lunes, septiembre 02, 2019

SINFÓNICA NACIONAL Y FILARMÓNICA DE BUENOS AIRES. SEIS CONCIERTOS

            Este artículo cubrirá un importante concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional, dirigida por Stefan Lano, y cinco del abono de la Filarmónica de Buenos Aires.

 

ORQUESTA SINFÓNICA NACIONAL

 

            Stefan Lano es un director de fuerte prestigio en Argentina, donde ha trabajado muchos años. En 1993 inauguró la temporada del Colón dirigiendo la versión en tres actos de "Lulu" de Berg/Cerha. Fue director musical de la Orquesta Estable del Colón de 2005 a 2008. Cruzando el río también lo fue de la Sinfónica del SODRE entre 2012 y 2015.  Antes del Colón fue maestro interno durante largos años en la Opera de Viena y también en el Festival de Salzburgo, la Scala y el Liceu. En 1988 fue Director asociado de la Sinfónica de Pittsburgh. Después de su debut en el Colón, dirigió "The Rake´s Progress" de Stravinsky en 1997 en el Met, "Lulu" y "Wozzeck" en la Ópera de San Francisco. Actualmente es Director Principal en el Teatro Nacional de Weimar y en la Staatskapelle Weimar y va como invitado al Teatro Nacional de Praga. Ha venido en años anteriores a dirigir nuestra Sinfónica Nacional y admitió retornar este año pese a los incumplimientos que tanto él como otros sufren por parte del Ministerio de Cultura en el pago de sus honorarios, porque le tiene cariño a la Sinfónica.

            En todo este tiempo nunca lo conocimos como compositor; estudió composición en el Oberlin College y en Harvard. Sólo tengo datos con respecto a su producción en la biografía del programa de la Sinfónica y allí figura que escribió tres sinfonías: Nº1, "Aus Märchenzeit" ("Del tiempo de los cuentos") premiado por la Fundación Rockefeller; de 1977 en Berlín es su Segunda sinfonía, "Grodek"; y en Vilnius (Lituania) estrenó la Tercera, "Eikasia", en 2004. También se menciona un Concierto para piano y vientos y música para la obra de teatro "November 1918".

            Hombre de vasta cultura y como director especialista en la gran música del siglo XX, sus programas se distinguen porque siempre aportan estrenos relevantes, como la Sinfonía de Korngold el año pasado. En 2019 nos trajo el estreno de  sus "Siete canciones sobre textos de Rainer Maria Rilke", con la participación de la bien conocida soprano japoneso-brasileña Eiko Senda. Por supuesto, ninguna información en el programa, como de costumbre, ni sobre la parte musical ni sobre el contenido de los textos, de modo que mi comentario será incompleto: lo que yo pude apreciar, sin duda menos que si tuviera información adecuada. He leído algunos poemas de Rilke y me parece un poeta importante, de gran sensibilidad, pero sólo tengo los títulos como ayuda en este caso. De modo que me puse a investigar en Google y tras varios intentos logré alguna información escribiendo el título alemán de cada poema. El programa ni se molesta en traducir al castellano los títulos de los poemas, aparte de no respetar las mayúsculas de los sustantivos, pero también hay dos erratas: En VI, Dunkeln, no Dunken; en VII, als wir, no aus wir. Saqué en limpio  que todos los poemas salvo uno datan de 1899, cuando Rilke tenía 24 años y había visitado Rusia, pero además estaba influido por el poeta danés Jacobsen para agregar disciplina y responsabilidad a su espíritu romántico al que había dado rienda suelta en sus poemas de 1897, "Traumgekrönt" ("Coronado de sueños"), aunque ya allí demostraba imaginación, afinidad con la naturaleza, misticismo y facilidad para rimar. La serie de "Das Stundenbuch" ("Libro de horas") abarca de 1899 a 1903 y ha sido definida como "una sostenida melodía que implora a un dios no dogmático del Futuro"; para Rilke Rusia era su "casa espiritual".  De paso, conviene aclarar que si bien escribió en alemán (como Kafka) Rilke nació en Praga y es muy distinto el ser humano checo que el alemán; su complejidad es grande, su humor sui generis.  Sólo la cuarta canción elegida por Lano data de 1922 y es un soneto ("Los sonetos de Orfeo").

