miércoles, junio 26, 2019

Elina Garanca, la gran cantante del año

            Hasta que pude apreciar en vivo el arte de Elina Garanca la admiré a través de DVDs en  "Cenerentola", "Carmen" y "Samson et Dalila", y me pareció extraordinaria en los tres personajes. (Lamento que mi computadora no tiene el circunflejo al revés que va sobre la c de Garanca). Como ocurrió con Netrebko el año pasado, el Colón acierta en traernos esas grandes figuras que no han venido antes; y como lo expresé entonces, les sale mucho más barato que traerlas para una ópera, ya que un concierto o dos nada tiene que ver financieramente con cuatro funciones de ópera (los abonos) donde hay que traer cantantes de buena calidad para no desentonar, más el costo de la puesta en escena. Aparte de la gran dificultad de lograr que vengan por al menos tres semanas contando los ensayos, cuando generalmente tienen casi todo cubierto durante cuatro años y el Colón  programa año a año según el grado de mediocridad política que siempre vivimos desde hace décadas. De modo que ésa es la Argentina que tenemos y hay que conformarse con tener a estas figuras en un concierto, es mucho mejor que nada y da un enorme placer estético al melómano.

            Hay un problema y es el repertorio elegido: ella nos dio verismo, ópera francesa y zarzuela, pero faltó algo esencial: bel canto. Y no podemos saber si volverá, aunque haya tenido un  cálido éxito y ella pareció muy contenta. Por cierto, ojalá vuelva y podamos escucharla en bel canto bufo y dramático; no estoy seguro que Verdi  (salvo Eboli) o Wagner sea lo adecuado para una voz muy firme y bella pero de otras características. Y quizá también la escuchemos en Mozart y Strauss. Nació en Letonia pero no parece atraída por el repertorio ruso (el idioma es muy distinto y hay inquina política),

            Teniendo en cuenta la importancia de la visita uno esperaría encontrarse con una biografía en el programa extensa y abarcativa, no las miserables 18 líneas que ni empiezan a darnos una idea de su carrera. Vale la pena mencionar algunas cosas mencionadas en la entrevista que le hizo Gianera en La Nación. Un accidente doméstico le rompió una costilla y hasta hace unos días le dolía respirar; sin embargo, se declara segura de estar curada para cuando cante en Buenos Aires, y en verdad si hubo dolor no se notó. "Garanca se inició dirigida por el maestro Nikolaus Harnoncourt" (uno de los maestros que nunca vino aquí). En realidad fue su primer contrato importante, no el inicio. "Vinieron después las colaboraciones memorables con Netrebko en ´I Capuleti e i Montecchi" de Bellini y en ´Anna Bolena´ de Donizetti".  Ella vive varios meses por año en España y tiene gran afinidad con lo latino y en particular lo español. Definiciones: "Un pianissimo de Verdi es muy diferente de uno de Mozart. En el verismo hay cierto fraseo que se utiliza para exagerar emociones y esa característica no se puede aplicar en la música francesa. Hay que conocer esas diferencias". "Canté de todo: barroco, Mozart, Berio, Strauss, Berg. Lo peor que puede hacer un cantante es especializarse en un repertorio" (justo por eso esperaba yo un  recital más variado).

            Está casada con el director británico nacido en Gibraltar Karel Mark Chichon (¡sin acento!), quien  ya tiene una valiosa carrera y a veces trabajan juntos. Unos pocos datos: Ópera en el Met, Viena, Berlín, Munich, Roma, Madrid, Barcelona; conciertos con la Sinfónica de Londres, la del Concertgebouw. Fue titular de la Sinfónica Nacional de Letonia de 2009 a 2012, y supongo que allí tomó contacto con Garanca (los padres de ella son músicos y es lógico que ella mantenga sus contactos aunque viaje mucho); 2006-9, titular de la Sinfónica de Graz (Austria); y desde 2017 con contrato hasta 2023, la Filarmónica de Gran Canaria.

            Volviendo a Garanca, nació en Riga el 16 de Septiembre 1976; estudió en Riga, Viena, y en Estados Unidos con Virginia Zeani, gran Violetta y esposa de Rossi-Lemeni. Dio sus primeros pasos en Meiningen (la ciudad de Brahms) y Frankfurt, hasta que cantó Annio con Harnoncourt en 2003, en 2006 se "graduó" al gran rol de Sesto en la misma ópera, "La clemenza di Tito". En 2008 llega con su Rosina de "El Barbero de Sevilla" al Met. A partir de 2005 graba para Deutsche Grammophon óperas de Vivaldi, Rossini, Bellini, Mozart y Massenet, y discos de arias ("Bel Canto") y canciones ("Aria Cantilena", "Habanera").

            Garanca por mera presencia impone su belleza tanto en el rostro como en su silueta; le gusta el deporte: equitación, submarinismo. Su voz tiene una condición ideal: la emisión es sana y límpida en los tres registros; y el timbre resulta muy grato. Si a ello se añade una musicalidad intensa pero controlada, un notable control del "fiato" (respiración) y una comprensión de distintos estilos, estamos ante una artista en lo alto de su carrera. Suele haber cantantes que tardan en llegar a su mejor voz en un recital; ella no: la primera obra está plenamente lograda, y así continúa hasta la última; y agrego las piezas fuera de programa. No se le nota nerviosismo. Tiene esa cualidad rara hoy en día: el buen gusto, como otra mezzo soprano que aquí fue muy apreciada: Frederica Von Stade. Garanca es claramente mezzo, no contralto. No sé si canta Octavian; creo que ya hace diez años lo hubiera podido hacer, tiene la voz perfecta para ese rol, pero si no lo interpretó creo que ya no lo hará; lo mismo vale para Cherubino. En cambio la creo una excelente Dorabella o Sesto en esta etapa de su vida. Quiere hacer Kundry dentro de dos años y allí dudo: es una voz de buen volumen pero no le noto los timbres trágicos y hasta guturales que necesita. Ella no llega al enorme sonido de Christa Ludwig o Cossotto.., pero ellas no podían cantar Cenerentola. Sí creo que debe de ser una muy buena Eboli de "Don Carlo": tiene los agudos, la brillantez y el dominio de los ornamentos. Y debería cantar "La Favorita" de Donizetti. Y "Maria Stuarda".

            Vayamos al concierto. Enrique Arturo Diemecke dirigió a la Filarmónica de Buenos Aires y eligió piezas muy efectivas y que llegan al público para darle descansos a la cantante. La Obertura de "Orphée aux Enfers" de Offenbach (mal escrito "·Orfée" en la página de programa), si bien al parecer fue armada por otro, alterna pasajes rápidos y  divertidos con melodías atrayentes y con solos que permiten el lucimiento de clarinete, violoncelo, oboe y violín (y en efecto, todos tocaron admirablemente). Al final escuchamos el famoso can-can (llamado galop infernal en la obra), donde trombones y trompetas estuvieron afinados y sólidos. Están de juerga en el Hades. Ahora la llamamos opereta, pero figura en el libreto como ópera mágica ("féérie"). La Obertura de concierto fue luego compaginada quizá por el autor (no está claro); en la grabación completa dirigida por Plasson hay Obertura pero apenas dura tres minutos y medio, no diez minutos como la que escuchamos en el Colón.

            Entrada fuertemente aplaudida de Garanca en un traje negro muy elegante aunque sobrio. Y un total contraste con el más puro verismo: "Voi lo sapete" de "Cavalleria rusticana" de Mascagni. Expresiva, sin exagerar, clara en su articulación italiana, e impecable en su línea de canto, fue un notable comienzo. Luego ocurrió algo imprevisto: una mezzo cantando un aria de soprano y haciéndolo con gran soltura: "Io son l´umile ancella" de "Adriana Lecouvreur" de Cilea; es cierto que la tesitura no es muy aguda, pero se la sintió cómoda en todas las frases y capaz de refinados momentos, llegando a la culminación con facilidad y bello timbre.

            "Samson et Dalila" de Saint-Saëns estuvo presente dos veces: en la « Bacanal », y retrocediendo, en ese « Mon coeur s´ouvre à ta voix" ("Mi corazón se abre escuchando tu voz") durante el cual Dalila engatusa a Samson con exquisita sensualidad. El compositor conocía bien el mundo árabe (escribió una muy lograda "Suite argelina") y supo darle a esta Bacanal la ambientación de un  pueblo pagano en una fiesta de alcohol y parejas orgiásticas; con melodías y ritmos pegadizos y una orquestación imaginativa, es excelente en su tipo y la Filarmónica la tocó muy bien, dándole Diemecke su exacto carácter. Y como ya ocurriera en el Primer Acto con "Printemps qui commence", "Mon coeur…" es música sensual, atmosférica, en la que Dalila conquista a Samson (en la ópera se mezcla con los "Dalila, je t´aime" de Samson); comenté tiempo atrás la versión del Met con Garanca como una Dalila envolvente, y aquí se corroboró. La artista con sutiles gestos fue añadiendo detalles de gestos teatrales que la sacaron de la rigidez de estar siempre parada en el mismo lugar, y en su fraseo hubo detalles tímbricos que delineaban al personaje.

            La Primera Parte completó la sorpresa con respecto a "Adriana Lecouvreur": ahora fue la Princesa de Bouillon (mezzo) en su "Acerba voluttà", cuya primera parte es violenta y rápida pero luego se dulcifica y ralentiza cuando evoca su amor por Maurizio; y la cantante dio ambos climas con gran convicción y fuerza, cada vez más teatral.

