una voz de calidad, no la mediocre que suele escucharse en este breve pero importante rol, ya que la guerra empieza a partir de su informe. En cambio, la voz en off que se escucha en la escena del templo fue asumida por la soprano Gabriela Reyes con un pronunciado vibrato.

            Ya es lugar común alabar a la Orquesta y al Coro del Met; se sabe que son excelentes, de los mejores del mundo. Y volvieron a probarlo. Esta vez  dirigió la orquesta Nicola Luisotti y consiguió un resultado de gran nivel técnico y muy buena concertación, con tempi adecuados y fraseos muy tradicionales. Nada personal pero muy eficaz. Y el Coro dirigido por Donald Palumbo  siguió demostrando que no sólo tiene voces notables y total ajuste sino que sus integrantes son actores versátiles.

            En suma, una "Aida" con un flanco débil pero muy digna de recordarse por las damas, el coro, la orquesta y la puesta. Mejor comienzo que el año pasado sin duda.

Pablo Bardin 


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Bienvenido regreso del “Romeo y Julieta” de Prokofiev/Macmillan

            Hay bastante consenso en el mundo, y estoy de acuerdo, con respecto al "Romeo y Julieta" de Prokofiev: es musicalmente el mejor ballet largo del siglo XX.  Y también es considerable la opinión en cuanto a la coreografía de Kenneth Macmillan como la más lograda de muchas que se han realizado. Prokofiev siempre tuvo mucha afinidad con el ballet, como también sucedió con Stravinsky. Los primeros cuatro ballets de Prokofiev fueron más breves. "Ala y Lolly" (1914) no fue aceptado por Diaghilev; sin embargo, la Suite Escita, que contiene la mayor parte de la obra, es la única partitura que puede considerarse como rival de "La consagración de la primavera" de Stravinsky en su impresionante estilo primitivista de poderosas ideas de toda índole; el año pasado la Sinfónica Nacional dirigida por Günther Neuhold la ofreció e impactó al público. Chout el bufón", escrito entre 1915 y 1920, tiene un argumento muy agresivo (como el de ·El mandarín maravilloso" de Bartók, aunque cuenta una historia distinta) y ello no facilitó que lograra establecerse en el repertorio pese al apoyo de Diaghilev; sin embargo, la suite de concierto se toca con cierta frecuencia y está entre la mejor música del compositor de ese período, con su fuerte imaginación rítmica y colorida orquestación. "El paso de acero" (1925) es una sintética visión maquinista presentada por Diaghilev en París. "El hijo pródigo" (1925-29) resultó un notable ballet en manos de Balanchine (se vio en el Colón hace ya bastantes años) con su visión renovada de la leyenda bíblica. "Sobre el Boristenes" (nombre antiguo del Río Dnieper), de 1930, ya de su período soviético, tiene música menos moderna, más pastoril, y en efecto es una historia campestre; tampoco fue un éxito (curiosamente se estrenó en París con coreografía de Lifar).

            Su "Romeo y Julieta" fue creado en 1935 pero tuvo serias dificultades para estrenarse. Al principio fue una sugerencia del Teatro Kirov (actual Maryinsky) de Leningrado; sin embargo, por razones poco claras el proyecto no cuajó; entonces, Prokofiev firmó contrato con el Bolshoi de Moscú, y allí hubo otro obstáculo: la música fue considerada "no bailable" (¡). El compositor no se amilanó; extrajo tres suites orquestales y diez piezas para piano, y la música (la mayor parte de ella) fue conocida en conciertos antes que el ballet completo. Otra propuesta del Kirov también quedó en la nada. Asombrosamente, ya que en esa época Checoslovaquia no estaba dentro de la Cortina de Hierro, se estrenó en Brno, la capital morava, en 1938, sin pena ni gloria, pocos meses antes del principio de la Segunda Guerra Mundial. Y  entonces el coreógrafo Leonid Lavrovsky se acercó al compositor, plasmó su coreografía en pocos meses, y el 11 de enero de 1940 la estrenó en el Kirov (todavía  no se había roto el pacto de no agresión entre Hitler y Stalin) con Galina Ulanova y Konstantin Sergeyev. Prokofiev mejoró algunas orquestaciones y agregó números; hubo otros retoques al año siguiente meses antes del terrible sitio nazi de Leningrado. Terminada la guerra, Lavrovsky llevó su coreografía al Bolshoi, y de allí a Londres en 1946 (la Guerra Fría no se había instalado todavía): Su versión fue filmada y presentada en Buenos Aires cuando yo era niño (creo que en 1949 o 1950), y aunque posiblemente tuvo cortes, me emocionó profundamente y así Ulanova fue mi primer entusiasmo en ballet (yo había visto muy poco hasta entonces); décadas después, septuagenaria, nos visitó y fue homenajeada.

            El Colón no presentó la coreografía de Lavrovsky; sí recuerdo sin fecha (no tengo archivo) la versión de George Skibine, que me pareció atrayente. Las notas de programa no aclaran qué coreografías ni en qué fechas se dieron las funciones de esta extraordinaria partitura, información que considero obligatoria. Pero sí puedo expresar que una de las experiencias máximas en ballet fue cuando se dio la de Macmillan con Alessandra Ferri y Julio Bocca, ambos en  su mejor momento; lo que ellos dieron fue mucho más que una magnífica técnica: tuvieron el carisma  de habitar los personajes con una intensidad que no se borra en el ánimo de aquellos que tuvieron la suerte de verlos. La historia reciente no fue grata; por razones mal explicadas, una prevista reposición de la coreografía de Macmillan fue reemplazada por la de Maximiliano Guerra, que entonces era Director del Ballet, y fue considerada por muchos un semi-plagio de la de Macmillan; hasta hubo un escarceo de juicio que no llegó a concretarse. Ahora Herrera logró un retorno de la de Macmillan, con dos repositores: Susan Jones y Clinton Luckett (Jones había repuesto para el Colón "Sylvia", de Delibes/Ashton).  Conviene contar que la puesta de Lavrovsky se había vuelto a reponer en 1956 con el Ballet del Bolshoi en el Covent Garden; Frederick Ashton, si bien tenía su  propia versión, había visto la Escena del balcón de Macmillan para la televisión canadiense con Lynn Seymour y Christopher Gable (Seymour había sido la Julieta de la también notable coreografía de Cranko para el Ballet de Stuttgart)  y en base a ello le encargó con urgencia la coreografía de la obra completa; cinco meses después se estrenó, como parte de los homenajes a Shakespeare con motivo del 400º aniversario de su fallecimiento en 1964. Pero  el famoso empresario Sol Hurok exigió que fuera con Margot Fonteyn y Rudolf Nureyev, y el impacto de esta pareja fue para la historia: saludaron 43 veces (luego Hurok los llevaría a New York). Recién en la quinta función pudieron bailar Seymour y Gable. Hubo otras coreografías antes (Tatiana Gsovsky, Ashton, Cranko) y después (Neumeier, Nureyev, Yuri Gregorovich, Peter Martins) pero ninguna logró asentarse tanto como la de Macmillan.