            El director dispuso la ubicación de la cantante y la orquesta de un modo muy particular: completamente a la izquierda arpa, celesta y piano; la soprano completamente al fondo, al lado del piano; no hubo percusión; contrabajos a la derecha al fondo; bronces a la derecha lateral; maderas de frente; las otras cuerdas en semicírculo delante del director. Y bien, lo que acabo de describir ayuda a comprender el estilo de su obra: Lano vuelve a la época de esos años claves para la historia de la música, de 1890 a 1914, en los que Debussy, Mahler, Stravinsky y Schönberg abrieron los caminos del siglo XX. La orquestación de Lano tiene dos características peculiares: la trilogía arpa-celesta-piano y la ausencia de percusión. La voz nunca es tapada y surgen reminiscencias del primer Schönberg, de ciertos Mahler, de Zemlinsky y Schreker, sin imitar a ninguno. Quizás algo de Szymanowski. La vanguardia actual nada tiene que ver con Rilke pero sí la de aquel período. Doy los títulos en castellano de las primeras tres: "Borra mis ojos; puedo verte"; "Si sólo estuviera una vez tan tranquilo"; "Te encuentro en todas las cosas".  En las tres, tempi intermedios entre lento y rápido, un clima esotérico de notable belleza. La cuarta es muy distinta: rápìda, rítmica, con  algo de sátira. Un soneto nada contemplativo: "O lo nuevo, amigos, no es tal". Las restantes vuelven a 1899. La quinta es amplia: "Me despierto como niño", ella sí contemplativa, y con un postludio romántico muy atrayente. La sexta, "La oscuridad era riqueza en la habitación", de clima intenso psicológico. Y la última, "No estás más cerca de Dios que nosotros", de búsqueda mística, un final noble para una obra que me reveló a un compositor valioso. Claro está que bien conocemos al Lano director, siempre exacto y conocedor, con gestos precisos. La Sinfónica le respondió con sensibilidad y concentración. Y la soprano Eiko Senda, conocida aquí por intervenir en óperas de Strauss y Wagner, hizo una buena tarea.

            El 8 de mayo 1967 tuve un fuerte impacto cuando Rudolf Kempe (Director titular) dirigió la Octava sinfonía de Shostakovich con la Royal Philharmonic en el Royal Festival Hall en Londres: en esa época se podía comprar la partitura de lo programado en un kiosco a metros de la entrada a la sala; lo hice y la seguí. Hacia 1975 compré la grabación de Previn dirigiendo la London Symphony (era su titular) y mi entusiasmo se consolidó. Si bien hubo versiones de Rotter y Spiller con la Sinfónica Nacional nuestra, no llegaron a un alto nivel. Ahora nos encontramos con que este año Lano con la misma orquesta nos dio una gran versión, y más tarde en el año Seal la dirigirá con la Filarmónica. Enhorabuena. La sinfonía dura una hora, es su op.65 y está en do menor. Es famosa la Séptima, "Leningrado", símbolo de la resistencia rusa ante el nazismo, pero injustamente se relegó la Octava, escrita en Kuibyshev justo cuando se libraba la esencial batalla de Stalingrado; por eso llevó el título "Stalingrado" durante un tiempo. Pero las autoridades no toleraron su retrato gráfico de los sufrimientos de la guerra, y hasta fue atacada después del conflicto en 1948 por el títere stalinista Zhdanov.  En los años 60 fue con razón reivindicada como la más valiosa de las sinfonías de guerra del autor. Si bien tiene cinco movimientos, el primero es enorme, dura 25 minutos, es un Adagio con dos  amargos temas a la vez simples y profundos, que hacia el final llegan a un tremendo climax, cuando el tema principal es "brutalizado y tocado en canon por trompetas y trombones" (Robert Layton). Koussewitzky dijo que este movimiento "por su poder de emoción humana es más fuerte que cualquier otra música compuesta en esos tiempos". El segundo movimiento es un "Allegretto" de franca burla a la pompa de las procesiones nazis, Shostakovich puro en su sarcasmo. Los últimos tres movimientos se tocan sin solución de continuidad: el tercero, un Allegro non troppo, es una explosiva toccata con una parte intermedia que es una fanfarria de trompetas antes de que el retorno del ritmo "ostinato" lleve a un tremendo climax; sigue el cuarto movimiento, extensa Passacaglia lenta y contemplativa con bellos solos de clarinete y Piccolo;  el  Allegretto final es más tranquilo, con dos temas tipo forma sonata. Pero bien dice Layton, la impresión total de la sinfonía es la de un profundo pesimismo y a la vez de compasión por el sufrimiento de la guerra. Lano la captó totalmente y con gran autoridad obtuvo de la Sinfónica un excelente trabajo que reafirma la calidad de la orquesta, en la que todas las secciones se lucieron. Qué lástima que la superposición de fechas con el festival Barenboim impidió que Lano dirigiera una Novena de Mahler que seguramente hubiera sido para el recuerdo.      