            Toda la Segunda Parte fue dedicada a España, por españoles o por un francés. Diemecke eligió la Danza Española Nº1 de "La vida breve" de Manuel de Falla y esta vez no acertó: la versión fue pesada y con demasiado fortissimo. Soy de aquellos que defienden a la zarzuela; creo que hay mucha linda música en las mejores y tengo nostalgia de la época en la que había temporadas de zarzuela en el Avenida. Garanca, que tiene gran admiración por el arte de Victoria de los Ángeles y Teresa Berganza, es una digna émula y las canta con evidente placer. Esta vez vino con un vestido luminoso que condice con su cabello rubio. En el aspecto puramente musical fue impecable y comunicativa, aunque su español tiene algunos baches (sílabas exactas al lado de otras borroneadas en su articulación), y eligió muy bien las piezas. Tengo debilidad por "El barberillo de Lavapiés", de Francisco Asenjo Barbieri, escrita en 1874, y una de las más refinadas. Es famosa la Canción de Paloma, con sus ornamentos y pegadiza melodía; Garanca la hizo con calidad y bastante actuada. "De España vengo" es el fragmento célebre de "El niño judío" de Pablo Luna (1879-1942), con sus gorgoritos en el sector inicial y en el final, con una playa serena y contemplativa en el medio, aunque enamorada de esos ojos negros gitanos; Garanca se regodeó en los pasajes que la revelaron posesora de una técnica envidiable.  Cabe aquí expresar que Diemecke siempre acompañó a la artista con mucha solvencia y cuidado, bien secundado por la Filarmónica.

             Y finalmente, esa "Carmen" de Bizet que es uno de los grandes personajes de Garanca. La decisión de empezar con el Preludio al Primer Acto fue controversial tal como lo hicieron; los que no conocen bien la ópera aplaudieron después de la parte ritmica y alegre, pero el Preludio sigue con ese ominoso episodio lento en menor que predice un triste final. En la ópera se abre el telón y se escucha el coro "Sur la place"; aquí vino lo inesperado: con los últimos compases del Preludio apareció Garanca-Carmen  y apenas finalizado el Preludio empieza la muy lejana Habanera (que además es plagio de "La Paloma" de Yradier), inoxidable gran momento que en sus estrofas refleja la manera de ser de la gitana; con toda naturalidad Garanca la cantó en buen francés y con perfecta afinación (no es fácil, la melodía es cromática descendente). Y luego inesperadamente se sentó en el podio, mientras se iniciaba la "Chanson Bohème", que va ganando velocidad hasta el paroxismo; se levantó luego, y hacia el final el virtuosismo de la artista entusiasmó al público. Y lo remató con un breve baile.

            Las cuatro piezas fuera de programa estaban decididas de antemano; el éxito iba a ser grande y la cuarta iba a ser "la última", dicho por ella. La Filarmónica y Diemecke acompañaron con soltura, estaba bien ensayado. Ella no es ni humilde ni soberbia sino una diva bien controlada, que habla en castellano con el público y les cuenta que  ciertos roles le aburren y que quiere darse el gusto de cantar un aria zarzuelera que era preferida de Domingo. Me desilusionó en una cosa: no hubo bel canto sino más zarzuela y luego dos canciones; pero todo fue muy lindo e igual me fui a casa contento.

            Primero, "Carceleras", una brillante aria de "Las hijas del Zebedeo" de Chapí, que le permitió volver a demostrar su agilidad vocal. Por si les intriga saberlo, Zebedeo era el padre de los apóstoles Santiago el Mayor y Juan. Luego, el favorito de Domingo, "No puede ser", de "La tabernera del puerto" de Sorozábal; es bien de hombre pero ella no se arredró y lo cantó como si lo fuera, con todo entusiasmo. Y luego las canciones: una versión lenta, sutil y tierna de "El día que me quieras", de Gardel y Le Pera ("cantada con todo mi corazón"), y "Granada", la más brillante canción de Agustín Lara, para un final a toda orquesta y un estruendoso aplauso de despedida. Ella miraba mucho hacia las localidades más altas y mandaba besos. Que no se crea que aprendió Gardel para esta gira: las dos canciones están en el CD "Sol y vida".  Adiós, Elina Garanca, y que haya retorno…con bel canto.

Pablo Bardin 

 

Mozarteum, Nuova Harmonia y Conciertos De Mediodía

            Continúan sus temporadas las dos instituciones más importantes: el Mozarteum Argentino en su ciclo de abono y en sus Conciertos de Mediodía gratuitos, y Nuova Harmonia, tambien en su abono. Comentaré seis conciertos en este orden: Mozarteum, Nuova Harmonia, Conciertos de Mediodía.

 

MOZARTEUM ARGENTINO

 

            Estaba anunciado en el programa anual el debut en Buenos Aires de la Orquesta Sinfónica de Beijing, pero ocurrió algo insólito: de repente y sin dar explicaciones la gira sudamericana fue cancelada. Si sólo fuera Argentina la damnificada podría creer que fue una venganza por el papelón de cancelar la visita a China y Corea del Sur en la transición entre cancilleres: Malcorra afuera, Faurie adentro; pero otros países también se llevaron el chasco. Ante la emergencia se logró el retorno de la Orquesta de Cámara de Munich, amiga de nuestro Mozarteum, y así este notable organismo nos visitó por quinta vez. Y con el interesante debut local de la pianista francesa Lise de La Salle. Recordando situaciones similares, creo que el Mozarteum descartará en el futuro a la Sinfónica de Beijing y les doy la razón; hay actitudes que no se pueden tolerar, ya que armar un abono es cosa seria y toma mucho tiempo y trabajo.

            La biografía de la Orquesta en el programa de mano tiene un pequeño error; la orquesta vino seis veces, no cinco, y lo sé porque presencié todas las visitas. La fundó Christoph Stepp en 1950 y estuvo en Buenos Aires el 14 de Mayo de 1955. Cuando regresó fue el 21 de septiembre de 1960 dirigida por Hans Stadlmair, que estuvo al frente desde 1956 a 1994, y fue para el Mozarteum en el Museo de Arte Decorativo; también para el Mozarteum, los escuché el 4 de septiembre de 1965. No tengo la fecha del cuarto concierto, también con el Mozarteum; quizá fue durante la dirección de Christoph Poppen (1995-2014). La última fue hace dos años, ya en la etapa en la que su director principal es Clemens Schuldt; pero he aquí lo curioso, éste no vino ni entonces ni ahora, y muy obviamente  fue y es el excelente concertino Daniel Giglberger quien la "dirige" mientras toca. Y la excelencia de los intérpretes proviene de rigurosa selección y tan detallados  ensayos que con inclinaciones de cabeza y tocando con todo el cuerpo la unidad es total.

            Como pasa en la Europa de hoy, el cosmopolitismo se nota en los apellidos; no sólo alemanes/austríacos, también japoneses, latinos, eslavos, ingleses y celtas. En esta gira a las 19 cuerdas se adicionaron 2 oboes y 2 cornos, suficientes para las obras tempranas de Mozart; las otras partituras que trajeron son para cuerdas. Probablemente en Europa, y según el programa, adicionan otros vientos y alguna percusión.

            La sutil Serenata op.20 de Edward Elgar lo representa en su modo más sereno, suavemente romántico y melodioso; obra temprana, de 1892 (35 años), reelabora las Tres piezas para cuerdas de 1888, escritas durante la etapa en la que Elgar, buen violinista, tocaba en Worcester, a orillas del Río Severn. Curiosamente la Serenata recién se estrenó en 1896 y no en Inglaterra sino en Antwerp (Bélgica). Una versión noble y tranquila nos puso de grato humor.

            Siguió lo más interesante de esta visita: la gira (dentro de la cual por algún malabarismo lograron estar en el Colón el 11 y el 13 de mayo)  incluía a la pianista francesa Lise de La Salle, que así debutó en la CABA. Su biografía nos dice que lleva más de 15 años de carrera internacional y basta mencionar que ha dado conciertos con las Sinfónicas de Chicago y Boston, la Sinfónica de Londres, la Dresden Staatskapelle, la Accademia Nazionale di Santa Cecilia o la NHK de Tokyo para indicar que es una artista muy reconocida a alto nivel. Nació en Cherbourg (Normandie) en 1988, se formó en el Conservatorio de Música y Danza de París, ganó varios concursos y grabó para Naïve discos muy bien  recibidos.  Se presentó en Buenos Aires con el concierto más importante de la etapa inicial mozartiana: el Nº9, en Mi bemol mayor, K.271, llamado "Jeunehomme" hasta hace poco; como lo pone la página del programa, lo correcto es "Jenamy", y lo explica en detalle Claudia Guzmán en su comentario (que desgraciadamente no todos lo leen, incluso críticos, que luego comentan el concierto sin mencionar ese cambio). Curiosamente el error provino de Wyzewa y Saint-Foix, autores de un monumental estudio de las obras de Mozart que tengo en francés y he consultado con frecuencia; ellos lo publicaron en 1912. Jamás se halló "un rastro de aquella misteriosa Jeunehomme"; en 2003 "el musicólogo austríaco Michael Lorenz" siguió "la pista escrita por Mozart en dos de sus cartas, quien refería en la primera, fechada en enero de 1777, que acababa de completar un concierto ´para la Jenamy´". En otra carta relató que en París "se había encontrado a cenar con Noverre y ´Madame Jenamy´". Sí, el famoso coreógrafo Noverre; Jenamy era el apellido de casada de la hija mayor de Noverre, "colaborador y amigo de Wolfgang" (supongo que en el ballet "Les petits riens"). Ella fue una notable pianista que residió varios años en Viena. Lorenz especula que Mozart quiso hacer de Victoire Jenamy "una prima donna instrumental" en una época en la que pocas mujeres tocaban el piano en público. Pero además el Nº9 es famoso porque su principio tiene algo que no aparece en ningún otro concierto mozartiano: tras una grácil frase orquestal, el piano contesta completándola; y así, dos veces, antes de que la orquesta continúe su habitual introducción de los temas principales; en cierto modo hace pensar en el comienzo insólito del Cuarto concierto de Beethoven, con una tierna melodía pianística breve anterior a la entrada de la orquesta. Fue un concierto favorito del propio Mozart, que lo tocó con frecuencia, y sus innovaciones tienen que ver con el talento de la Jenamy. El Andantino en tono menor es lo más expresivo que escribió el compositor en muchos años; y el final se inicia con un rutilante Rondó Presto de gran dificultad, "de repente interrumpido por la aparición de un inesperado y grácil Minué", quizás un homenaje a Noverre, antes de que el Presto retorne y nos lleve al cierre del Concierto.