             Por cierto que la historia de Romeo y Julieta atrajo a otros compositores: sería interesante conocer el ballet de Constant Lambert, Bronislava Nijinska y Balanchine para los Ballets Russes de Diaghilev (1926) con escenografía y vestuario de Joan Miró y Max Ernst (nada menos). Se vio en Buenos Aires la de Anthony Tudor para el American Ballet Theatre con música de Delius (probablemente arreglada de su ópera "A village  Romeo and Juliet"). También se vio la de Béjart sobre la sinfonía dramática de Berlioz, coreografía con grandes altibajos. Fuera del ballet tenemos la ópera de Gounod o la espléndida obertura de Tchaikovsky. E inspirada en el relato italiano, no en Shakespeare, la ópera " I Capuleti ed i Montecchi" de Bellini, presentada no hace tanto por Buenos Aires Lírica. También puede tomarse la idea básica del amor entre dos adolescentes que pertenecen a grupos enfrentados y transportarlo al New York de la posguerra y lograr  "West Side Story", el admirable "musical" de Leonard Bernstein. O hacer una selección de la música de Prokofiev y adaptarla a la misma situación pero entre dos familias sicilianas mafiosas, como se vio recientemente en el Coliseo con el Ater Balletto.  Pero de todo lo que mencioné, en términos de ballet me quedo con Prokofiev/Macmillan.

            En cuanto a la coreografía, coincido con estas frases de Alina Mazzaferro en el programa: "los pasos de danza  debían fluir a partir de las emociones verídicas y de la acción de los personajes. Aquí no habría mímica ni entradas grandilocuentes". Lo que vemos es "el retrato de dos jóvenes rebeldes y apasionados desafiando los límites impuestos por una sociedad patriarcal, opresiva y violenta". Estamos en una Verona renacentista en la que el Príncipe impone las reglas de convivencia, pero Capuletos y Montescos no dejan de agredirse en una época en la que incluso adolescentes debían defenderse o atacar con espadas. El ballet es fiel a las líneas generales de Shakespeare aunque por supuesto  hay por un lado agregados coreográficos puros y por otro se eliminan muchas situaciones que no se adaptan a la danza. Por otra parte se necesita mucho ensayo para que las escenas de combate colectivo en donde todos manipulan dos espadas simultáneamente, aunque no sean de metal, parezcan creíbles y no se lastimen. Las escenas alternan entre aquellas que ocurren ya sea en la plaza o en el gran salón de los Capuletos y otras que son íntimas. No se busca el virtuosismo "per se" sino que los pasos difíciles reflejen el sentimiento o el carácter del personaje. Hay humorismo y drama, alegría y odio, danza poderosa y varonil o sutil y elegante de las mujeres. No todo está idealmente narrado, a veces  porque la música demanda  demasiado tiempo para lo que está ocurriendo; por ejemplo, los minutos de agonía de Mercucio. O porque falta algo: tendría que haber una escena que explique porqué Romeo no se entera que la muerte de Julieta es ficticia; sin esa transición parece absurda la tragedia final. Pero en general la narración funciona, sin dejar de lado los derechos de la danza.

            La versión completa tiene 52 números; tengo la impresión de que algunos se cortaron, ya que en el Colón hubo 2 horas y 12 minutos de música, y en la magnífica versión completa de Lorin Maazel con la Orquesta de Cleveland  se llega a 2h 18 minutos, pero la diferencia es pequeña y no afectó la apreciación de la obra. Como dice Noel Goodwin, la música "está caracterizada por una fuerza casi operística de expresión emocional y descripción de incidentes. Desarrolla una firme base musical conflictiva".  Prokofiev tenía el don de la melodía, del contraste dramático, del detalle orquestal que nos pinta una situación, del ritmo danzable. La música es muy variada y raramente baja de un muy alto nivel, pero en particular el pas de deux del balcón es memorable. Y como lo demostró Rostropovich en sus conciertos, la escena a la vez exuberante y trágica de la muerte de Mercucio tiene un extraordinario impacto (el director solía darla como pieza extra al final de la velada).

            Eso sí, Prokofiev originariamente planeó un "final feliz" con Julieta despertándose antes de la muerte de Romeo; menos mal que Lavrovsky lo disuadió, hubiera sido una traición a Shakespeare. Y el compositor logró unos minutos finales de gran belleza trágica, como correspondia.

            Vale recordar que después de "Romeo y Julieta" el compositor creó su gratísimo ballet "Cenicienta", que se ha visto en el Colón varias veces. Y al final de sus años creativos, "Flores de piedra", menos valioso pero igual atrayente y muy ruso.