           

ORQUESTA FILARMÓNICA DE BUENOS AIRES

 

            Dos debuts y un estreno en el concierto del 27 de junio.  Manuel Hernández-

 Silva es venezolano y estudió en Viena. Actualmente es director titular y artístico de la Orquesta Filarmónica de Málaga y de la Sinfónica de Navarra; antes lo fue de la Orquesta de Córdoba en Andalucía. Durante cinco temporadas fue director principal invitado de la Sinfónica Simón Bolívar de Venezuela. Dirigió muchas orquestas europeas y latinoamericanas, además de en Armenia, Israel, Corea del Sur, Puerto Rico, Hartford (USA).  Además es docente de dirección.

            Hace unas semanas escribí con poco entusiasmo sobre el estreno de un concierto para piano de la argentina Claudia Montero; el estreno de "Rincones de Buenos Aires" no cambia mi opinión; para ser exacto, se estrena la versión para orquesta sinfónica; originalmente era para ensamble de cuerdas y así se estrenó en 1994. También existe una versión para quinteto de cuerdas. Los movimientos son: "Plaza Francia", "Llueve Buenos Aires" y "Microcentro 12:30". Se evoca la Buenos Aires de hace 35 años con música de correcta factura pero muy olvidable. Supongo que la versión fue adecuada, aunque no más; sentí algún desajuste.

            Martina Filjak es croata y se formó en Zagreb, Viena y Hannover. Ganó varios premios de piano y ha tenido buena carrera con orquestas del mundo y recitales en salas famosas. Además suele tocar en conjuntos de cámara. Luce joven y linda. El Segundo concierto de Saint-Saëns es sin duda el mejor y siempre fue un favorito de Rubinstein, que hasta hizo un asombroso DVD a los 90 años y semiciego, acompañado por Previn. El Andante sostenuto inicial me hace pensar en la Tercera sinfonía: una melodía en sol menor, meditativa, donde la expresividad y el fraseo son esenciales. Es verdad que uno se acostumbra a ciertas interpretaciones, y tengo muy marcadas las de Rubinstein y Lympany; a Filjak la sentí menos profunda aunque de buen pianismo. El humorismo danzante del Allegro scherzando estuvo muy bien en sus manos, y la tarantela final, quizás un poco demasiado rápida, fue resuelta brillantemente. La orquesta acompañó con eficacia. Filjak es una más de las numerosas pianistas de excelente formación y capacidad que hay en el mundo de hoy; no faltan los talentos y la competencia es feroz. Fue grato conocerla aunque no esté en el tope de la lista.

            La Octava sinfonía de Dvorák es la que prefiero entre todas las suyas, incluso la "Nuevo Mundo", por sentirla de continua inspiración y la más checa. Sólo aquí me pareció que Hernández-Silva demostró sus sólidas cualidades de director con tempi adecuados y afinidad con el espíritu de la música; varios solistas resolvieron sus partes con solvencia; hubo cantabilidad en los tutti así como júbilo en los minutos finales.