            Y bien, ya desde el principio Lise de La Salle nos ofreció un timbre delicado y una muy natural manera de afrontar las variadas melodías y los ornamentos mozartianos.  Luego cantó con fina expresividad el movimiento lento y atacó el Rondó con un virtuosismo sorprendente, quizá más Prestissimo que Presto, para luego acariciar al Minué como un interludio antes de la carrera final a la meta. Sin duda una pianista de gran categoría, acompañada con extrema limpidez por una orquesta que se entendió con ella en cada fraseo. Y como demostración de su origen, la pianista nos dio como extra una deliciosa versión de uno de los Preludios más lindos de Debussy, "La fille aux cheveux de lin" ("La niña de los cabellos de lino").

            Después del intervalo el goce del espíritu quedó muy relegado cuando se escuchó "Company", para orquesta de cuerdas, una obra de 1983 del minimalista Philip Glass, cuya música rara vez me atrae. Quizá fue una primera audición. Sus cuatro partes duran en total diez minutos y son música incidental para la puesta escénica del poema en prosa de Samuel Beckett; "intentan plasmar sonoramente el espacio cerrado, mínimo, en el cual se encuentra el protagonista de la obra". Glass lo publicó como Cuarteto Nº2 y tiene esta versión alternativa para orquesta de cuerdas. Bien tocada, por supuesto, pero no siento ninguna empatía con este lenguaje.

            Con el retorno a Mozart volvió el placer, a través de su notable Sinfonía Nº29, junto con la dramática Nº25 la mejor de las tempranas, ya que es K.201 (tenía increíbles 18 años). La compuso en Salzburgo pero después de haber estado en Viena y escuchado varias sinfonías del gran Haydn. La 29 tiene innovaciones de textura, armonía y ritmo, y mantiene su interés en todo momento. Fue excelente la versión de la Orquesta de Munich, tanto en lo técnico como en el estilo  bien madurado.

            Las piezas fuera de programa estuvieron muy bien elegidas y añadieron a la calidad global de la velada. El extraordinario movimiento final de la más sorprendente de las sinfonías "Sturm und Drang" (el movimiento proto-romántico de Schiller pasado a la música) de Joseph Haydn: la Nº44, "Trauer" ("Fúnebre"), cuyo intenso dramatismo prefigura a Beethoven y está entre lo más genial que compuso, estimuló a la Orquesta, que guiada por Giglberger puso alma y vida en una ejecución incandescente. Y para terminar, un Reger anómalo, lejano a la seriedad bachiana y densa de la mayor parte de sus obras: el Andante Lírico, escrito en 1898 a los 25 años y muy raramente grabado y tocado. Me pregunto si será la obra que  dirigieron Scimone en 1964 y Janigro en 1966 (quien la tocó fuera de programa); Scimone la llamó Intermezzo lirico. Reger subtitula a su Andante así: "Liebestraum", "Sueño de amor", como famosas piezas para piano de Liszt. Reger raramente escribió música con encanto romántico, pero en este caso lo hizo: es una pieza atrayente, y la Orquesta la tocó con todo afecto.

 

            El 10 de junio estuve presente para el segundo concierto de la Irish Chamber Orchestra (Orquesta de Cámara Irlandesa) con Jörg Widmann como director y clarinetista. No pude apreciar el primer concierto, con un programa que me atraía más, porque ese día los Virtuosi di Kiev se presentaron en el ciclo de Nuova Harmonia.  Pero el mero hecho de obligar a artistas y al Mozarteum a dar sus conciertos en dos lunes revela la ingrata influencia del Director Ejecutivo del Colón, Martín Boschet, quien no da fechas lógicas como antes siempre se tuvieron, y así complica el calendario del Mozarteum y encarece los costos. Ese primer programa también tenía el Concierto para clarinete de Mozart, pero las otras partituras eran distintas: de Widmann, Sexteto para cuerdas "180 pulsos por minuto"; de Mendelssohn, la Obertura "Las Hébridas" y la Sinfonía Nº3,  "Escocesa". 

            Lamento que la "biografía" de la orquesta sea tan parca en el programa: no da ni fecha de origen, ni trayectoria, ni en qué ciudad está situada (presumo que Dublín, en Eire). Sí figura que Widmann es su director desde 2012. En cuanto a Widmann, recuerdo que Barenboim incluyó obras suyas con su orquesta (la WEDO), y también que su hermana, la violinista Carolin Widmann, fue invitada por el Mozarteum. Y tengo la impresión de que él ya vino aquí pero nada dice al respecto el programa. Puedo aseverar que la Orquesta es anterior a 1998 porque dos discos de música de autores irlandeses editados por una oscura compañía llamada Black Box figuran en mi catálogo de CDs del año 2000.

            El prestigio de Widmann ha logrado que grandes figuran sean invitadas a tocar con esta orquesta, y además realizó giras por Europa, Australia, Corea del Sur, China y Estados Unidos. No puedo aprobar que participe en festivales de rock. Es una auténtica orquesta de cámara en cuanto a su orgánico, perfecto para las sinfonías de Haydn o Mozart: 40 integrantes: 18 cuerdas, 8 maderas, 9 bronces y un timbalero. Pero mirando más en detalle los bronces, cuatro trompas y tres trombones no corresponden a las sinfonías clasicistas; aunque sí a Mendelssohn y Schumann, generalmente tocados con mayor cantidad de cuerdas; o a obras modernas que se atienen a esa integración  (quizá en Irlanda el orgánico cambie según lo programado). Sea lo que fuere, lo cierto es que estos 40 sonaron en obras de Widmann y Schumann como si hubieran muchos más, quizá porque la orquesta estaba ubicada sobre el foso tapado y tenía justo delante de la gran cortina un telón pintado que en realidad era una caja de resonancia; la música se escuchó poderosa y sin estridencia.

            Widmann tiene un impresionante currículum; toca los conciertos de clarinete con las más famosas orquestas; las sonatas para clarinete y piano con Schiff o Barenboim; los quintetos para clarinete y cuarteto con el célebre Cuarteto Hagen. Además es o fue compositor residente con orquestas como la Boston o la Gewandhaus de Leipzig; y en los últimos años fue extendiendo su actividad como director de orquesta con valiosos organismos como los de Radio Baviera o Radio Berlín. Con proteico talento y enorme energía en Buenos Aires fue compositor, director y clarinetista.

            El comienzo no pudo ser mejor, ya que escuchamos el Concierto para clarinete en La mayor, K.622,  de Mozart, en un nivel superlativo tanto en el solista como en la orquesta. Y es el mejor concierto para ese instrumento que existe. También, y resulta un  dato importantísimo, es la última composición que Mozart pudo terminar, y asombra su belleza serena, sin angustia. A Mozart le fascinaba el sonido del clarinete, y en recientes años se lo había perfeccionado con llaves y mejorado los graves; se había fabricado un clarinete bajo  "que producía una tercera mayor más grave que el clarinete en La". En la actualidad los clarinetes tienen esas notas y el ahora llamado clarinete bajo llega más grave aún. Mozart escribió tanto el Concierto como el Quinteto para clarinete y cuerdas para Anton Stadler, el más hábil ejecutante en Viena; lamentablemente el estreno del Concierto fue póstumo. El Allegro fluye en ese modo inimitable que sólo Mozart tuvo en sus obras más logradas; el Adagio, de lirismo contemplativo ideal; y el Allegro final, un Rondó-Sonata de considerable dificultad y sostenida belleza. La manera de tocar de Widmann es tan natural que todos los registros quedan unidos y los pasajes más arduos brotan espontáneos; los graves son especialmente redondos y plenos. Lo curioso fue observar  cómo "dirigió": sólo algunas miradas y gestos que parecieron insuficientes pero  que se reflejaron en una orquesta de completa eficiencia y perfecto ritmo.

            Siguió "Con brio", obertura de concierto de Widmann, resultado de intervenir en un desafío propuesto por Mariss Jansons cuando era director de la Orquesta de Radio Baviera en 2008 a varios compositores: "reflexiones de aproximadamente 10 minutos que refirieran a una sinfonía de Beethoven en particular en términos de forma, de concepto o del material utilizado".  Widmann se inspiró en la marcación "Con brio" "colocada por Beethoven en el cuarto movimiento de la Séptima sinfonía y en el primer Allegro con brio que inaugura la Sinfonía Nº8". Y agrega Widmann: en las sinfonías mencionadas "la orquestación es especial; no hay cuatro cornos o tres trombones sino dos cornos, dos trompetas y timbales, con los cuales él logra ese increíble ´ruido´. La orquestación reducida es la verdadera razón que le permite desatar tal furia musical". Conceptos de Widmann que me dejaron pensando, ya que no son los habituales. ¿Qué hizo él a partir de esas ideas? Diez minutos de tremenda fuerza, con grandes golpes de orquesta seguidos de silencios, y luego mezclados con las citas de los movimientos mencionados. Ritmos muy intrincados, grandes contrastes, fortissimos que parecen provenir de una orquesta mucho más amplia, disonancias extremas. Conviene mencionar que Widmann es discípulo de Henze y Rihm. La orquesta respondió con gran profesionalismo a las exigencias indudables. Un colega muy memorioso, Donato Decina, es el que me recordó el estreno por Barenboim y la WEDO, y afirmó que las dos versiones fueron bastante distintas.