            No sólo la coreografía de Macmillan sino también el admirable trabajo de Nicholas Georgiadis en escenografía y vestuario ha sido repuesto, y lleva gallardamente su medio siglo de existencia. En la escenografía logra dar una sensación renacentista sin por eso copiar modelos veroneses (de paso, en Verona la presunta casa de Julieta es una trampa para turistas, no existe tal cosa). El fondo de la escena en el mercado tiene escaleras entre lo construido  que permiten irrupciones de personajes como la aparición del Príncipe en medio del duelo múltiple de Capuletos y Montescos, y también desde los laterales pueden entrar grupos  que van renovando la gente en el mercado. Otros aciertos: la capilla con mosaicos de aspecto medieval; la cripta severa de la escena final. Y el vestuario muy variado que incluye los muy elegantes de Lady Capuleto y Lady Montesco, el abultado de la Nodriza, las ropas livianas y transparentes de Julieta, las funcionales mallas y sacos de los muchachos de ambas familias, el empaque ceremonial del Príncipe, del Lord Capuleto y el lord Montesco, y la ropa simple de pueblo; quizá sean exageradas las vestiduras rojas de las prostitutas (como son exagerados los gestos que marca el coreógrafo en este caso). También el diseño de luces está bien manejado, en este caso por John Read.

            Éste es un año de despedidas, y en "La viuda alegre" dijeron adiós al Colón la única primera bailarina nombrada en casi veinte años, Karina Olmedo, y Alejandro Parente, notorio bailarín en grandes roles que ni siquiera figuraba como bailarín solista sino como cuerpo de baile…Otro es el caso de Iñaki Urlezaga, que pasó la mayor parte de su carrera en Europa: diez años como Primer Bailarín del Covent Garden, y luego varias temporadas como principal bailarín huésped del Het National Ballet holandés. Había empezado su carrera en el Teatro Argentino con la edad de Romeo, 15 años, y Esmeralda Agoglia se dio inmediata cuenta de sus genuinas aptitudes y fue primer bailarín en varios roles. Tengo una anécdota al respecto: en 1992 fui Director General del Argentino (recordarán que fue la difícil etapa en el Rocha mientras se construía el nuevo teatro) y en Marzo repusimos el "Don Quijote" de Minkus que el Ballet tenía en repertorio; Esmeralda quería que Urlezaga fuera Basilio, y un factor puramente físico se interpuso: a los 16 años  el bailarín no tenía suficiente desarrollo físico para hacer un famoso desafío de esa coreografía de Marko Prebil: levantar a la bailarina con un brazo y mantenerla arriba, y no una sino dos veces; y Esmeralda quiso respetar la idea del coreógrafo y por eso no pudo Urlezaga bailarlo; Esmeralda lo lamentó porque creía mucho en él y le veía todas las cualidades para ese personaje.  Ya al año siguiente entra por concurso al Ballet del Colón (había estudiado en el ISA) y le dan roles de cierto peso. Luego empiezan los años europeos, durante los cuales visitó ocasionalmente Buenos Aires; incluso participó en el último año de temporada antes del cierre por refacciones del Colón (2006). Desde 2003 fue coreógrafo y con su propia compañía presentó espectáculos muy gratos como su adaptación de "Cascanueces". Fue varios años Director Artístico del Ballet Clásico Nacional, válida idea que fue lamentablemente disuelta en diciembre 2017. Ël declaró con cierto dolor que no fue invitado por el Colón después de su reapertura en 2010, pero sin embargo, cuando tomó la decisión de retirarse este año como bailarín en distintos lugares del país culminando en su ciudad natal, La Plata,  agradeció poder despedirse del Colón como Romeo; dos de las funciones fueron con él y en la segunda se le hizo un homenaje después de la representación; y ésa fue la función que elegí, la del 23 de septiembre. En ella tuvo como Julieta a Lauren Cuthbertson (debut), primera bailarina del Royal Ballet que había bailado con Urlezaga en varios ballets; ella comentó en una entrevista que Urlezaga había sido un excelente y generoso compañero, y se alegró de poder compartir esta despedida con él.

            Hubo siete representaciones entre el martes 18 y el martes 25 de septiembre, lo cual me parece lógico para una obra muy rica en contenido y difícil de montar, con gran variedad de personajes y muchas escenas de ardua compaginación. Resultó evidente que los repositores habían trabajado duro y al menos en la función que presencié todo estaba muy trabajado y ensayado, con muy buen rendimiento en las escenas de numerosos bailarines. Creo injusto no mencionar a los principales artistas que no estuvieron en la noche que elegí: Macarena Giménez, Emilia Peredo Aguirre y Camila Bocca como Julieta; Juan Pablo Ledo y Maximiliano Iglesias como Romeo; Jiva Velázquez como Mercucio. Además, Edgardo Trabalón (Teobaldo), Noemí Szleszynski (Lady Capuleto), Gerardo Wyss (Benvolio y Paris), Eliana Figueroa (Rosalinda), María Rosa Magán (Nodriza), Roberto Zarza (Fray Lorenzo), y Laura Domingo (amiga de Rosalinda).

            De aquí en más, daré un relato conjunto del desarrollo del ballet y de los intérpretes. La Escena I del Acto I se ambienta en el Mercado, y hay grandes contrastes en ella. De paso, no es dato menor que toda la obra, además de los bailarines, necesite (en esta versión y en el Colón), nada menos que 47 figurantes.  Tras una introducción con temas relacionados con los amantes, Romeo hace un breve solo nocturnal  ofreciendo una serenata a Rosalinda, su amor del momento. Luego la calle despierta, y vemos una Danza de la mañana con cada vez más bailarines. Como lo mencioné, creo exagerada la marcación de las Prostitutas, que se ofrecen a Montescos y Capuletos, y se mezclan con abundantes Mujeres del Mercado y figurantes de ambos sexos, que meramente caminan u ofrecen mercancías.  La presencia de Montescos y Capuletos pronto lleva a una querella turbulenta de duelo múltiple que lleva a heridos y algún muerto, hasta la aparición del Príncipe que conmina a los jefes de familia a darse la mano y prometer conservar la calma. Ya en esta escena el encono y el odio son evidentes, así como la vena humorística y provocadora de Mercucio y la iracundia malvada de Teobaldo, muy bien interpretados por Emanuel Abruzzo y Nahuel Prozzi, y el fuerte carácter de  Lord Capuleto (Igor Gopkalo) y Lady Capuleto (Natalia Saraceno); tanto Lady Montesco (Claudia Pereyra) como Lord Montesco (Martín Foronda) son menos agresivos; por otra parte, no vuelven a intervenir en la obra. Escalus, Príncipe de Verona: así figura en Shakespeare y en el ballet. Tiene el temible poder de mandar al exilio a quien le desobedezca, lo que en esa época podía convertir a un noble en un mendigo. Escalus es en ballet un mimo, no un bailarín; lo interpretó Adrián López correctamente.  De  paso, el ballet conserva los apelativos en inglés de Lord y Lady, inexistentes en Italia, donde se los llamaría Condes o Duques.