 

            El 4 de julio debía dirigir Lionel Bringuier, que nos había visitado al frente de la Tonhalle de Zürich dejando buena impresión, pero según la información del Colón se enfermó, y lo reemplazó Hernández-Silva sin cambiar el programa. Las obras son bien conocidas, sin sorpresas; el director demostró su seguro oficio al lograr un apreciable resultado tanto en música francesa como alemana. La  Suite de "Ma Mère l´oye" de Ravel  es una delicia impresionista de gran repertorio; Hernández-Silva supo encontrar los tempi, los fraseos y sobre todo la sutileza orquestal que requieren los cinco números y la Filarmónica respondió con categoría.

            "Les nuits d´été" ("Las noches de verano") de Berlioz sobre poemas de Gautier, tienen el mérito de ser el primer ciclo de canciones orquestales; originalmente para canto y piano, escritas entre 1840 y 1841, fueron orquestadas en 1856, salvo "Absence" (en 1843). Dos canciones alegres en cada punta  enmarcan cuatro que son tristes o contemplativas. Son bellos textos de un gran poeta romántico. La obra de Berlioz tiene dos problemas; es insólito, pero su orquestación resulta magra: el gran renovador de ese arte aquí bajó la guardia. La otra cuestión es que son canciones que deberían ser cantadas según su contenido por hombres o mujeres, y de todas las numerosas grabaciones sólo una hace lo que corresponde: la de Gardiner, con Diana Montague, Catherine Robbin, Howard Crook y Gilles Cachemaille. Y hay otra, con sólo una mezzosoprano (Minton) y un solo tenor (Burrows): la de Boulez.  Sino, con una excepción  (los datos son hasta el año 2000) todas son de mezzos o sopranos y se trata de muy grandes figuras: Steber, de los Ángeles, Baker, Von Otter, Crespin, entre otras. El tufillo de lesbianismo aparentemente no las molestó: "Mi bella amiga se murió", dice un texto. Una sola grabación es para canto y piano y la canta un bajo barítono, Jose Van Dam, que también la grabó con orquesta. Aquí en vivo siempre las escuché por soprano o mezzo; y más allá de la salvedad que expresé, Régine Crespin las cantó magníficamente en 1969. Esta vez debutó en el Colón la mezzo irlandesa Tara Erraught. Su contrato más relevante fue en la Ópera Estatal de Baviera en Munich, donde cantó 41 roles entre 2010 y 2018. Me impresionó que también haya cantado en el Met, en las Óperas de Hamburgo, Berlín y Viena y en recitales en el Carnegie Hall; es toda una carrera. Y sin embargo, debo ser honesto, lo que escuché me pareció no más que bueno, con un timbre de relativa calidad y un fraseo aceptable pero sin carisma; la voz me llegó sin impacto y con emotividad reservada. El acompañamiento cumplió, aunque debe reconocerse que no hay mucho más que hacer.

            Hace unas semanas se escuchó una notable versión de la Segunda sinfonía de Schumann por la Irish Chamber Orchestra dirigida por Jörg Widmann para el Mozarteum; logró que algo más de 30 instrumentistas sonaran como una orquesta con el doble de esa cifra, y además con un empuje y convicción que suavizaron las fallas de la partitura. Por supuesto que la Filarmónica es una sinfónica normal; Hernández-Silva, sin llegar al grado de comunicación de Widmann, ciertamente comprende la estructura de la sinfonía y supo elegir tempi y fraseos sanos. Ni él ni nadie puede evitar que la orquestación en bloque, casi sin solos, moleste, pero al menos la orquesta estuvo afinada y con buen ajuste, y tras el controversial primer movimiento la sinfonía fue adquiriendo color y convicción, con melodismo auténtico en el tercer movimiento y  un gradual camino en el Finale hacia una jubilosa coda de densa textura pero muy enérgica. El director deja tras estos dos conciertos un recuerdo de profesional muy competente.