            La Segunda Parte estuvo dedicada a una obra que no asocio con las orquestas de cámara; la compleja Sinfonía Nº2, en Do mayor, op.61, de Schumann. Mi sorpresa fue que en ningún momento sentí que faltara densidad de textura ni de volumen; quizá dependa de que todos toquen con profunda entrega y convicción y óptima preparación. Y es aquí donde Widmann demostró ser un director de orquesta con tremenda energía y algo personal que aportar. Schumann la creó en un período de  intenso nerviosismo durante el cual había estudiado el contrapunto de Bach. El primer movimiento se inicia con un Sostenuto assai, un solemne motivo unificador, pero luego viene un Allegro ma non troppo que el compositor describió así: "temperamental, caprichoso y refractario". El Scherzo es un moto perpetuo de gran vigor rítmico y contrastado con dos tríos más lentos y tranquilos, pero el Scherzo al retornar es todavía más rápido y brillante. El movimiento lento, Adagio expresivo, resulta amplio y lírico pero hacia el final tiene un inesperado fugato. El movimiento final tiene un ímpetu poderoso, aunque las últimas páginas se hacen demasiado densas. La obra la estrenó en la Gewandhaus de Leipzig nada menos que  Mendelssohn. En la versión que escuchamos nunca decayó la concentración y el respeto por lo escrito; fue una versión para recordar. En los saludos finales resultó evidente la empatía entre los ejecutantes y su director y la alegría colectiva de los músicos y de su director por el entusiasmo del público.  Pese a sus defectos la Segunda de Schumann emociona y convence en buenas manos.

 

NUOVA HARMONIA

 

            El año pasado hubo en el abono un concierto de violín y piano  con artistas italianos; este año también lo hubo. No son conocidos aquí, debutaron, pero hace muchos años que trabajan juntos, probablemente con  un repertorio bastante fuera de lo común como el que trajeron a nuestra ciudad. Francesco D´Orazio (violín) y Giampaolo Nuti (piano) en efecto innovaron, pero casi sin vanguardia; dos de las obras, la primera y la última, son de repertorio del siglo XX: la Suite Italiana de Stravinsky y la Segunda sonata de Ravel. Las otras cuatro obras nunca las escuché en vivo, quizá fueron primeras audiciones: "Dos piezas" de Luciano Berio,  "Improvviso ´Un diavolo sentimentale" de Nino Rota, "Road Movies" de John Adams y "Graceful Ghost Rag" de William Bolcom. Se agradece la ocasión de conocerlas, valen la pena. El concierto tuvo lugar en el Coliseo el 24 de mayo.

            Leyendo el currículum de D´Orazio sorprende que aquí no lo conozcamos y me incluyo: en particular es impresionante la cantidad de conciertos para violín y orquesta que estrenó, italianos y extranjeros. Y fue solista con orquestas famosas, como la London Symphony, la BBC Symphony, la Accademia di Santa Cecilia (¡es increíble que la "biografía" del programa incluya a orquestas italianas en inglés!; ello demuestra que todo proviene de agencias británicas o de Estados Unidos o las hacen en inglés en Italia). Vale la pena mencionar su larga asociación con Luciano Berio. Giampaolo Nuti es florentino (D´Orazio, de Bari), con formación en piano, clave, música electrónica y dirección. Si bien interpreta los conciertos tradicionales, ha demostrado especial interés por los del siglo XX. Con D´Orazio grabó  Schnittke, Busoni, Ravel, Rota y Berio. También, para el sello Stradivarius  música de Barber, incluso algunas obras en primera grabación.

            En suma, son dos artistas inquietos y renovadores. En cuanto a D´Orazio, a mí me sucede que me importa mucho el timbre de un violinista, más allá de su habilidad técnica, y encuentro que el de D´Orazio me resulta algo seco, sin redondez. Fuera de ello, es un intérprete seguro y con especial empatía con lo jazzístico o con la moderada vanguardia de las piezas de Berio. En cuanto a Nuti, toca impecablemente, con especial énfasis en el ritmo, y está muy bien coordinado con el violinista.

            La Suite italiana de Stravinsky nació por practicidad; se basa en fragmentos de su magnífico ballet neoclásico "Pulcinella" de 1919 y salvo el Scherzino, todo proviene de la suite del ballet. El compositor era buen pianista y con el violinista Samuel Dushkin hizo una gira por Estados Unidos en 1933 donde la incluyó (también hay una versión alternativa para violoncelo y piano). No voy a negarlo, me gusta mucho más la versión para orquesta de cámara, con su tan imaginativa orquestación y posibilidad de rellenos y contracantos; de todas maneras, es una obra que trasmuta Pergolesi (y pseudo-Pergolesi) de manera muy personal e inteligente; la Serenata  y la Gavotta con dos variaciones  permiten cantabilidad, la Tarantella y el Scherzino, brillantez.

            Los "Due pezzi" de Berio son obra temprana y el autor reconoce la influencia de Dallapiccola en forma ambigua: "yo entré dentro del universo ´melódico´ de Dallapiccola, pero a la vez ellas (las melodías) me permitieron escapar de él". Dato interesante de las notas de programa de Carlos Singer: "compuestas en 1951 y revisadas en 1968, las ´Due pezzi´ fueron estrenadas en el festival de Tanglewood por el artista al que están dedicadas, Lorin Maazel". En efecto, Maazel también fue violinista, y su interés en Berio quedó demostrado como director cuando después estrenó la  ópera "Un Re in ascolto" en el Festival de Salzburgo.  Hay mucho del melodismo "a la Dallapiccola" en la primera pieza, "Calmo", y el "Quasi allegro, alla marcia" en cambio parece más abrupto y experimental.

            Nino Rota es conocido ante todo por la música que compuso para las películas de Fellini, con su tono agridulce característico. Aunque compuso muchas más para otros cineastas (¡un total de 150 incluso las de Fellini!), Rota también escribió óperas y obras de cámara u orquestales. El "Improvviso" (la "Improvisación") denominado sarcásticamente "Un diablo sentimental", está bien descripto por Singer: "página muy ágil y vivaz, de incesante, vertiginosa movilidad pero que no desdeña algún momento más tierno".

            John Adams es uno de los mejores minimalistas y a él se le deben óperas como "Nixon in China" o "Dr.Atomic". Las "Road Movies" ("Películas de carretera") datan de 1995; fueron comisionadas por la Library of Congress de Washington D.C., cuya pequeña sala de concierto ofrece música de cámara de alto nivel (cuando yo viví en esa ciudad tenían como cuarteto en residencia al famoso Budapest). Los títulos de dos de las tres piezas son jazzísticos: "Relaxed groove" ("Groove relajado"; "groove" es una palabra difícil de traducir pero se refiere a aquel que siente el jazz de un modo muy instintivo) y "40% swing"; ambas son "músicas de viaje" con ritmos balanceantes o movidos. La del medio, "Meditativo", tiene aire de blues y es muy grata. Los intérpretes se sintieron  cómodos en esta música tan americana.

            William Bolcom tiene mi edad (80) y está muy ligado a diversos tipos de jazz o de pre-jazz, como podría llamarse al rag, ese estilo que también atrajo a Stravinsky. "Graceful ghost rag" ("El rag del fantasma agraciado") es su rag  más difundido. Singer: "existen docenas de versiones"; en este concierto se escuchó  "un arreglo realizado en 1983 que añade material al original pianístico"; "su carácter evoca una melancólica tristeza directamente relacionada con su fuente de inspiración, el padre de Bolcom". Se conoce poco de Bolcom aquí, salvo "la banda sonora de ´El Golpe´". Pero escribió óperas, diez sinfonías, conciertos, "música para piano y un vasto número de canciones". Me resultó muy atrayente este rag, admirablemente captado por los artistas. Agrego que hubo una versión anterior  dentro de "Three ghost rags", 1970-71; "Graceful ghost ", "Poltergeist" y "Dream shadows" ("Sombras ensoñadas").

            La Segunda Sonata de Ravel (la Primera es obra muy de juventud y raramente tocada) es una obra maestra de difícil gestación, ya que la escribió entre 1922 y 1927; la estrenaron Enescu y el propio Ravel. El compositor consideraba incompatibles a los dos instrumentos: "lejos de tratar de equilibrar sus diferencias, yo enfaticé esa incompatibilidad mediante su independencia". En efecto, el Allegretto inicial contrasta motivos tocados por un instrumento con los del otro. El siguiente Blues (Moderato) tiene un encanto particular y es bitonal. Y el Allegro final es un endiablado Perpetuum Mobile del  violín mientras que el piano añade un contramotivo con ideas del primer movimiento. Muy buena versión por parte de ambos artistas.

            En las piezas extras fueron generosos más allá del buen aplauso y completamente crossover  y jazzeros en las primeras dos: versiones de salón de dos joyas de grandes jazzmen: "AH-LEU-CHA" de Charlie Parker y "Sophisticated Lady" de Ellington. Pero volvieron al final a un gran compositor italiano de vanguardia con "Per Caterina" de Bruno Maderna.  Un interesante concierto en verdad.

           

ORQUESTA DE  CÁMARA KIEV VIRTUOSI

           

            Ante todo, nuevamente se llama orquesta de cámara a lo que es una orquesta de cuerdas; el primer apelativo incluye vientos y a veces percusión.  Este  grupo es muy nuevo, data de 2016; fue creado por Dimitri Yablonsky con los mejores músicos ucranianos, ganadores de varios premios internacionales. Curiosamente quien la fundó es moscovita; tiene una importante carrera como violoncelista y director de orquesta.

            El programa fue cambiado; se mantuvieron dos obras, "Adagio y fuga" de Mozart y la Sinfonía Nº 10 para cuerdas de Mendelssohn, pero el Concierto Nº 2 para violoncelo de Haydn fue sustituido por el Concierto para violoncelo de Henri-Gustave Casadesus. Y en la Segunda Parte, el Cuarteto Nº 14, "La muerte y la doncella", de Schubert, en su adaptación para orquesta de cuerdas (probablemente la de Mahler) fue sustituido por dos obras: el estreno de "Seascapes" del ucraniano Alexei Shor, y la Suite Holberg de Grieg.

            La primera obra fue muy discutida; su autor real fue Henri-Gustave Casadesus, pero se pretendió que lo fuera Johann Christian Bach. Lo tengo grabado en un viejo vinilo por Joseph Schuster y Franz Waxman dirigiendo la Filarmónica de Los Angeles. El estilo no suena para nada a Johann Christian, gran creador del rococó, y más bien se parece a Carl Philip Emmanuel, mucho más moderno para la época en su segunda etapa creadora. Pero sigue siendo un típico ejemplo de cómo en el temprano siglo XX se conceptuaba la música del Barroco tardío o del primer clasicismo (lo mismo vale para las obras "al estilo de" escritas por Fritz Kreisler). No está mal hecho y permite al solista lucirse en los movimientos rápidos y cantar en el intermedio con una bastante buena melodía, pero creo que es hora de dejar atrás estos remedos. Yablonsky, alto y muy ancho, es sin duda un violoncelista de jerarquía  y de gran experiencia; lástima que no eligió algo de mayor calidad, puesto que después no tocó.