            En la siguiente escena, En casa de Julieta, al principio tenemos una aniñada e inocente Julieta que juega con su Nodriza (Norma Molina), con quien tiene una relación más tierna y afectiva que con su madre, mujer altiva y distante; la nodriza a su vez la protege y el personaje está tratado más como mimo de carácter humorístico y muy tradicional; Molina la interpreta de ese modo con convicción. Pero la cosa cambia cuando entran los padres de Julieta y le presentan al noble Paris, con quien pretenden que se case; ella queda desconcertada y reticente. A Gerardo Wyss le toca este personaje, atraído por la joven belleza de Julieta, con la que baila un  hesitante Pas de deux.  Ya en esta escena se empieza a perfilar la refinada personalidad de Cuthbertson, entre la niñez y el despertar del deseo sexual; espigada, liviana, aérea, ya se adivina en ella lo que rendirá después.

            La breve Escena III, Fuera de la casa de los Capuleto, muestra a los invitados a la fiesta en un Minué, y como es baile de máscaras, allí están tres Montescos: Romeo, Mercucio y Benvolio, en tren de travesura peligrosa, con coreografía humorística.

            Escena IV, En la sala de baile, es extensa y de numerosos concurrentes. El famoso número "Máscaras", es el Prokofiev irónico, seguido del Allegro pesante de la Danza de los caballeros. En la liviana Danza de las damas, Julieta tiene lucimiento coreográfico, demostrando Cuthbertson la espléndida técnica del Royal Ballet, y luego moderando el tempo ella danza con Paris. Y enseguida tiene un gran solo donde puede desplegar su talento (Variación de Julieta). En los minutos siguientes, escudados en sus máscaras, Mercucio se divierte y se mofa de los presentes (brillante Abruzzo) y Romeo, que viendo a Julieta ha sentido el famoso flechazo, baila con ella el "Andante tenero" en el que le declara su amor. Todo esto ha sido arriesgado y provocativo, y en cierto momento Teobaldo reconoce a Romeo y quiere atacarlo; se lo impide lord Capuleto. Como en la Escena III, los visitantes pasan al umbral de la casa, Escena V (la escenografía baja un telón) y bailan la breve Gavota proveniente de la Sinfonía Nº1, "Clásica".  A partir del Madrigal, un Urlezaga que hasta entonces se había manejado con cierta displicencia (incluso en el combate de la Primera Escena), empezó a dar expresividad a su baile, como si se contagiase de Cuthbertson.

            Escena VI. Ante el balcón de Julieta. Tiene tres partes; en la primera Julieta está en el balcón y sueña románticamente con Romeo; en la segunda Romeo tiene su variación, "Andante amoroso", bailada con calidez y técnica segura por Urlezaga, pero es en la tercera, "Danza de amor", donde se explicita el ardoroso amor adolescente y donde la empatía de los bailarines se hizo evidente; ella con una flexibilidad a toda prueba, él con impecable seguridad en los difíciles enlaces y desenlaces de la muy expresiva coreografía, hasta que en el minuto final se van diciendo adiós y la música se hace delicuescente.

            El Acto II se inicia con una Primera escena   dedicada a Festividades callejeras y se inicia con una Danza popular, Allegro giocoso. Luego Romeo y Mercucio danzan, y enseguida la Danza de las cinco parejas con un conjunto adicional de metales, y otra Danza con mandolinas (demasiado tenues en la orquesta, los mandolineros sólo bailaron). Sólo los tres minutos finales de los quince de esta escena son narrativos, cuando entra la nodriza trayendo una carta de Julieta y es burlada y hasta manoseada por los tres compinches (Mercucio, Benvolio y Romeo), en un detalle algo burdo de la coreografía, pero en el último minuto la Nodriza entrega a Romeo la carta, y éste lee: Julieta lo cita para casarse en la capilla de Fray Lorenzo. O sea que la determinación definitiva la toma Julieta en un gesto de enorme independencia.

            La muy breve escena II ocurre en la capilla donde se casan los enamorados (Julieta llevada por la fiel nodriza); primero llega Romeo, luego ella; Fray Lorenzo los casa, todo con música severa y serena. Julián Galván interpretó al franciscano con mucha  sobriedad; no es un rol danzable, sino de mimo.

            La Escena III retorna a las festividades en la plaza del Mercado, y durante los primeros minutos sigue el jolgorio, con música jubilosa y muy danzable para conjuntos grandes. Hasta que aparecen Teobaldo y otros de los Capuleto y ante la actitud impertinente de Mercucio lo reta a duelo. Romeo vuelve de la boda e intenta pacificarlos en vano iniciando una secuencia musicalmente extraordinaria: vertiginosa, sarcástica y luego trágica: Teobaldo mata arteramente a Mercucio por la espalda, Romeo se bate con Teobaldo y lo mata en buena ley; pero sabe que deberá exiliarse. La coreografía de Macmillan habrá tenido la asesoría de buenos espadachines y es muy ardua; en ella sentí cómodos a Abruzzo y a Prozzi pero no a Urlezaga. Sí creo que los gestos que Macmillan indica para la agonía de Mercucio no son convincentes. El Adagio dramático con el que se cierra el Acto es tremendo en su intensidad.