 

            En el concierto del 11 de julio volvió Diemecke y debutó Pacho Flores en trompeta y corno da caccia. Fue un concierto desparejo pero con aspectos positivos. Diemecke al programar la Quinta sinfonía de Carlos Chávez se corrió un albur; está escrita sólo para cuerdas y es la más ardua de las que compuso el que es reconocido como más importante compositor mejicano. Creo que se trató de un estreno local, cosa que no fue mencionada (muy mala costumbre del Colón, cada vez peor manejado en ciertos aspectos). Tengo un magnífico álbum de vinilos con las seis sinfonías de Chávez con el compositor dirigiendo la Sinfónica de México. Si bien no me cabe duda de que las dos mejores son las breves Primera, "de Antígona", y Segunda, "India", ambas conocidas aquí, vale la pena conocer las seis. Palabras de Chávez: "una obra maestra es un experimento que salió bien. Cada obra de arte debe ser individual. Cada una debe pertenecer a un momento en la trayectoria de la vida de un artista. Para que la creación sea genuina debe ser el resultado de renovación, búsqueda, experimentación. Crear es abrir nuevos caminos".  La Quinta data de 1953 y sus tres movimientos se tocan sin solución de continuidad. Aquí duró casi 26 minutos, en la grabación bastante menos (22'30"). El Allegro molto moderato inicial es de intensa disonancia y muy dramático, con frecuentes episodios rítmicos de difícil plasmación; el Molto lento suaviza la armonía y las melodías mantienen un clima dramático; el Allegro con brio final activa los ritmos y tiene un alto nivel de energía. Es una obra compleja y tensa; no fue bien recibida por el público, injustamente (Diemecke está acostumbrado a que lo aplaudan bastante más) pero está muy bien que la hayan estrenado.

            Pacho Flores, venezolano, es un virtuoso sui generis. Se formó en el famoso Sistema de Abreu. Miembro fundador del Quinteto de metales Simón Bolívar, fue primera trompeta en Venezuela, Japón y Miami. Participa tanto en música clásica como popular; encargó y estrenó numerosas obras. En este concierto hubo una particularidad: también tocó corno da caccia. Es el tipo más antiguo: un simple tubo enroscado como un círculo; tenía una embocadura poco profunda similar a la de la trompeta y su sonido era poderoso y brillante. A mediados del siglo XVII se  los hizo más pequeños para que pudieran  usarse en la orquesta. No tenían válvulas o curvaturas. Johann Baptist Georg Neruda, checo, vivió entre ca. 1707 y ca. 1780; el Concierto para corno da caccia está en  Mi bemol mayor y por supuesto lo escuchamos en estreno para Buenos Aires, pero según Diego Fischerman es realmente para trompeta y en consecuencia lo que se apreció sería una adaptación hecha por Flores. En mi catálogo de CDs del año 2000 figuran un concierto para trompeta y orquesta en Mi mayor y otro en Mi mayor  para trompeta y cuerdas; no los hay en Mi bemol mayor.  Datarían de alrededor de 1770. Miembro de la capilla electoral de Dresden, Neruda compuso 14 conciertos, 18 sinfonías, música sacra y de cámara y una ópera. Tal como se lo escuchó el Concierto "para corno da caccia" según la página de programa me pareció una obra grata y bien escrita, con cadenzas que creo de Flores. Desde la fila 20 no pude ver de cerca el instrumento pero su sonido me gustó y la ejecución de pasajes rápidos abundantes fue impresionante, así como en el Largo el corno da caccia cantó en manos de Flores. El acompañamiento de Diemecke me pareció en estilo.

            Después del intervalo se escuchó una obra maestra bien conocida aquí: "Metamorfosis", estudio para 23 instrumentos de cuerda de Richard Strauss, tan fundamental como sus Cuatro últimas canciones: una despedida y un límite a un mundo que desapareció con él. Es una creación profunda y de enorme belleza, melancólica y de consumada habilidad técnica. De paso, una errata de Fischerman debe hacerse notar: no fue "La mujer sin sombra" sino "La mujer silenciosa" ("Die schweigsame Frau") la obra censurada porque el libreto era del judío Stefan Zweig. Diemecke en "Metamorfosis" estuvo en  el lado positivo de su personalidad y transmitió la esencia de la obra, aunque no fue una interpretación memorable (escuchen a Karajan o a Horenstein); las cuerdas de la Filarmónica estuvieron bien pero pueden dar bastante más.