            No hace mucho me referí al "Adagio y fuga" de Mozart en su versión para cuarteto (la tocó el Petrus); ahora se escuchó en conjunto de cuerdas; más allá de mayor densidad y el agregado de contrabajos que meramente doblan a los violoncelos, la obra conserva su admirable esencia. Por un lado la avanzada armonía del Adagio, por otro la asimilación del contrapunto bachiano en la Fuga. Una buena ejecución permitió comprobar el profesionalismo del grupo, que no es muy grande (algo más de 20 ejecutantes).

            Mendelssohn, en un alarde de talento precoz, escribió 12  Sinfonías para cuerdas entre los 11 y los 15 años; la Nº 10, en tres breves movimientos tocados sin solución de continuidad, es de las mejores y ya en ellas se adivina al Mendelssohn adulto. Aquí los Virtuosi de Kiev estuvieron notables y la dirección me pareció bien orientada. 

            Después del intervalo tuvimos otro solista: el violinista Hayk Kazazyan, armenio vigoroso y flaco, de muy buena técnica y energía, tocó una obra de un armenio residente en Estados Unidos, Alexei Shor; los cuatro movimientos de "Seascapes" ("Paisajes marinos") equivalen a un concierto poemático romántico; liviano, podría haberse escrito hace un siglo, pero se deja escuchar con facilidad. La obra fluye con bastantes elementos virtuosísticos, muy bien aprovechados por el violinista, y Shor sabe dar colorido pese a la limitación de sólo cuerdas. Fueron sus partes: "Abandoned Lighthouse" ("Faro abandonado"), "Lonely Sail" ("Vela en soledad")), "Gathering Storm" ("Tormenta en ciernes") y "Summer Hall" ("Sala de Verano"); la música reflejó parcialmente estos títulos. Seguramente fue una primera audición.

            El concierto culminó con una muy grata y solvente interpretación de esa Suite de los tiempos de Holberg, en la que Edvard Grieg rindió homenaje al favorito dramaturgo del barroco noruego, con movimientos que en parte siguen las danzas de época y en parte añaden elementos bien noruegos.

            Yablonsky, muy acostumbrado a los Estados Unidos, donde pasa buena parte de su vida, rindió homenaje  en la primera pieza fuera de programa al mejor representante de la música crossover, Leroy Anderson, con ese vertiginoso "Fiddle-faddle", rápido, melódico y rítmico. Y luego, una rapidísima versión de "El vuelo del moscardón" de "El Zar Saltán" de Rinsky-Korsakov, en una adaptación para cuerdas. Así los brillantes músicos se despidieron dando alegría a los oyentes. En la obra de Rimsky el director los dejó tocar solos en un alarde de showman.

 

CONCIERTOS DE MEDIODÍA

 

            El 15 de mayo se asistió en la Ballena a un concierto de jerarquía poco común: dedicado a la "chanson d´art" alternando con música francesa instrumental compatible y con tres artistas de gran nivel: la soprano Carla Filipcic Holm, la flautista Maria Cecilia Muñoz y el pianista Fernando Pérez. Tres argentinos de nivel internacional, cada uno el mejor que tenemos en su especialidad. Filipcic Holm en Lieder y "chanson d´art", Muñoz en todo el repertorio de la flauta y Pérez como acompañante de cantantes pero también sonatista con violinistas y violonchelistas y camarista. Llamaron al programa "Enchanté", con  "chant" en negrita; encantado pero con canto. Varias de las obras son raramente presentadas. Cabe aclarar que la soprano tiene un bastante buen francés sin llegar a ser totalmente idiomática.

            Lo iniciaron con un impresionista menor, amigo de Debussy: André Caplet (1878-1925); aquí se conoció su obra más importante, la cantata "Le miroir de Jésus" ("El espejo de Jesús"), gracias a la Asociación de Conciertos de Cámara, el 8 de septiembre 1961, dirigido por Tauriello; merecería que se la exhumase. Escuchamos las "Dos piezas", "Rêverie" ("Ensueño") y "Petite Valse"; música simpática y liviana, escrita a los 19 años, tocada a la perfección.

            Fue un placer escuchar "Une flûte invisible" de Saint-Saëns, sobre una de las "Contemplaciones" de Victor Hugo; la obra fue escrita el año en el que murió el poeta. El comentario de Claudia Guzmán da una traducción, que reproduzco parcialmente: "Una flauta invisible suspira entre los huertos. La canción más tranquila es el canto de los pastores. ¡Amemos! La canción más encantadora es la del amor". La chanson es de un refinado lirismo y vuelve a demostrar el raro talento de ese compositor prolífico en todos los géneros; pero sus canciones son muchas y poco conocidas aquí. Sin embargo, conté 58 grabadas (incluso dúos) en mi catálogo CD 2000, y de la que me ocupa, versiones con voces muy distintas: Christa Ludwig, Kathleen Battle, Anne S. Von Otter, François Le Roux. Nuestros artistas, siguiendo el apelativo del concierto, encantaron al público.

            Entre las canciones de Debussy, pocas han sido tan polémicas como "Noël des enfants qui n´ont plus de maison" ("Villancico para  los niños que ya no tienen casa"), en la que el angustiado pacifista que era el compositor llora en forma de canción con texto propio el desastre de la Primera Guerra Mundial en una pieza rápida y urgente. Ha sido poco grabada; tengo la de Victoria de los Ángeles con piano y también la de Madeleine Gorge con Orquesta dirigida por Inghelbrecht; y hay versiones con coro de niños. Nuestros artistas reflejaron con autenticidad este "cri du coeur" ("grito del corazón"). Guzmán reprodujo parte del texto en el programa.

            Siguió el "Cantabile y Presto" para flauta y piano de George Enescu, escrito a los 23 años mientras estudiaba con Massenet y Fauré, piezas muy bien logradas y tocadas con sensibilidad y brillantez por Muñoz y Pérez. Enescu las dedicó al gran flautista Paul Taffanel.

            En interesante contrapunto se escuchó luego la versión de Caplet del mismo texto de Hugo, con título un poco cambiado: "Viens! Une flûte invisible soupire" ("¡Ven! Una flauta invisible suspira"). Creada en 1900, es menos sugerente (sólo voz y piano) aunque grata.

            Siguió una rara ocasión de escuchar chansons de Albert Roussel (1869-1937), autor valioso, conocido aquí por la Segunda Suite de "Bacchus et Ariane" y por sus Sinfonías Tercera y Cuarta; su estilo dejó atrás al impresionismo y es mucho más estructurado, rítmico y disonante. Sus "Dos poemas de Ronsard", op.26, tienen una característica muy rara: son para soprano y flauta, sin piano. Y siendo Roussel muy Siglo XX, recurre a un gran poeta cuyo nacimiento se produjo en 1524, pleno Renacimiento inicial, lejos de los grandes Luises. Y son poemas de amor; "Rossignol, mon mignon" ("Mi lindo ruiseñor") y "Ciel, aer et vens" (francés de la época; "Cielo, aire y vientos"). Es curioso, Roussel escribió muchas canciones en cada etapa de su vida creadora, pese a que su talento  se nota mucho más en obras como las que mencioné; sin embargo estos Poemas me resultaron hábilmente concebidos, respetando los versos y consiguiendo una notable "sociedad" entre la voz y la flauta. Y por cierto que soprano y flautista les dieron todo el relieve necesario.

            Gabriel Fauré compuso en 1898 la Fantasía para flauta y piano op.89 a pedido de Taffanel como obra de concurso, y por ello tiene gran dificultad: dijo el compositor: "me hundí hasta el cuello en escalas, arpegios y staccati". Lejos de arredrarse Muñoz la tocó con virtuosismo, bien apoyada por Pérez.

            Tuve dudas en cuanto a la última obra elegida, por un lado hacía demasiado largo un programa que no debería pasar de una hora, pero por otro favorezco fuertemente su versión orquestal: "Shéhérazade" de Ravel. Es obra temprana (28 años) sobre textos de "Tristan Klingsor", seudónimo de Arthur Léon Leclêre, y si bien evoca en el título a la famosa partitura de Rimsky-Korsakov, sus tres canciones nos dan una evocación oriental muy distinta…y nada wagneriana. Además hay un fuerte desnivel  entre la primera canción, "Asie", y las dos restantes, que sumadas duran menos. Es el relato de lo que  querría ver la cantante, no de una viajera, en esa Asia de los cuentos; la música varía según lo evocado, con melodías pentatónicas, momentos descriptivos de lo bello y lo que asusta. La espléndida orquestación es parte esencial del impacto de la obra, y por bien que se toque el piano (y Pérez estuvo extraordinario) uno añora los sonidos que Ravel supo concebir. Fue inteligente incorporar en la segunda canción, "La flûte enchantée" ("La flauta encantada"), la sinuosa melodía de la flauta tal como está en la versión orquestal; por supuesto la flautista no está en las otras dos canciones, pero aquí hizo un aporte que añadió un colorido muy especial. Por último, "L´indifférent"; bien dice Guzmán: "esa andrógina figura que despierta el deseo pasará finalmente de largo, dejando tras de sí un acorde complejo, un halo de languidez". Debo admitirlo, el trabajo de Filipcic Holm fue sin duda positivo, pero mi memoria volvió a Régine Crespin, cuya voz tenía volumen y belleza en su buena época en los tres registros; Filipcic Holm rinde mucho en los agudos pero necesita robustecer un poco el registro medio y bastante el grave para que su voz suene equilibrada en una obra que  exige tantos matices.

            La pieza fuera de programa fue una delicia: el vals de Poulenc "Les chemins de l´amour" ("Los caminos del amor"), texto de Jean Anouilh, en un arreglo que incorporó a la flauta, fue la mejor despedida posible de artistas admirables.