            El Acto III se inicia con una extensa Escena I en dos partes. Loa amantes han tenido su única noche de amor en el cuarto de Julieta. Y como es de imaginar, al llegar el alba se despiden: él debe irse de la ciudad (en teoría, hasta que reciba –si lo recibe- el perdón del Príncipe). Es un pas de deux desesperado, donde la entrega mutua no doblega la determinación de Romeo de cumplir con su exilio; aquí  Cuthbertson fue conmovedora: ya es mujer plenamente y cada movimiento suyo tuvo una penetración psicológica pocas veces vista, ayudada por pasos de baile concebidos con gran sensibilidad por el coreógrafo. Pero la segunda parte es terrible de otra manera: entran los padres con Paris y la conminan a casarse con Paris; ella se niega, ellos amenazan con desheredarla. Paris, que la quiere, se siente muy herido, pero es el Padre quien la zamarrea violentamente. Cuando se queda sola, angustiada, decide ir a ver a Fray Lorenzo. A esta altura Cuthbertson es una magnífica bailarina dramática.

            En la breve escena siguiente, Fray Lorenzo le entrega un brebaje que le inducirá una catalepsia durante la cual parecerá muerta. El programa del Colón dice que "Romeo, advertido por fray Lorenzo, regresará por ella en la noche", pero eso no sucede y de allí el final trágico. Si un Interludio nos llevó a la celda de fray Lorenzo, otro nos retorna al cuarto de Julieta.

            Escena III: cuando los padres y Paris vuelven, ella finge aceptar casarse con Paris. Los padres y Paris lo creen y consideran que la rebelión de ella ha pasado, ya que nada saben de su relación con Romeo. Pero al quedar sola, tras minutos de angustia reflejada en pasos muy naturales y expresivos, ella se decide y toma la poción. Pasada  la noche, ocurre algo inesperado y quizá contraproducente: música alegre de mandolinas en la Alborada, y luego una Danza de las muchachas con lirios que en esta coreografía rodean a Julieta dormida; lo tomo como una alegoría de espíritus que la acompañan. Y luego la revelación: padres, nodriza y Paris la creen muerta.

            El breve Acto IV, Epílogo, sucede en la cripta, y no figura en el Colón como Acto separado sino como Escena IV del Acto III. Paris vela a Julieta; Romeo al entrar lo encuentra y lo mata, una crueldad innecesaria. Romeo, convencido de la muerte de su amada, se envenena poco antes de despertar Julieta. Ella no lo soporta y decide morir con él y así juntar sus almas para siempre. Fueron cristianos para casarse antes de tener relaciones, pero al suicidarse violan un principio básico del cristianismo. Sin embargo, creen que sus almas estarán juntas para siempre. Y en esto se parecen a mitos como el de Tristán e Isolda. La música de Prokofiev es desoladora y admirable, y la coreografía nos muestra la tragedia que no debió ocurrir. Recuerdo que en las películas memorables de Castellani y Zeffirelli sobre la tragedia de Shakespeare había una explicación: una cuarentena por un brote de peste impedía a Fray Lorenzo comunicarse con Romeo. Urlezaga  estuvo muy expresivo, pero lo asombroso fue  el control muscular de Cuthbertson, que parecía totalmente exangüe en brazos de Urlezaga.

                        Sin duda un espectáculo de calidad, que prestigió la temporada. Y de paso, hizo recordar la pasión de los rusos por Shakespeare incluso durante el comunismo: magníficas películas sobre "Hamlet" (música de Shostakovich), "Rey Lear" y "Otello".

            Resta referirme a Enrique Arturo Diemecke  dirigiendo a la Orquesta Estable. Pocos parecen haberse percatado que la gran noticia está en que en vez de la Filarmónica tocó la Estable, acérrima en contra de intervenir en ballets durante décadas. Es verdad que la música de Prokofiev está en una muy alta categoría y resulta un desafío ejecutarla bien, no como Minkus. Pero de todas maneras algo cambió. También es cierto que la temporada de ópera es misérrima y deja baches que pueden llenarse con ballets o conciertos; puede ser un motivo. Sea como fuere, bienvenida la Estable en esta tarea. Y así Diemecke interviene en todo: conciertos, ballet y ópera. Qué más quiere.  En general director y orquesta hicieron un buen trabajo, aunque mejorable: estridencias de trompetas, algún desajuste, mandolinas flojas. Pero también muchos pasajes de  buen ritmo y de vigoroso transcurso…si no se compara (p.ej., la muerte de Mercucio con lo que hacía Rostropovich). Me gustaron especialmente en el gran Pas de deux del primer Acto y en el Epílogo.

               En lo personal, además de las películas nombradas recordé la muy lejana de los años treinta de "Romeo y Julieta" con Norma Shearer y otros grandes actores, y una conmovedora puesta del Old Vic visitando Washington en 1956 con Claire Bloom y John Neville. E incluso una más modesta pero válida en castellano en Chile donde mi cuñado Franklin Caicedo hizo un notable Mercucio. Sí, el tema nos llega al corazón como teatro, ballet, ópera, film o concierto. El amor víctima de antagonismos sin salida. Como en "Hiroshima mon amour".

            Al final, como ocurrió con Olmedo y Parente, hubo un emotivo homenaje  a Urlezaga, donde recibió el cerrado aplauso del público y múltiples ramos de flores de autoridades y familia. Se lo merece. Buena suerte en su carrera coreográfica de aquí en más.