            Y luego tuvimos el otro lado del Janus-Diemecke, al combinar Strauss con una obra barata, el Concierto Nº 1 para trompeta y orquesta de Arturo Sandoval, en estreno mundial según nos dijo Flores. Sin embargo, Fischerman dice que Sandoval, cubano, trompetista talentoso de jazz, incluyó este concierto en un disco de 1994, "The Classical Album". ¿O será que Flores le hizo tantos cambios que en efecto es un estreno pero de su particular versión? Porque se aclara: arreglos de Pacho Flores. También dice Fischerman que está en un solo movimiento pero figuran tres: Allegro, Andante cantabile y Allegro con brio, y la obra es extensa, casi 25 minutos. Y los tempi varían con respecto a lo anunciado: el Allegro alterna con un lento en el primer movimiento, y el presunto Allegro con brio se inicia Lento antes del Allegro; hay una extensa cadenza que fue tocada con un virtuosismo despampanante. Flores utilizó tres trompetas: una poderosa, otra blanda y tierna en su sonido y la tercera, intermedia entre las dos. Para mis oídos, más allá del lucimiento espectacular, la música fue superficial, crossover en el mal sentido, lujosa a lo Las Vegas. Dudosa para el Colón e intolerable después de "Metamorfosis".  Un gran punto en contra para Diemecke.

           

            El siguiente concierto, el 1 de Agosto, fue muy grato a la vez que poco habitual: dos series de danzas enmarcaron a obras breves para violín y orquesta, y toda la música elegida fue atrayente. Además conocimos a dos artistas valiosos que debutaron aquí: el director John Axelrod y el violinista Hagai Shaham. Axelrod  nació en Houston, estudió en Harvard y luego con Bernstein. Fue director principal de la Sinfónica Verdi de Milán  por un largo período (2001-2017) y en paralelo director de la Orquesta Nacional de los Países de la Loire (2009-2013) y de la Sinfónica de Lucerna (2004-2009). Dirigió unas 160 orquestas incluyendo la Gewandhaus de Leipzig, la Santa Cecilia de Roma, la Suisse Romande, tres de las grandes orquestas londinenses, las de Chicago y Filadelfia. También tuvo a su cargo muchas óperas en el Festival de Lucerna y estrenó "Candide" de Bernstein en París y  en La Scala. Actualmente desde 2014 es Director musical y artístico de la Real Orquesta  Sinfónica de Sevilla. Este último dato puede explicar la primera obra que escuchamos: las espléndidas "Danzas fantásticas" op.22 de Joaquín Turina. Si bien fueron originalmente pianísticas (1929) las orquestó con gran imaginación meses después. "Exaltación" es una jota aragonesa; "Ensueño", un zortzico vasco; y "Orgía", una farruca andaluza. Música fresca y comunicativa, es probablemente su mejor obra.  En ella Axelrod demostró cabalmente su gran talento; con gestos clarísimos y comunicativos, imbuyó a la Filarmónica del espíritu español.

