martes, agosto 29, 2017

Schiff y Bunatishvili: maestría absoluta versus virtuosismo puro

       Pocas veces hubo en una semana contraste tan grande en el arte de la ejecución pianística como los conciertos de Khatya Buniatishvili y András Schiff. Ella hizo su debut en Buenos Aires en la grata acústica de AMIJAI con un programa de extremo virtuosismo; él llevó el ciclo de Nuova Harmonia a lo que posiblemente sea el punto más alto de la temporada de esta asociación tocando el Primer Cuaderno de "El clave bien temperado" de Johann Sebastian Bach en el Colón. 
La pianista georgiana es toda nervio y electricidad, capaz de proezas técnicas asombrosas (velocidad, octavas, poderosos acordes) pero también de distorsiones estilísticas memorables. Se tienen tantos parámetros extraordinarios para los Chopin que eligió (Baladas Nos. 1 y 4, Polonesa "Heroica") que uno no puede menos que comparar mentalmente, sobre todo siguiendo las partituras (cosa que hago siempre que puedo). Y me encontré con aceleraciones no marcadas, pasajes donde su ataque era feroz, alternando con momentos expresivos de bello "toucher" y largas cadenas de figuraciones difíciles perfectamente ejecutadas.  Su carrera ha sido meteórica y ha colaborado con grandes directores y orquestas, pero siendo tan arbitraria no debe ser cosa fácil acompañarla. 
Previsiblemente estuvo más a sus anchas en Liszt, pero fue sintomático que donde menos convenció fue en ese espléndido Vals Mefisto, a la vez de ejecución trascendental y de enorme vuelo creativo;  la interpretación taquicárdica me hizo añorar el equilibrio de Nelson Goerner, que daba su justo valor tanto al elemento narrativo como al despliegue virtuoso. 
Luego del intervalo acometió esas "Reminiscencias de ´Don Juan´" en la que tres elementos fundamentales se alternan: la fantasmagórica aparición del Convidado de Piedra, las variaciones sobre "Là ci darem la  mano" (extensas y ocurrentes) y una saltarina "Canción báquica": todo ello mucho más lisztiano que mozartiano en su exagerada acumulación de oropeles, claramente un vehículo para el grandísimo virtuoso que era el compositor pero sin embargo atrayente en su imaginación armónica y garra descriptiva. Ella sin duda impresionó en esta obra, pero me quedo con la vieja grabación de Simon Barere, y recuerdo la estupenda ejecución de Argerich y Barenboim del arreglo para dos pianos.
La muy amplia Rapsodia española es un ejemplo máximo de un Liszt interesado en la exploración de recursos de mecanismo pero no en la sustancia de las ideas; aquí la pianista estuvo a sus anchas ejecutando vertiginosamente páginas casi imposibles y dando un rotundo volumen a ciertos pasajes; sin embargo, uno escuchaba a artistas como Jorge Bolet, Alfred Brendel o Louis Kentner y ellos lograban dar cierta nobleza y control a los pasajes más banales; con Buniatishvili sentí una vocación exhibicionista indudable. Con todo, hay un valor en la perfección técnica "per se" y no hay duda que aquí deslumbró. 
Confieso que el arreglo de Horowitz de la celebérrima Rapsodia Nº2 no me atrae, lo encuentro excéntrico y demasiado disonante para el estilo lisztiano; me quedo con el original y en una interpretación como la de la húngara Edith Farnadi, que entendía perfectamente el sentimiento del "lassu" lento, intenso, muy interrumpido en fragmentos, de rubato muy marcado, contrastado con la rápida y danzable czardas. Pero en fin, esta pieza me devuelve a la infancia y sigo viendo en mi memoria el genial dibujo de Tom y Jerry "Concertista desconcertado".  Esto dicho, Buniatishvili volvió a demostrar una energía sin fisuras.
Extrañas piezas extras: los tres últimos minutos de "La Valse" de Ravel, cuyo original para la orquesta me resonaba en los oídos: un frenesí explosivo y expresionista. Y esa música de John Williams para "La lista de Schindler" que toma como punto de partida el movimiento lento de la Sonata "Claro de luna" de Beethoven adosándole una triste y evocativa melodía. 