Pablo Bardin

miércoles, octubre 03, 2018

La Filarmónica por dos más Rossini Sacro

            Roberto Minczuk es un distinguido director brasileño; colega cercano de Kurt Masur, debutó con la Filarmónica de New York en 1998 y en 2002 fue Director Asociado después de haber trabajado con Masur y Maazel. Director emérito de la Sinfónica Brasileira (Rio de Janeiro) y director laureado de la Filarmónica de Calgary, Canada, luego de diez años como su director musical. Con esta última realizó el ciclo completo de sinfonías de Mahler, toda una proeza. Ha dirigido más de cien orquestas, entre ellas la Filarmónica y la Sinfónica de Londres, la Filadelfia y la Cleveland. Actualmente es director de la Orquesta Municipal del Teatro de San Pablo, su ciudad natal, y Director de la Orquesta Filarmónica de New Mexico, Estados Unidos. Ha dirigido antes a nuestra Filarmónica y su retorno es bienvenido.

            El programa fue un poco corto, ya que sumó unos 68 minutos. Hubiera sido bueno añadir algo antes del Concierto para trombón de Launy Gröndahl, y siendo danés, hubiera funcionado bien la obertura "Helios" de Nielsen iniciando la velada. Recientemente me referí a la Sinfonía para trombón y orquesta de Bloch y lamenté que hubiera pocas obras orquestales con trombón solista, ya que es un instrumento de grandes posibilidades expresivas. La elección del gran trombonista Jesper Busk Sörensen, miembro de la Orquesta Filarmónica de Berlín desde 2009, es lógica ya que él también es danés y el Concierto de Gröndahl es una obra grata y bien escrita, aunque no más que eso. Una aclaración: mi computadora no tiene la manera danesa de poner diéresis (una "o" atravesada diagonalmente), de modo que adopto la alemana. Gröndahl vivió entre 1886 y 1960 y fue más conocido como director de la Orquesta de la Radio Danesa, con la que hizo notables versiones de las sinfonías de Nielsen, que como compositor.  (También existió la compositora noruega Agathe Gröndahl, que sobre todo produjo canciones). Obra neoclásica, tonal y concisa (15 minutos), se inicia con un "Moderato assai ma molto maestoso" que opone un tema sincopado a otro más lírico; luego, la bella melodía de "Quasi una leggenda (Andante grave); y como Finale, un recitativo Maestoso seguido de un  Rondó brillante que al final vuelve a citar el tema sincopado del primer movimiento. Por cierto se nota que Sörensen ha sido discípulo de Michael Mulcahy de la Sinfónica de Chicago, ya que los trombones de esa orquesta son considerados los mejores del mundo. Tanto por la calidad tímbrica como por la perfecta articulación fue un placer escuchar a Sorensen. Su alta figura escandinava y su dominio sereno de un instrumento difícil lo convierten en embajador convincente de los valores del trombón. Estuvo muy bien complementado por Minczuk y la Filarmónica que dieron el marco adecuado para apreciar este Concierto, probablemente en primera audición. Llamó la atención la pieza extra tocada por Sorensen, una transcripción de un fragmento del "Dichterliebe" ("Amor de poeta") de Schumann, para  lo cual apareció un pianista en la orquesta acompañándolo suavemente. La noble melodía sonó admirablemente en el trombón. De paso, encontré en mi catálogo RER de CDs dos grabaciones del Concierto de Gröndahl: Lindberg, dir. Segerstam; y Slokar, dir. Shambadal.

            En estas recientes semanas ocurrió algo notable: se pudieron escuchar las Sinfonías Nos. 10, 11, 12 y 15 de  Shostakovich, y no estamos en Rusia. Salvo la 12, por orquestas nuestras: la 11 por la del Teatro Argentino, la 15 por la Sinfónica Nacional, y la 10 en este concierto que comento.  Señal de  que está avalada su condición de gran sinfonista, más allá de que la calidad sea despareja. Pero la crítica está de acuerdo en considerar a la Décima como la mejor, o tan buena como la más famosa Quinta. Y yo agregaría  la impresionante madurez prematura de la Primera. Creo que se impone repetir la difícil y enigmática Cuarta, para una orquesta gigante, y la Octava es muy valiosa y también espera turno desde hace mucho; ¿el año próximo?  Y la 13, con  su fuerte denuncia y texto de Evtushenko, sobre "Babi Yar", la terrible matanza antisemita.

            Pero entretanto, la poderosa Décima se pudo escuchar en una convincente y muy bien ensayada versión en la que Minczuk mostró su garra, conocimiento y concentración, con tempi levemente más rápidos que los más habituales. La Filarmónica sigue estando en  muy buenas condiciones y todos los sectores respondieron con eficiencia, además de algunos solos  de primer orden. Shostakovich compuso la Décima apenas unos meses después del fallecimiento de Stalin, su Némesis, y hay múltiples detalles que reflejan su sensación de estar liberado, pese a que el régimen estaba todavía muy lejos de la era Gorbachov (un hombre de estado de gran talento al que los rusos desprecian: prefieren a gente como Putin, tiranos disfrazados de demócratas). Un primer movimiento muy extenso y rico en materiales diversos, opuestos con un sentido dramático y una intensidad sobrecogedora. Un Scherzo breve y feroz, retrato de Stalin y de los años bajo Stalin según confesó el autor. Y en el tercer movimiento, como en el Cuarteto Nº8, aparece el motivo D-S-C-H (re, mi bemol, do, si), asociado con el compositor, y otro amoroso, que representa a su discípula Elmira Nazirova (como cuenta en sus útiles notas de programa Gustavo Fernández Walker). Y el cuarto va desde la oscuridad lenta de sus primeros minutos a un júbilo donde vuelve a figurar el DSCH. Señales sutiles, pero señales al fin, de que Shostakovich, tras años de sufrimiento, respìraba nuevos aires. Tras la Sinfonía Nº9, de 1945, denostada por liviana y "formalista" (definida como cualquier cosa que no fuera propaganda soviética), el autor dejó el género y se dedicó a otras tareas creativas: suites de ballet, coros y canciones, cantatas socialistas, música para cine ("Pirogov", "El inolvidable año 1919", "La joven guardia"). Sin embargo hubo también obras recoletas de gran calidad artística en las que se refugió: los monumentales 24 preludios y fugas para piano (sobre el modelo bachiano pero personalísimos) y los Cuartetos Nos. 3, 4 y 5: en ellos la creatividad del compositor siguió viva y auténtica, sin política. Pero tras reprimir su deseo de escribir sinfonías, la Décima reafirmó su genio y ello no tardó en ser reconocido en Occidente (una de las primeras grabaciones fue la de Mitropoulos con la Filarmónica de New York y me la reveló), como había ocurrido en su momento con otras suyas: las Nos. 1,5, 6 y 7 tuvieron notables versiones grabadas en Estados Unidos en la época de los discos de bakelita de 78 rpm. Las décadas pasaron y Shostakovich es hoy  autor de repertorio en todos lados.