            No se aclara si Hagai Shaham (nacido en Haifa, Israel) es pariente del famoso Gil Shaham, otro notable violinista que nos visitara hace ya muchos años. Entre sus profesores estuvieron los miembros del Cuarteto Guarneri.  Hitos de su carrera: tocó junto a Stern y Zukerman en el Carnegie Hall y  Mehta lo invitó a ejecutar con Maisky el Doble concierto de Brahms al cumplirse el 70 aniversario de la Filarmónica de Israel. Fue muy especial lo que tocó en Buenos Aires. Por un lado, una de las mejores obras del gran autor suizo judío, Ernest Bloch: "Baal Shem, Tres pinturas de la vida jasídica", en su versión para violín y orquesta y completa: "Vidui" ("Confesión"), "Nigún jasídico" y "Simjat Torá" ("Regocijo"): lo habitual ha sido escuchar sólo el "Nigún" pero para violín y piano. Según cuenta Juan Ignacio Bühler en sus notas de programa, "se inspira en el rabino polaco Israel Ben Eliezer, llamado por sus seguidores Baal Shem Tov, fundador del jasidismo moderno, movimiento surgido en Europa en el siglo XVIII que proclamaba la canción y la danza como medio de comunicación con Dios". La orquestación data de 1939. "Vidui" refiere el "arrepentimiento por los pecados y su reconocimiento a través de la confesión". El Nigún es un canto que "consiste en largas improvisaciones sobre determinados sonidos, versos de la Biblia u otros textos religiosos". Y el "Simjat Torá" "celebra haber completado la lectura anual de la Torá, los primeros cinco libros del Antiguo Testamento". Es música bella y auténtica, como lo es la obra más famosa de Bloch, "Schelomo", y fue tocada con notable técnica y comprensión completa por Shaham, muy bien acompañado por Axelrod y la orquesta.  Siguieron obras del húngaro Jenö Hubay (1858-1937): Escena de la zarda Nº4, "Hejre Kati", op.32, y Escena de la zarda Nº5, "Hullamzo balaton", op.33.  Me sorprende que diga "zarda" cuando habitualmente la conocemos como czardas y así figuran en el diccionario Grove las "Escenas de la Czardas". Gran violinista, discípulo de Joachim, amigo de Vieuxtemps, admirado por Brahms, maestro de Szigeti, Hubay escribió cuatro Conciertos para violín  y varias óperas, entre ellas "Anna Karenina". Sus Czardas son breves, difíciles y brillantes, según pudimos comprobar en ejecuciones muy gitanas de Shaham. Gustaron mucho y ofreció dos piezas extras: una de Hubay con una pianista y otra israelí muy folklórica; me pareció entender que de Menahem Zur; sólo Shaham, sin piano.

            Hace varias décadas que soy un entusiasta de las "Danzas sinfónicas", op.45, de Rachmaninov, su última obra para orquesta, escrita en 1940. Era un gran orquestador pero nunca fue tan lejos como en estas Danzas, una denominación que despierta prejuicios; ¿puede tener sustancia una danza o es sólo para hacer música brillante y divertida? Si así se piensa, ténganse en cuenta obras como el Vals Mefisto de Liszt, el Vals triste de Sibelius o las Danzas eslavas de Dvorák, todas  de gran imaginación, personalidad y contenido. El mero hecho de que las tres danzas duren más de media hora nos revela que tienen  amplia estructura y son en realidad un tipo inédito de poema sinfónico en tres partes.  Coincido con Bühler: "son una reflexión musical sobre la vida y la muerte"; hay citas en la inicial de "El gallo de oro" de Rimsky-Korsakov y esa Primera sinfonía que Rachmaninov había creado y  fue un injusto fracaso. Y en la Tercera vuelve a ese Dies Irae que siempre lo acosó, ya desde "La isla de los muertos", ese asombroso poema sinfónico sobre el cuadro de Böcklin; pero al final cita su Misa de Vísperas: "el triunfo de la fe y de la resurrección sobre la muerte". La versión de Axelrod me pareció la mejor que aprecié en vivo: entendió y comunicó hasta el más mínimo detalle, logró un gran rendimiento de la orquesta y tuvo un vuelo emocionante.