Lástima grande que la tercera visita de pianistas femeninas haya sido cancelada en AMIJAI: nos hubiera traído el debut de la rusa Svetlana Smolina en un muy variado y arduo programa que incluía obras como la Cuarta sonata de Scriabin e "Islamey" de Balakirev. No oculto a los lectores que la atracción del auditorio-sinagoga , aparte de ser un recinto magnífico para escuchar música, es que está en un entorno gastronómico asiático tan variado que preludia  un final de fiesta después del concierto.
Las anteriores visitas de András Schiff dejaron en claro los motivos de su gran fama europea: cada interpretación fue presentada con un mecanismo de seguridad tan absoluta que sus ideas con respecto a la música resultaron meridianas para el espectador-oyente. Y más allá de algún caso controversial (para mí, la Sonata "Claro de luna" de Beethoven), la impresión fue siempre la de encontrarse con un maestro completo, de una vida interior extraordinaria que lograba comunicarse sin alarde y sin divismo, siempre sobrio en lo gestual y concentrado al máximo. Imperó la obra, como debe ser. Y así lo entendió el público, que escuchó en absoluto silencio y lo aplaudió sin reticencias, antes y ahora. 
Es bien conocida su inmersión total en el mundo bachiano. Mi buen amigo Carlos Singer tuvo el privilegio de escucharlo en Madrid en muy extensos programas de impecable desarrollo. Por mi parte, en base a lo experimentado en el concierto que comento, no me cabe duda de que he tenido el privilegio de apreciar en vivo a los dos mejores adalides y defensores del Bach para piano; naturalmente, Rosalyn Tureck es el otro parámetro. Y si bien tengo gran respeto por Barenboim, creo que las pautas manejadas por Schiff responden más fielmente al espíritu bachiano.
Debo decirlo con claridad: creo que el instrumento que mejor responde a ese espíritu es el clave, y me gustaría mucho escuchar a un gran clavecinista en el Museo de Arte Decorativo, pero no quisiera que ello ocurra en el Colón, donde sólo con una poderosa amplificación podría escucharse. En cuanto al clavicordio, a los diez metros ya no se escucha. Y no la siento como música para órgano. No está de más afirmar que la traducción castellana es errónea: debería decir "el teclado bien temperado". Y explicar que "bien temperado" significa que cada semitono de los doce de la escala debe tener exactamente la misma cantidad de ciclos por segundo, y que en realidad es una adaptación artificial, ya que  hay mínimas pero existentes diferencias entre cada semitono. También vale afirmar que esta obra teórica en manos de verdaderos artistas es viable como música de concierto. Y por último, que por primera vez en la historia un compositor escribe en las 24 tonalidades, algunas de ellas nunca utilizadas antes (las más complejas, con muchos bemoles o sostenidos). 
Escuchando estos 24 preludios y fugas con toda la atención que exigen y merecen, asombra no sólo la soberana inteligencia y maestría sino la penetrante belleza de tantas de ellas, admitiendo que alguna que otra puede resultar algo farragosa  (fuga lenta a cinco voces, p.ej,). Pero qué fresca imaginación improvisatoria en los tan variados preludios, y qué geniales innovaciones en las mejores fugas de la historia (si se exceptúa las de "El Arte de la Fuga" o las del segundo cuaderno de "El Clave bien temperado"! Y la ejecución de Schiff, sin intervalo (1 h 50´), tuvo una continuidad hipnótica sin fisuras, con escaso uso del pedal y perfecta articulación a cualquier velocidad. Con toda honestidad, debo decir que soy diabético y tuve que abandonar la sala durante el Nº 22 por una hipoglucemia, pronto subsanada por azúcar provisto por cortés personal del Colón. Ya en el 23, para no molestar a los plateístas, me sentaron en un palco libre, en un gesto que mucho aprecio.  
Dos piezas extras prolongaron la magia: el primer movimiento del Concierto Italiano y el Aria de las Variaciones Goldberg. Un concierto memorable: a los 64 años Schiff está en la plenitud de su arte, puro como ninguno. Y qué milagro: todos los críticos estuvimos básicamente de acuerdo.
Pablo Bardin 

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