 

            El concierto Nº14 del abono de la Filarmónica tuvo, lugar el 27 de Septiembre y fue dirigido por su titular Enrique Arturo Diemecke, con el pianista Sergio Tiempo como solista del Concierto de Grieg.  Como la obra de fondo fue la Segunda Sinfonía de

Sibelius, lamenté que un programa báltico no se hubiera completado con otra obra de la zona, de Nielsen o de algún compositor sueco, ya que hay varios valiosos  muy descuidados aquí. No obstante, el director eligió un sorprendente op.1: la suite del ballet "Panambí" de Ginastera (en rigor, op.1A: el ballet es Op.1). Lástima que aquellos que estamos en contra del lado payasesco de Diemecke hayamos tenido que tolerar absurdos comentarios presuntamente humorísticos o poéticos antes de cada parte del programa, con muchos "maravilloso", cosa que a cierto sector del público le parece gracioso y a mí me arruina los primeros minutos de cada obra que dirige hasta que me calmo. Pero en fin: el asombroso talento de Ginastera a los 21 años me volvió a conquistar, ya que "Panambí" está entre sus mejores obras del período inicial, se acepte o no (yo la acepto) la descripción del propio compositor: "nacionalismo objetivo". Yo estaba mal ubicado en la extrema derecha de fila tres, pero al menos una cosa es distinta: en ese lugar se escucha lo que hacen los contrabajos en cualquier obra en vez de ser un fondo armónico como ocurre desde fila 10 o 15. Y comprobé que los de la Filarmónica (9, incluso 3 contratados) son muy buenos.  El programa de mano debería haber aclarado cómo se denominan los fragmentos elegidos para la suite, pero los comentarios de Diego Fischerman ayudan: menciona la "asombrosa modernidad y el desenfreno de  ´Invocación a los espíritus poderosos´ y la exquisita contención de ´Lamento de las doncellas´".  También, "un uso preciso, original y paroxístico de la percusión"; y yo añadiría, un pulso de malambo, pese a que se evoca una tribu del Norte. La versión fue muy buena, con Diemecke enérgico y entusiasmado.

            Hace unos años García Caffi se animó a iniciar el abono de la Filarmónica con la presentación de un muy precoz talento: Natasha Binder, hija de Karin Lechner, tocó con precisión a los 9 años el Concierto de Grieg y dejó atónita a la audiencia. Sin duda reflejaba la disciplinada preparación de su madre y su abuela, Lyl Tiempo (hija de Antonio De Raco). Lyl estuvo casada con Jorge Lechner  y años después se casó con Martín Tiempo; Sergio es hijo de ambos y tío de Natasha en esta única familia de artistas. El temperamento de Sergio es muy distinto al de Karin, pese a que tocan con frecuencia juntos en dúo de pianos; muy dotado, con gran facilidad natural, es brillante pero suele perder el autocontrol, lo cual se refleja en frecuentes cambios de tempo donde no está marcado y velocidades excesivas que llevan a errores. Puede frasear con mucho lirismo y solucionar pasajes virtuosísticos  admirablemente, pero también hay pasajes sucios y atropellados. Un pianista excitante pero desparejo. Y no me extraña que Diemecke haya tenido alguna dificultad en seguirlo: hubo varios momentos de desajuste. La pieza fuera de programa nos hizo escuchar a otro intérprete: con gran refinamiento Tiempo nos dio la Consolación Nº3 de Liszt mediante un sonido perlado y una melodía moldeada con buen gusto (es que el propio Liszt no cae aquí en el kitsch que se observa en ciertas pìezas de puro virtuosismo). Curiosamente apreciaba mucho el Concierto de Grieg, tan distinto a su manera de componer, y lo estrenó en Roma.  Pero…hubo un tema que me molestó mucho y ojalá me equivoque: el sonido del piano era enorme y pareció artificial. Tiempo tiene mucha fuerza tocando; sin embargo, esto era distinto, sonaba a amplificado. Lo cotejé con la impresión de un colega que estaba en el extremo izquierdo y a él le pareció lo mismo. Si es verdad, estamos ante un gran error de criterio; ¿del pianista o del Colón? Puede aceptarse con moderación en una guitarra, jamás en un piano. Cuando a principios de temporada un cantante italiano exigió amplificación en el Coliseo lo protesté; con más razón en el Colón, acústicamente notable. Si alguien puede aclarármelo  con certidumbre, lo agradeceré.

            La Segunda sinfonía de Sibelius es la más tocada de las siete y se entiende: es una obra de envergadura con cuatro movimientos a cual mejor en estructura e ideas, siempre de gran originalidad. Discrepo de aquellos que hablan de la influencia de Tchaikovsky: el lenguaje sibeliano es opuesto. Su manera de lograr una extraordinaria variedad a partir de muy simples elementos, su don de llevar la música a grandes e inevitables climax, su orquestación tan innovadora, su evocación de la naturaleza finlandesa, el uso magistral de los silencios, todo esto está en la Segunda y de modo arrasador. Es cierto que la Cuarta es todavía más innovadora, que la Primera ya es asombrosa, que la Quinta tiene un último movimiento genial, que la Séptima está armada con admirable síntesis, pero la Segunda en buenas manos es una de las grandes sinfonías de la historia. Escrita en 1901-02, marca una manera tan original de imaginar una sinfonía como las de Mahler, con quien no tiene la menor ligazón.