 

            El jueves 8 de agosto retornó Eiji Oue, un histriónico director japonés que ya había estado dos veces en los abonos de la Filarmónica. Fue Director de la Orquesta de Minnesota (ex de Minneapolis) y en la actualidad lo es de la NDR Hannover; también fue director de la Filarmónica de Osaka y de la Sinfónica de Barcelona. La única vez que aquí vino una orquesta japonesa fue en 1966, la NHK de Tokyo, y sus directores fueron Yuzo Toyama, que dirigió su Rapsodia y su Divertimento, y Hiroyuki Iwaki. Resulta que Oue justamente empezó su concierto con la Rapsodia, muy famosa en Japón. Y ésta empieza con grandes tambores similares a los Taiko y una melodía rápida orquestada a toda orquesta; hay un sector intermedio lento y suave con solos de flauta y flautín, y tras un grito de la orquesta, en el finale se retoma el jolgorio del inicio pero más acentuado. Con las piernas muy abiertas y grandes movimientos hacia la derecha y la izquierda y el cuerpo inclinado hacia delante, Oue dirigió como un gimnasta, pero la orquesta lo entendió y la versión fue brillante, aunque la música me resultó bastante básica en su contenido, un crossover japonés. Quizás había alguna celebración porque había todo un contingente japonés en el público.

            Lo que siguió no mejoró las cosas: el Concierto Nº1 para tuba de Jörg Duda (austríaco, nacido en 1968) además de ultratonal me resultó muy pobre de ideas, realmente mediocre. Al parecer es muy prolífico y al menos en este caso, su propio editor. Así debutó aquí Andreas Martin Hofmeir; nacido en Munich en 1978, oscila en su actividad entre el jazz, el clásico y el cabaret. Según su charla con el público al final de la obra, la tuba fue inventada en 1836 y recién en 1955 hubo un concierto para tuba (él comisionó varios). En realidad fue escrito un año antes y a los 82 años por Vaughan Williams y probablemente sea el único que vale la pena. En cuanto a Hofmeir, no entiendo su fama; su sonido es grato en frases lentas, pero desagradable en los pasajes rápidos, donde se suceden gorgoritos ultragraves  sin calidad. Una visita prescindible con una obra para olvidar. Y un pésimo agregado: una fantasía de Telemann que suena bien en flauta pero horrible en tuba. Francamente  prefiero divertirme con Hoffnung, tubista famoso por sus festivales humorísticos.

             El concierto se salvó después del intervalo gracias a una notable versión de la mejor Sinfonía de Prokofiev, la Quinta. Aquí hubo versiones memorables, como la de 1958, la Filarmónica de New York con Mitropoulos (que de paso, fue Director de la Minneapolis); y tuve la suerte de escuchar en Washington en 1957 la de Ormandy/Philadelphia y el mismo año en New York la de Szell con la Filarmónica de esa ciudad.  Quiero referirme aquí al uso que el compositor hizo de la tuba en su orquestación: creo que nadie la aprovechó mejor, tanto aquí como en "Romeo y Julieta". La tremenda tensión del Andante (primer movimiento) perdería mucho de su impacto sin esa ancla grave, profunda, espléndidamente mezclada con  toda la gama de alturas hasta llegar al piccolo. Como la Octava de Shostakovich, es una sinfonía de guerra; Prokofiev la dirigió el 13 de enero de 1945 mientras el Ejército Rojo marchaba hacia Berlín. Todos los movimientos tienen sustancia: drama, sarcasmo, júbilo; muchísimas "trouvailles" de orquestación; ímpetu poderoso. Sin negar los grandes valores de la muy postergada Sexta, que se impone volver a dar, la Quinta es el Prokofiev más grande. Y vuelvo a abogar por que se concrete finalmente el absurdamente demorado estreno de la Cuarta, única que falta; basada sobre "El hijo pródigo", es más pastoral y liviana pero tiene mucho de atrayente. Volviendo a la Quinta, aquí Oue demostró que más allá del show es capaz de dirigir seriamente una obra de calibre: hubo buenos tempi, sólida coordinación, una Filarmónica que rindió en todos sus estamentos y tanto intensidad como cuidado por el detalle. Una versión para recordar.

            Lástima que tras el gran aplauso retornó el show: en la primera fila los japoneses le colgaron una guirnalda naranja y él saludó a muchos, tras lo cual repitió los tres minutos finales de la Rapsodia de Toyama; si se cumplía alguna efeméride el público hubiera debido ser anoticiado.

Pablo Bardin 


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