El Cuarteto de amigos siempre tuvo la base de la violinista Haydée Seibert desde su comienzo en 2015. Gustavo Mulé la acompañó como segundo violín, pero la violista Carla Regio y el violoncelista Benjamín Báez son de época más reciente y resultaron de primer orden. Tres provienen de la Filarmónica: Seibert fue concertino principal durante 3 décadas hasta su retiro; Regio integra la fila de violas: y Báez es suplente de solista. En cambio Mulé ocupa el quinto puesto de primer violín en la Sinfónica Nacional. Seibert es refinada y de considerable edad y Mulé es un artista de fuerte contextura que valoriza al segundo violín y hace varios años que trabaja con Seibert. En suma, el cuarteto es de gran calidad. Curiosamente, este programa los combinó en un terceto y un quinteto.
El Terzetto en Do mayor para 2 violines y viola, op. 74, de Antonin Dvorák. Volviendo de su quinta gira por Inglaterra, el compositor desde Praga envía lo siguiente al editor Simrock en Berlín: "Estoy ahora escribiendo unas bagatelas para 2 violines y viola, y esta obra me da tanta satisfacción como si estuviera componiendo una gran sinfonía". Cuando el compositor fue violista 25 años antes sintió satisfacción, y quiso volver a tocarla. Además en una habitación de la familia Dvorák tocaba violín Josef Kruis, alumno de Jan Pelikan, violinista del Teatro Nacional y amigo del compositor. Pero advirtió que la obra era demasiado difícil para Kruis; entonces creó las Miniaturas op. 75ª, los 3 tocaron esa partitura. En cambio el Terzetto fue ejecutado por profesionales en Praga el 30 de marzo de 1887 (agradezco a Claudia Guzmán sus informaciones en los Comentarios al programa). En suma, la obra es muy grata pero para intérpretes de calidad. Primer movimiento: Allegro ma non troppo, en forma sonata y con aspectos contrapuntísticos. Ligada directamente al segundo movimiento, Larghetto; dolce, molto espressivo. Tercero: un Scherzo tipo danza furiant, con marcación ternaria y binaria. Termina la obra, bastante extensa, con un tema y 10 variaciones en las cuales cada instrumento se luce y las ideas son simples, gratas y precisas; muy bien tocadas.
El famoso Quinteto para piano y cuerdas de Johannes Brahms fue el resultado de obras anteriores para otras combinaciones pero con materiales semejantes. Se inició en 1862 para 2 violines, una viola y 2 violoncelos, pero su amigo Joachim la encontró demasiado densa. Al año siguiente, en Viena, la transformó en algo bien diferente: una Sonata para 2 pianos, por cierto muy intensa. La tocaron Brahms y el eximio Carl Tausig. Esta versión sigue tocándose, ya que es bella y ardua. Pero se la envió a su gran amiga, Clara Schumann; y así nació el Quinteto para piano y cuerdas; se estrenó en Leipzig en junio de 1866. El Allegro non troppo inicial es muy extenso y a veces turbulento; hay 5 melodías. Sigue el Andante, un poco Adagio; expresivo e intenso, aunque inicialmente sea calmo. El tercero es un Scherzo: allegro sincopado; el Trío parece una danza campesina. El movimiento final se inicia Poco sostenuto, bastante complejo, para pasar luego a un Allegro non troppo de influencia del folklore húngaro, que siempre fascinó a Brahms. Demostrando su profesionalismo, Fernando Pérez tocó el Quinteto con la garra y exactitud que requiere una gran partitura brahmsiana, y el cuarteto a su vez aportó la variedad de timbres de las cuerdas, aspecto que el compositor cuidó, de modo que hubo la comprensión indispensable entre los 5 intérpretes. Así concluyó un concierto plenamente logrado.
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Es la tercera vez que Giulio Biddau colabora con el Festival Chopiniano, y no me cabe duda de que está en la plenitud de una carrera de gran categoría. Nació en Cagliari (Cerdeña) en 1985 y estudió en esa ciudad, Génova y París, para completar luego con artistas que conocimos aquí cuando eran jóvenes: Sergio Perticaroli en Roma y Aldo Ciccolini en París. Ganó grandes premios e intervino en festivales franceses como el Pablo Casals de Prades. Algunos de los lugares donde dio conciertos: Accademia Santa Cecilia en Roma, Teatro Lírico en Cagliari, Salle Cortot de París, Palau de la Música de Valencia, Estocolmo. Aunque toca admirablemente los compositores románticos, también lo hace con modernos como Gubaidulina, Ligeti y Dutilleux.
Su programa fue muy interesante. En la primera parte, obras de Brahms y Schumann que están ligadas y la Balada Nº4 de Chopin. En la Segunda Parte, la amplia Sonata en do menor, D 958 de Franz Schubert. Es bien conocido el entusiasmo de Brahms por el Schumann de los últimos años previos a su enfermedad. Así, las Variaciones sobre un tema de Schumann, op. 9, son bastante desarrolladas, unos 15 minutos, y están basadas sobre la segunda de las 3 Romanzas op. 28 de Schumann, curiosamente llamada "Simple": una melodía sutil, lenta y bella. Tanto la primera como la tercera están llamadas "Muy marcado", y son rápidas y breves. Ninguna de las 2 obras es habitual en los conciertos y me interesó conocerlas. Fueron tocadas con gran precisión y control por el pianista. No las tengo en mi colección. En el Catálogo R.E.D. 2000 hay grabaciones abundantes de la obra de Brahms. En fa sostenido menor, 1854: 16 versiones; destaco las de Barenboim, Katchen, Detlef Kraus, Oppitz y Achúcarro. Las Romanzas de Schumann: 9 versiones, entre ellas Kempff, Ashkenazy, Pires, Engel y Nikolaieva. Pero sólo la Nº 2, una avalancha: Rubinstein, Moiseiwitsch, Gieseking, Demus, Janis, Arrau, Wild, Kapell, Tagliaferro: sin duda la melodía impresiona (por algo la eligió Brahms). Por supuesto las Baladas de Chopin se dan aquí con frecuencia. La Nº 4 es la menos tocada porque a diferencia de las otras no es dramática, pero tiene calidad melódica y refinamiento, con sólo algunos detalles exigentes. Se pudo apreciar aquí el gusto refinado de Biddau.
La Sonata en do menor, D. 958, de Franz Schubert, está entre las mejores. Por una vez no se insiste con la Nº 21; ésta es la Nº 19 y tiene 27 grabaciones, muchas de ellas con grandes nombres: Brendel, Kempff, Pollini, Badura-Skoda, Serkin, Richter, Horszowski, Arrau, Uchida. No puedo hacer mejor elogio que afirmar en cuanto a Biddau que tal como la tocó era digno de ser grabado. Baste mencionar en el Allegro final la sensación de tarantela en una interpretación rápida, de mucho ritmo, de evidente alegría y limpidez.
Dos obras extras ante el fuerte aplauso de una sala con demasiado poca gente, Biddau merece que se llene: un estudio brillante de Chopìn y una pieza muy sensitiva de Schumann (¿de "Carnaval"?).
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