            Debo decir que Diemecke estuvo en un alto nivel de concentración y demostró conocer a fondo hasta el mínimo detalle. Además sus tempi fueron los justos y respetó las indicaciones del compositor con bastante fidelidad. Salvo quizá alguna estridencia de trompetas, la ejecución fue un muy considerable logro. Curiosamente hace bastante tiempo que no escuchaba la sinfonía y seguirla con partitura fue un placer, ya que detalles muy interesantes pudieron ser apreciados en esta versión. Quedará como una de las recordables.

 

ROSSINI. PETITE MESSE SOLENNELLE

 

            Para cualquier persona interesada en la ópera ya es lugar común la incógnita de porqué Gioacchino Rossini decidió renunciar al género después del estreno de "Guillaume Tell" en 1829.  Mi opinión, que puede o no ser compartida, es que por un lado era un hombre rico y respetado que no necesitaba  seguir lidiando con divas, divos y directores de teatro, y por otra porque se dio cuenta de que su estilo estaba siendo reemplazado por otro,  el de la grand´opéra a la Meyerbeer. De allí en más vivió cómodo en un barrio lujoso y alejado del centro de París, visitado por múltiples personalidades y pasándola bien. Sin embargo, hubo dos actividades suyas creativas muy distintas: por un lado, la amplísima colección de los "Péchés de  vieillesse" ("Pecados de  vejez"), con frecuentes títulos humorísticos que parecen  casi de Satie. Y por otro, dos obras religiosas separadas por décadas: el Stabat Mater de 1841 y la "Petite messe solennelle" ("Pequeña misa solemne"), escrita ya sexagenario en 1863; y en ambas es fiel a su estilo, aunque el Stabat Mater tiene en ciertos pasajes un dramatismo que pocas veces logró en sus óperas y es considerado una obra maestra. La que me ocupa es de otro orden: fue pensada para un círculo íntimo, con acompañamiento de dos pianos y un armonio. Sólo después la orquestó, pero funciona mejor como fue concebida.

            La estrenó en marzo 1864 en los salones de la Condesa Louise Pillet Will y curiosamente entre los invitados estaban los compositores de moda: Meyerbeer, Auber, Thomas. Las damas fueron las hermanas Carlotta y Barbara Marchisio, notables intérpretes rossinianas; los hombres ya estaban en otros autores como Verdi. Los pianistas fueron Georges Mathias, alumno de Chopin, y Andrea Perussi, y en armonio un casi adolescente Albert Lavignac, que se haría famoso como teórico y maestro de D´Indy y Debussy. Y el Coro estaba integrado por estudiantes del Conservatorio de París seleccionados por Auber.

            Según el programa del Colón, la obra se dio en conmemoración de los 150 años del fallecimiento del compositor. Es bastante extensa, unos 75 minutos, y se dio sin intervalo, lo cual me parece atinado. El programa olvidó consignar el Kyrie-Christe-Kyrie inicial y coral. El compositor va alternando texturas vocales para que el transcurso tenga variedad y contraste. Como sucede en las misas, el Gloria pasa por diferentes enfoques: enfático en el breve Gloria in excelsis Deo coral, un trío solista en Gratias agimus tibi, tenor en Domine Deus, dúo femenino en Qui tollis peccata mundi, bajo en Quoniam tu solus sanctus y espléndido coro en Cum Sancto Spiritu. Fue muy superior la calidad de las damas, Jaquelina Livieri (soprano)  y Guadalupe Barrientos (mezzosoprano), con respecto a los caballeros: Maximiliano Agatiello, de voz leggiera, llegó a los agudos con alguna dificultad en el decidido carácter de marcha rápida de su solo; y me asombró el deslucido trabajo de Mariano Gladic, a quien he visto en varios trabajos operísticos con timbre de barítono rotundo y expresivo; su Quoniam, bella pieza muy melódica, fue opaco y de escaso volumen. Muy buena la tarea del Coro Estable del Colón preparado por Miguel Martínez. Y los pianistas Eduviges Picone y Marcelo Ayub tocaron con solvencia sus acompañamientos, apenas apoyados por el armonio (Felipe Delsart sólo tuvo en el Gloria oportunidad de tocar blandos acordes).

            El Credo es de particular interés y mayor densidad de ideas. El Credo in unum Deum combina al cuarteto con el coro en una trama expresiva y compleja. El intenso Crucifixus fue cantado por Livieri con singular belleza tímbrica y fuerte impulso. Y Et resurrexit es poderoso y brillante, nuevamente combinando el cuarteto con el coro. Las contribuciones de Agatiello y Gladic fueron mejores que en sus solos y las damas estuvieron muy bien, y el Coro, convenientemente acotado en cantidad, cantó con claridad y potencia los contrapuntos de un Rossini que no olvidó sus estudios de juventud. Se intercala ahora un Preludio religioso donde sí pudo lucirse el armonio en una música severa y contenida, ajena al gran órgano. Como una unidad se combina luego un Ritornello orquestal con un sintético Sanctus, un Benedictus sereno y un Osanna rítmico, todo coral y cantado con firmeza.

            Se intercala un no habitual O salutaris hostia cantado por la soprano (muy bien Livieri), y termina la obra con un imponente Agnus Dei para mezzosoprano y luego la solista con coro. Aquí Barrientos largó su imponente volumen como si fuera Amneris con grande y hasta excesiva expresividad (creo que Rossini necesita un canto más contenido) pero de indudable impacto, y el Coro colaboró con entusiasmo. Este Agnus Dei es sin duda una pieza de gran inspiración. Sumando los logros de otros fragmentos, la Pequeña Misa no es tan pequeña, y si bien no alcanza el nivel del Stabat Mater, fue muy bienvenido que se programara aunque el ciclo se llame sinfónico-coral y esto no lo es en su versión original. Los pianistas y el ejecutante de armonio siguieron contribuyendo lo suyo con eficiencia.

Pablo Bardin