            Cabe lamentar que persiste el viejo problema de la Ballena: carece de sistema para poder ver los textos en una pantalla.

 

            El 22 de mayo, también en la Ballena, se desarrolló un concierto ubicado en otro plano aunque con algunos valores. Un grupo llamado Ensamble Ecléctico dirigido por Lucía Zicos ofreció un programa dedicado a dos compositores; Ottorino Respighi y Claudia Montero. Conviene aclarar que el Ensamble es un conjunto de cuerdas con 15 integrantes.

            La Tercera Serie de las "Antiguas danzas y arias para laúd" es para cuerdas y se escuchan con frecuencia; en cambio las otras son para orquesta completa y están lamentablemente dejadas de lado, ya que son tan dignas de conocerse como la Tercera. De esta última Zicos eligió la Siciliana, bien tocada. Respighi tenía gran afinidad con los poetas ingleses románticos, y tomó "The Sunset" ("El atardecer") de Percy Bysshe Shelley en la traducción italiana de Rinaldo Ascoli: "Il tramonto". Guzmán incluyó el texto bilingüe italiano-castellano en el programa, muy útil. Puede hacerse con un conjunto de cuerdas o con un cuarteto (lo tengo grabado por Jurinac con cuarteto). El poema, si bien evoca bellezas naturales en ciertos momentos, narra una tragedia: dos enamorados duermen juntos en el bosque, y a la mañana siguiente él ha muerto; ella vivirá cuidando a su anciano padre y nunca se consolará. La música de Respighi está exenta de toda exageración: crea climas de triste belleza con un recato noble. Florencia Machado (mezzosoprano) cantó sobriamente, con línea y buen gusto. Las cuerdas dieron adecuado respaldo.

            Claudia Montero es una compositora argentina que tiene éxito en España y que ha ganado varios Latin Grammys. De ella escuchamos primeramente "Ausencias", 6 minutos de esencia tanguera estrenados aquí en Diciembre 1991; me resultó grata aunque similar a otras obras crossover nacidas del entusiasmo por el tango. Luego se estrenó aquí el Concierto en Blanco y Negro para piano y orquesta de cuerdas, estrenado en 2017 en Galway, Irlanda. Si bien estuvo muy bien tocado por Natalia González Figueroa, encontré a los 20 minutos del Concierto repetitivos, crossover y con detalles baratos como los glissandi. No veo el porqué de su aceptación en Europa, ya que parece escrito  con recursos tomados del tango y de conciertos románticos que han cumplido un siglo.  Una pieza extra, el Rondó de una Sonata para piano, no cambió mi impresión; Montero podrá gustar al gran público pero no es una compositora relevante. Zicos es una hábil directora y su conjunto tocó bien.

Pablo Bardin  

​Ballet nacional de España, Colón por tres, Rusos en el Ópera

            Este artículo cubre tres espectáculos de ballet: el que ofreció el Ballet Nacional de España en el Coliseo; el que combinó tres breves ballets diferentes en el Colón; y el que presentó a bailarines rusos del Bolshoi, Mariinsky y Mikhailovsky en solos y pas de deux muy tradicionales en el Ópera.

 

BALLET NACIONAL DE ESPAÑA

 

            Se presentó el Ballet Nacional de España que dirige Antonio Najarro en el Coliseo para una serie de funciones desde el 11 al 16 de junio; presencié la del 12. Si bien fue en el Coliseo, supongo que porque su escenario es más grande y tiene mayor capacidad que el Maipo, lo presentó AMAJ (Asociación Maipo Arte Joven S.A.), que preside Lino Patalano y dirige Elio Marchi.

            El Ballet Nacional de España fue dirigido ya sea por una sucesión de Antonios o de mujeres desde su fundación en 1978. 1978-80: Antonio Gades; 1980-83: Antonio a secas (célebre bailarín flamenco); 1986-92: José Antonio (Ruiz); 2004-11: José Antonio (Ruiz); 2011-2019: Antonio Najarro. Y las damas: 1983-86: María de Ávila; 1993-97: un trío: Aurora Pons, Nana Correa y Victoria Eugenia; 1998-2001: Aída Gómez; 2001-2004: Elvira Andrés. Cuento esto porque el programa de mano, salvo la mención a Gades, es una apología del actual director y no da ningún otro dato. Por mi parte, no llevo archivo y no estoy seguro de haber visto a Antonio Gades con su propio ballet en una magnífica coreografía propia de "Carmen" en el desaparecido Odeón o si fue con el BN de España e ignoro si el Ballet hizo otra visita a la Argentina.

            En su reciente visita el BN de España vino así: asistente de dirección, Azucena Huidobro; directora adjunta, Gachi Pisani; más una maestra repetidora, una repetidora, una instructora de danza; y dos maestros de ballet. Bailarines principales: Esther Jurado, Francisco Velasco; Primeros bailarines: Aloña Alonso, Inmaculada Salomón, Sergio Bernal, Sergio García, Eduardo Martínez; Y Cuerpo de Baile con 15 bailarinas y 12 bailarines. No hubo tanta gente en escena pero puede ser que se turnen. Y los siguientes músicos en vivo: Cantaora: Saray Muñoz; Cantaor: Gabriel de la Tomasa; Guitarristas: Diego Losada, Enrique Bermúdez, Jonathan Bermúdez; percusionista: Roberto Vozmediano; Pianistas: Juan Álvarez, Juan Antonio Mata. Más un impresionante staff de administración  y apoyo técnico y físico: 37 personas.  Y 78 en total; una compañía a lo grande y claramente de ambición internacional. 

            Las grandes compañías del mundo son disímiles: las hay que tienen por objeto una amplia variedad de coreógrafos y estilos, como el American Ballet Theatre; otras que son fieles a su coreógrafo principal, como el New York City Ballet de Balanchine; las rusas que combinan la herencia de Petipa con obras del período soviético (en la actualidad con el énfasis puesto en coreografías no comunistas); y las que recalcan estilos de danza propios del país, como el BN de España. Lo que vimos a veces no se distinguía de una compañía de flamenco; nos visitaron muchas y  algunas fueron extraordinarias; y por supuesto con el Bolero de Ravel nos acercamos a esa escuela bolera de los Hermanos Pericet. Con todo, estuvieron a mitad de camino con respecto a compañías netamente folklóricas como Beriozka, magníficas en lo suyo.

            El programa tuvo cuatro coreografías; dos de Najarro; una de Mercedes Ruiz y una de Rafael Aguilar. El españolismo fue total. Apenas se abrió el telón el Cantaor de la Tomasa,  desaforado y muy amplificado, pareció abrir una sesión del flamenco más crudo en "Encuentro. Cantiñas de Córdoba", coreografía de Mercedes Ruiz, música de Jesús Torres. Según el Espasa, cantiña equivale a cantar en el uso del vulgo. Se especifica "de Córdoba" y ello indica que para quien no es andaluz el flamenco varía de ciudad en ciudad; y como en Granada hay mucha gitanería, siempre creí que el flamenco más folklórico venía de allí. Pero además es un "Encuentro", y hay dramaturgia de David Picazo. Con una iluminación muy hábil de Nicolás Fischtel, de a poco se van precisando las figuras de una mujer con bata de cola (Sara Arévalo)  y luego de un hombre (Eduardo Martínez); disminuye el volumen de la voz y se percibe claramente en el fondo del escenario al cantor, la cantaora Muñoz, el fantástico guitarrista Enrique Bermúdez de un virtuosismo e imaginación dignos de Sabicas, Vozmediano percutiendo una tabla, y dos que baten palmas: Álvaro Martínez y Álvaro Marbán (que habría que añadir a los 78 de la "troupe", ya que no figuran). Repetitivos textos salen de las gargantas primero del cantaor y bastante más tarde brevemente de la cantaora (no están identificados pero son las habituales quejas de amor). Y el juego de la pareja va haciéndose más insinuante y rápido, la mujer con una feminidad  atrayente pero que mantiene a raya al hombre enérgico y poderoso, que va ganando terreno hasta el final. Muy buenos los bailarines.

            "Ser" forma parte de una obra denominada "Alento" (no sé qué significa), idea y coreografía de Najarro, música del argentino Fernando Egozcue. En este caso la música está grabada por la Orquesta de la Comunidad de Madrid, con solos del autor de la música en guitarra, de Coni Lechner en piano y Martín Bruhn en percusión, bajo la dirección de Joan Albert Amargós. "Ser" es un solo; la bailarina con castañuelas danza sutilmente una coreografía que sigue la música: primero lenta y cercana al flamenco y luego rápida y bastante moderna; Inmaculada Salomón danza los pasos de Najarro con encanto y técnica. Como dice Laura Chertkoff, "es una crisálida en transformación  con el exquisito diseño de Teresa Helbig", que elimina la bata de cola de la parte lenta y se queda con una vestimenta negra bien de nuestro siglo.

            Quienquiera haya visto la coreografía de Béjart para el "Bolero" raveliano tiene la imagen de Jorge Donn estampada. El coreógrafo Rafael Aguilar no deja de lado el narcisismo de esa versión en la suya, que es de 1987, ni deja de rodear al solista de grupos, en este caso uno de mujeres y otro de hombres. El Bolero es una danza típica española, especialmente popularizada en Andalucía, en ¾, de movimiento moderado y de larga melodía; llegó a ser apreciada en las cortes y las damas lo bailaban en el siglo XIX; por cierto, nada que ver con el bolero mejicano. Según Aguilar, expresó "la esencia de la obra"  por  "una interpretación libre, extra-flamenca, totalmente regida por los movimientos de los estilos y los del alma". Naturalmente, fue una versión grabada (sin identificar, correcta). Iluminación de Aguilar y Carlos Contreras, vestuario de Nicolás Vaudelet inspirado en el diseño de Manuela Aguilar. Once mujeres y once hombres rodearon al solista Sergio Bernal, con torso desnudo y un cuerpo muy trabajado, que realizó una tarea ardua con mucha presencia y fuerza. El cuerpo de baile tuvo disciplina y buen nivel.

            Después del intervalo, la "Suite Sevilla", idea, coreografía y puesta en escena de Najarro; música de Rafael Riqueni, Miguel Rivera y Diego Losada, dirigida por Omar Acosta. Textos de Gerardo Diego, iluminación y escenografía de Felipe Ramos; vestuario de Najarro; imágenes de César San Bruno. Son seis números muy variados que duran algo más de media hora. A los antes mencionados guitarristas, cantaor y cantaora y percusionista, se unen Omar Acosta (flauta), y dos invitados: Albert Skuratov (violín) y Sergio Menem (violoncelo).

            Se inicia con una "Feria" de conjunto: nueve de cada sexo, con la cantaora Muñoz. Bailan con castañuelas perfectamente sincronizadas unas Sevillanas de gran efecto. Najarro, aparte de su talento coreográfico innegable, demostró ser un vestuarista

conocedor y colorido. En el centro mismo de la escena, un círculo  fue cambiando de imágenes durante toda la obra y éstas fueron muy creativas y bellas; también gran talento el de San Bruno.  Siguió "Maestranza", título que no comprendo: "sociedad de caballeros cuyo instituto es ejercitarse  en la equitación", según Espasa; sin embargo lo que vimos fue un torero y…un toro bailado por una mujer; exótico, por cierto.  Muy bien bailado por Aloña Alonso y José Manuel Benítez, pero de la lidia inicial se pasó a un erotismo muy extraño; estamos en una época de sexualidad múltiple, pero ésta no se me había ocurrido. En "Puerto de Triana" seis mujeres bailan con  destreza y garbo. La siguiente escena, "Bailaor", es en cambio de siete bailarines y ellos –algunos más que otros- a su vez demostraron su buen oficio. No mencioné la música hasta ahora: de raigambre flamenca, está impregnada de espíritu improvisatorio pero con suficiente estructura e inspiración y permite el lucimiento de  los guitarristas y en particular de una flauta rápida y ornamentada; además es variada y presenta distintos estilos, desde la sutileza de un dúo de amor al jolgorio pueblerino. Fue muy bello "Paseo de ensueño", donde la pareja de Esther Jurado y Francisco Velasco  expresó con sus cuerpos flexibles los matices del sentimiento. Y por último, el bien nombrado "Júbilo", en donde todos, los solistas recién nombrados y once de cada sexo, dieron rienda suelta a un arte de profunda raigambre española expresado con los mejores recursos. Fue en la "Suite Sevilla" donde quedó cabalmente evidente la capacidad de Najarro para armar un  espectáculo integral;  una noche de resultado  para aplaudir y alegrarse de que todavía exista un respeto por la tradición profunda.

 

TEATRO COLÓN POR TRES

 

            Escribí tiempo atrás que el Colón presenta demasiados ballets largos y pocos cortos, lo cual relega a mucha obra de gran valor  año tras año. Y Herrera lo hace porque sabe que los grandes ballets tradicionales llenan siempre la sala y eso es lo que quieren Alcaraz y Rodríguez Larreta, pero no es lo que debe programar un teatro  que da primacía a la cultura. Un solo espectáculo mixto no es suficiente, pero es mejor que nada. Lo llamaron "Noche clásica y contemporánea". Clásico fue George Balanchine, de quien se dio "Allegro brillante", que permitió escuchar una obra que si se dio alguna vez yo no estaba presente: el Concierto para piano Nº3, op.75, en mi bemol mayor, en un único movimiento, de Tchaikovsky. Luego, un contemporáneo verdadero: "Clear", coreografía de Stanton Welch sobre música de Johann Sebastian Bach. Y por último, un semicontemporáneo: "Fancy Free", de Jerome Robbins, con música de  Leonard Bernstein. Un programa corto, de 75 minutos, pero alargado por dos intervalos. Sólo hubo cinco funciones: dos de abono y tres extraordinarias; presencié la primera, el 5 de junio, que era extraordinaria. De paso, qué raro ese arraigado nombre para las que no son de abono, ya que son muy normales…

            Balanchine es el más gran coreógrafo clásico del siglo XX: claro está que innovó con respecto a la herencia del siglo anterior, pero nunca rompió con ella. Y fundó en el New York City Ballet el mejor conjunto que yo haya visto: entre Diciembre 1955 y 1957 aprecié a este ballet tres veces: "Cascanueces", "El Sueño de una noche de verano", y un espectáculo mixto. La absoluta perfección de cada bailarín me apabulló, más allá de la asombrosa elegancia de la coreografía, siempre del más impecable gusto y dominio técnico. Según el propio Balanchine, "Allegro brillante" en 13 minutos (más bien son 15, al menos en esta versión) tiene todo lo que él supo sobre ballet clásico. Maria Tallchief, su musa y esposa (hermana de Marjorie Tallchief, que vimos con el Ballet del Marqués de Cuevas), pregonó "la belleza" que hay en esta pieza "de expansivo romanticismo ruso" para diez bailarines. La pésima pseudobiografía del programa de mano ni menciona al New York City Ballet, pero al menos dice que formó parte del Mariinsky y del Ballet de Diaghilev antes de ser coreógrafo.  Constanza Bertolini define al trabajo que vimos como "coreografía de precisión", y así es. Hubo dos elencos para todo el programa; yo vi el primero. Una pareja principal (Macarena Giménez, Federico Fernández) se entremezcla con otras cuatro parejas. La música se basa en un tema rápido y rítmico, de color folklórico, y una amplia melodía inconfundiblemente del autor. Llama la atención una cadenza tan larga que equivale al tercio del total. Iván Rutkauskas tocó bastante bien: la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, dirigida por el brasileño Carlos Prazeres, dejó que desear en los primeros minutos, que sonaron bastante embrollados; luego fue mejorando. Claro, en mi memoria está la magnífica versión de Gilels con Maazel, que suena siempre aireada y controlada. El repositor Ben Huys conoce muy bien el lenguaje balanchiniano; además fue un placer que se respetara el vestuario original de la legendaria Karinska; luces de nuestro Rubén Conde, bien manejadas. El mero hecho de lograr que los bailarines logren estar en el estilo es muy difícil; todo es tan  exacto que cualquier detalle erróneo se siente, como si fuera un concierto de Mozart. Hubo entonces  mérito porque Giménez y Fernández dieron esa sensación de bailarines que están más tiempo en el espacio que pisando tierra, y las cuatro parejas, con algún altibajo en los varones,  estuvieron en buen nivel. Sin embargo lamenté que no se hubiera elegido algo más importante de Balanchine, sobre todo rescatar el tanto tiempo ausente y maravilloso "Apollon musagète" de Stravinsky, donde demuestra que podía ser un gran melodista si se lo proponía; cómo olvidar esa obra favorita de Ferri, Agoglia, Neglia: si ellos vivieran se lo hubieran propuesto a Paloma. Y al durar media hora, hubiera llevado el programa a más sustanciosos 90 minutos.

            Supongo que Stanton Welch llamó "Clear" a su ballet en el sentido de claridad; es un sustantivo de múltiples sentidos según el contexto. La obra ya se conoció en verano porque formó parte de funciones que el Ballet del Colón dio en el Anfiteatro del Parque Centenario. Pese a ser un autor vigente, también se vio mediante un repositor, Sean Kelly. El australiano Stanton Welch es hijo de notables bailarines y ostenta un título, AM  ("Artium Magister", dice el diccionario Funk and Wagnalls, "Orden de Austrlia" según su biografía en el programa), como  el padre. Primeramente solista del Australian Ballet y luego (en 1995), coreógrafo, en 2003 asumió el liderazgo del Houston Ballet en Estados Unidos; produjo numerosas obras para ellos pero también para otras compañías, como el American Ballet Theatre, y fue para ella que creó "Clear", y por eso  lo conoce Herrera. También ha realizado revisiones de los ballets famosos del siglo XIX. Pero  intervino como bailarín en obras de Kylián, Duato y Béjart, y así tiene dos aspectos en su formación y creación. Ahora que presencié "Clear" me extrañan los comentarios que leí en La Nación y en las notas de programa de Constanza Bertolini, ya que subrayan el gran desgaste físico de la coreografía y a mí no me pareció tan marcado; he visto muchas obras más arduas en lenguajes contemporáneos. El hecho de estar los siete varones con el torso desnudo no significa un brutalismo o un machismo; son varios los roles clásicos en donde eso ocurre ("El corsario", "Shéhérazade", p.ej.). Puede sí ser un factor de seducción para mujeres sensuales, pero la única mujer que se añade en "Clear" con frecuencia baila con tanta garra como los hombres. Ballet abstracto, sí, con cierto maquinismo y algunos pasajes  de apenas insinuado acercamiento sexual entre el bailarín solista (Juan Pablo Ledo) y la bailarina (Georgina Giovannoni). Antes de seguir quiero referirme a la música: utilizar dos nobles conciertos de Johann Sebastian Bach para una obra de este carácter me parece un despropósito; se requiere música de los siglos XX o XXI, como el "Ballet mécanique" de George Antheil. Y me distrajo lo de Bach porque por momentos me resultó más atrayente concentrarme en el arte de Pablo Saraví  y de Natalia Silipo en el Concierto para violín y oboe que en los movimientos de baile; y lo mismo me ocurrió con Saraví en el Concierto para violín en sol menor; la página de programa omite aclarar que sólo se tocaron los primeros dos movimientos sin el final rápido. Y evita los necesarios números BWV. Pero el asunto es mucho peor: lo que figura no responde a la realidad: no hay un Concierto para violín y oboe en re menor; existe uno solo, está en do menor, es BWV 1060 y tiene como 20 grabaciones. Y no hay un Concierto para violín en sol menor; y aquí estoy vencido: existen en mi menor, La mayor, fa menor y la menor, pero no en sol menor, que es lo que está impreso. Al menos sonó como Bach y el movimiento lento en manos de Saraví fue una delicia. Estos errores musicales son graves. Puede agregarse que la orquesta acompañó bien y que Prazeres pareció estar más cómodo dirigiendo. Volviendo a la danza: los valores de Ledo son bien conocidos y los confirmó; la sorpresa fue Giovannoni, una bailarina alta y esbelta, bastante nueva en el Ballet, que se movió con gran firmeza y personalidad. Los otros bailarines cumplieron bastante bien; algunos con mejores físicos cumplieron su tarea más fluidamente. Me llamó la atención un recurso muy abusado por el coreógrafo: la rápida entrada y salida del escenario numerosas veces. El sucinto vestuario de hombres fue homogéneo para todos; el de la mujer resultó más atrayente, marcando su silueta. Luces de Lisa Pinkham, correctas. En suma, no es una obra que me haya impresionado positivamente. 

            Bien distinto es el caso de "Fancy free". Vale la pena aclarar cómo se traduce: "Libre del poder del amor". La obra fue estrenada aquí en la primera visita del American Ballet Theatre, en ese famoso junio 1955 en el que se intentó derrocar a Perón (incluso se canceló una función). Se presentaron en el Ópera con un amplio programa que incluyó muchos estrenos y admirables bailarines de alto dramatismo como Nora Kaye o de agilidad acrobática muy estadounidense, a tono de lo requerido por ballets como "Fancy Free" o "Rodeo". Para entonces yo ya había visto la comedia musical "Un día en Nueva York" ("On the town"), 1949, dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen, con Kelly, Sinatra, Jules Munshin, Ann Miller, Betty Garrett y Vera-Ellen, a su vez basada en la comedia musical  "On the town" estrenada en Broadway y basada en el ballet "Fancy Free". Fue creado por dos  artistas jóvenes que tenían sólo 25 años y demostraron allí su incipiente pero ya gran talento: Leonard Bernstein y Jerome Robbins. Luego de ver el ballet en Buenos Aires encontré la grabación de la Suite del ballet (que tiene un 80% del total) y que justamente está tocada por la Orquesta del American Ballet Theatre  dirigida por Joseph Levine y con el acople ideal, la Suite de "Rodeo". De modo que hace más de 60 años que vi el ballet y me fascinó volver a verlo. Es que destila "New York" por todos lados y es una de las ciudades incorporadas a mi espíritu. El tema es simple y funciona: tres marineros tienen una licencia de un día en New York y la quieren aprovechar: buscan muchachas y les gusta tomar cerveza; ergo, van a un bar. Son  amigos pero pasan a ser rivales cuando las chicas aparecen. Y un  dato: la obra es de 1944, cuando todavía no había terminado la Guerra, completamente ausente del ballet pero un peligro inminente para estos jóvenes. Por cierto Robbins no sabía que con el tiempo sucedería a Balanchine en el New York City Ballet y también que haría la coreografia del más gran éxito de Bernstein, "West Side story", "musical" y luego película de enorme repercusión. En esta versión se respetó la escenografía de Oliver Smith: un bar a la izquierda con su barra y su mesa con asientos. La calle y siluetas de edificios más atrás. Pero hay un juego con la realidad: entran por la puerta al bar pero también por una zona donde no hay puerta…El vestuario de Kermit Love es bien de época (recordar las películas de los Cuarenta). Luces adecuadas de Ronald Bates, reposición de Kipling Houston. Los muchachos en el reparto que me tocó fueron Maximiliano Iglesias, Luciano García y Facundo Luqui; las chicas, Giovannoni, Magdalena Cortes y Caterina Stutz; toda una apuesta a las figuras nuevas por parte de Herrera y tiene razón: el Ballet está en transición y quedan pocas figuras que pasen de los 35 años. Y al parecer siguen sin darle luz verde para los cambios de fondo: concursos, jubilación. Al principio los marineros están solos en el bar salvo el barman (que no baila), pero todo cambia cuando aparece la primera chica; los tres tratan de impresionarla, música con influencia del swing y admirablemente orquestada, con bastante presencia del piano (Rutkauskas), ritmos dislocados, momentos sentimentales y otros latinoamericanos; cada marinero tiene un solo bien diferenciado. Ella juega con los tres, coquetea pero no quiere ir más allá. Toman demasiado y detrás de la barra pelean a puñetazos; el barman los echa. Más tarde están en la calle y aparece la segunda chica, y el juego se quiebra; les asalta el cerebro reptiliano y el alcohol y empiezan a tironear de las muchachas, que ligan algún moretón; las chicas despectivamente se van, los muchachos hacen las paces. Pero llega una tercera, que los mira y sigue de largo; aseguran entre ellos que no volverán a las andadas, pero  dura poco: corren tras  ella y cae el telón. Tanto la coreografía, tan natural, como la música, colorida, rítmica, llena de inflexiones, son un placer. Y son de felicitar los muchachos, que lograron asimilar algo tan neoyorkino y de época con notable entusiasmo y gracia, ellos que generalmente están bailando Petipa. Giovannoni refirmó su versatilidad, y luego Cortes y Stutz, que yo no conocía, entraron bien en la trama. Prazeres mostró afinidad con el lenguaje de Bernstein y logró un muy grato resultado, con una orquesta que tocó con frescura y ajuste.  Que quede en repertorio.

 

RUSOS EN EL ÓPERA

 

            Confieso de entrada mi decepción por lo trillado del repertorio de estos artistas provenientes de varias compañías importantes rusas: parecen creer que  repetir por enésima vez lo mismo es lo que el público quiere; una sala semivacía pareció demostrar lo contrario. El más miserable programa de mano que jamás vi no mejoró las cosas: los fragmentos ni siquiera daban compositor y coreógrafo. Sin datos sobre los intérpretes salvo a qué compañía pertenecen. Y una tapa que dice Grandes Estrellas Bolshoi cuando también los había del Mariinsky y del Mikhailovsky.

            De los tres el Mikhailovsky es el menos conocido. Está en San Petersburgo, como el Mariinski; también se lo conoce como Maly (Pequeño) pero sólo porque el Mariinski aunque no se llame así es un Bolshoi (grande). Sin embargo tiene un muy nutrido cuerpo de ballet y de ópera y una programación intensísima con alrededor de 20 ballets en una temporada (muchos de Nacho Duato). Pero no figura ninguno en la muy numerosa lista con fotos de los que aquí se presentaron como bailarines principales: Oksana Bondareva, Anastasya Lomachenkova e Igor Kolb; sin embargo Kolb aparece en el Mariinski. Alexander Volchkov, único que vino del Bolshoi, está en la lista que constaté de ese teatro. Y los que figuran del Mariinski no aparecen en el listado de artistas del sitio Web: Kirill Safin, Ivan Sitnikov y Nika Tskhvitarya. ¿No es esto muy extraño?  O sea que sólo Kolb (aunque en otro lugar) y Volchkov aparecen; ninguna de las damas…¿Habrán entrado desde hace muy poco tiempo? ¿O qué? En fin, muchas dudas. Nada dice el programa sobre quién promueve la visita o quién armó el programa.

            Nada menos que cuatro pas de deux de Tchaikovsky en la versión habitual de Petipa o de Petipa/Ivanov, quizá con algún detalle de Gorsky u otros (nada figura aclarado) revela la "imaginación" del que programó. Y un festival de cuatro adagios (escritos "adaggio") añadió letargo. Sin tener en cuenta el orden, vimos de "El Lago de los cisnes" el adagio del Segundo Acto y el Adagio y coda del Tercero; el Pas de deux de "La bella durmiente" y el de "Cascanueces". En "Lago" el del Segundo Acto es todo de la bailarina, el Príncipe es un mero "porteur"; Aleksander Volchkov cumplió y Anastasya Lomachenkova mostró buena técnica; El del Tercer Acto tiene más interés tanto en el Adagio como en la Coda rápida (no se bailaron las variaciones intermedias): un bailarín joven, Kirill Safin, mostró considerable agilidad, y la dama de difícil apellido, Nika Tskhvitarya, tuvo más personalidad en su interpretación que la anterior. Se repitió en el Pas de deux de "La bella Durmiente" la misma pareja, pero al tener las cuatro partes habituales Volchkov  se impuso como un artista fino y el mejor del grupo; Lomachenkova correcta. Me resultó opaco el de "Cascanueces"; Kolb poco interesante y Oksana Bondareva hizo sus pasos bien estudiados  pero sin personalidad.

              Hemos visto bastante "El corsario" estos últimos tres años; la versión que vimos del Pas de deux tuvo una coreografía menos audaz para el varón, que cumplió sin brillo: Ivan Sitnikov; ella estuvo bien: Tskhvitarya.  Y sí, terminaron con el Pas de deux de "Don Quijote" en una versión muy tradicional, supongo que Petipa/Gorsky; Lomachenkova y Sitnikov bastante bien

            De "Carmen" sólo figura "Adagio" pero bailaron bastante más; se trata de la versión Bizet/Shchedrin, coreografía de Alberto Alonso, y aquí sí Kolb se sintió cómodo y Bondareva mejor que en "Cascanueces".  Donde ella estuvo interesante fue en el Adagio de "Scheherazade" de Rimsky-Korsakov/Fokin (creo); tanto Bondareva como Safin reaccionaron ante una coreografía variada y cálida con interpretaciones intensas y sensuales; quizá fue lo mejor de una noche mediana. Contrastaron Tskhvitarya (ojalá sea así, está escrito de tres maneras distintas en el programa) en una vibrante interpretación de una danza rusa muy típica (no tengo los datos pero pareció de origen folklórico con algún arreglo) con una "Muerte del cisne" por Lomachenkova de escaso encanto. Por supuesto, en todos los casos música grabada, en versiones aceptables.

            Con tanto material ruso interesante que aquí se ve poco o no se da, qué desperdicio ver un programa como éste; "Iván el Terrible", "Raymonda", ""La fuente de Bakhchisarai", "Espartaco", "Anna Karenina", por dar algunos ejemplos, hubieran dado un vuelco al aburrimiento. Y no puedo dejar de mencionar la manera tan artificial de saludar de las damas con sonrisa estereotipada y relegando a los caballeros; kitsch e injusto. Y además llegando tan al borde del escenario que un paso más y se  caían.

Pablo Bardin