lunes, agosto 14, 2017

Festival Barenboim: Segunda Parte

El tercer concierto del Festival presentó al Trío formado por Daniel Barenboim (piano), Michael Barenboim (violín) y Kian Soltani (cello) en tres tríos de Beethoven: N1, Op.1 Nº1; Nº4, Op.70 Nº 1. "de los Espíritus" ("Geister"); y Nº6, Op. 97, "Archiduque". El programa de mano tuvo curiosos errores: a) no aclaró si había intervalo (no marcaba Primera y Segunda Parte), pero por supuesto lo hubo; b) no es un error pero no tiene sentido poner en el título Músicos de la WEDO; c) No hubo comentarios sobre las obras; d) el sobrenombre alemán del Nº4 es "Geister", "espíritus" o "de los espíritus", no "Geist" ("Espíritu"), como figuraba; e) y conviene ponerle número a los tríos. 
             Daniel Barenboim especificó en la conferencia de prensa que habían decidido que este trío sea estable. Y esto lleva a un viejo problema de los tríos para piano y cuerdas, y es que el pianista casi siempre queda como "primus inter pares", como ciertamente ocurrió con los famosos tríos Beaux Arts (Menahem Pressler) o de Trieste (Dario de Rosa). Sin embargo, hubo tríos con integrantes parejos y admirables: Cortot-Thibaud-Casals; Rubinstein-Heifetz-Feuermann; Istomin-Stern-Rose. Para que ello ocurra se necesita que los ejecutantes de cuerda tengan un sonido amplio y poderoso y una fuerte personalidad para poder equipararse con el mayor volumen del piano, sobre todo si es un artista de la envergadura de Daniel Barenboim. Y aquí esto no ocurre. El problema se nota menos en Soltani, un profesional de muy buen nivel, con grato timbre y fraseo musical, pero que en los pasajes forte o fortissimo quedó dominado por el piano. Pero Michael Barenboim, siendo correcto y de buen gusto, no tiene la presencia requerida para tomar el mando cuando la música lo requiere ni la intensidad para aquellos momentos donde Beethoven exige mucho.  Y sin embargo, el total fue mejor que la suma de las partes, porque las interpretaciones estuvieron claramente dominadas por las ideas del pianista, consumado beethoveniano como bien lo hemos experimentado aquí.
Foto: facebook.com/PorSiempreColoneros


            Daniel Barenboim dijo algo más en la conferencia de prensa: que iban a ejecutar la integral de Beethoven en Europa, y allí harían algo que me parece audaz: combinarlos con tríos de contemporáneos.  Y los mencionó: Borovsky, Alexander Goehr, Aribert Reimann.
            El Op.1 Nº1 no es el mejor de de los tres de ese opus, escritos entre 1793 y 1795, ya en la etapa vienesa de Beethoven. Pero el compositor ya en sus muy tempranos tres cuartetos para piano y cuerdas de 1785 cuando vivía en Bonn (se discute si éstos o los dos de Mozart son los primeros escritos en la historia para esa combinación) había mostrado gérmenes de su particular estilo, y en el ínterin hubo varias otras piezas de cámara sin número de opus, incluso un Trío para piano y cuerdas, un duo y un octeto. De modo que vale la pena escuchar ese Op.1 Nº1 por sus propios valores, ya considerables, y en una versión que tuvo el necesario transparente clasicismo.
            Por supuesto, hay una enorme diferencia con el Op.70 Nº1 de 1808, en pleno período intermedio marcado por obras como los cuartetos Rasumovsky o la Quinta sinfonía;  es una obra maestra en la que un extenso movimiento lento lleno de sombras y misterio (los espíritus) es encuadrado por dos rápidos de inmensa vitalidad. Estuvo en el pianista toda la garra requerida en los dos extremos y la sutileza tímbrica para el intermedio; intentaron seguirlo con buen pero no óptimo resultado los instrumentistas de cuerda.
            Y naturalmente, el extenso Trío Nº6, "Archiduque", es la culminación de la escritura beethoveniana en este equilibrio de instrumentos opuestos. Algo posterior (1811), y precedido por los cuartetos Nos.10 y 11, la maestría es total. El fraseo del pianista fue desde el principio el que debía ser, con ortodoxia bien entendida, firme estructura, matices exactos y articulación límpida. Sus compañeros fueron muy aplicados pero fue demasiado claro quién mandaba.
            Y esta vez Daniel Barenboim tenía las obras bien en dedos, sin las vacilaciones que hubo cuando tocó el Trío de Tchaikovsky tiempo atrás. Es que incluso un gran maestro como él no debe confiarse demasiado, el trabajo es siempre necesario.
            No hubo pieza agregada y estoy de acuerdo: fue un programa extenso y arduo. No me molestó que bajara la tapa del piano tras saludar al público durante varios minutos.
                                               CUARTO CONCIERTO
            El último programa reunió dos partituras extraordinarias escritas con pocos años de diferencia: "Don Quijote" de Richard Strauss (1897) y la Quinta sinfonía de Tchaikovsky (1888). Las dos están entre las obras cumbres del postromanticismo. Se ofreció esta combinación con la Orquesta WEDO dirigida por Barenboim tres veces: como cuarta función del Abono Barenboim y en días consecutivos para los dos abonos del Mozarteum Argentino. Elegí la última función como homenaje mío a la institución que trajo de vuelta al artista hace varias décadas y nunca ha dejado de tenerlo en sus abonos en las numerosas veces que vino desde entonces.
            Décadas atrás escribí un muy detallado artículo para Ars, esas revistas-libro que Isidor Schlagman editó durante fructíferos años sobre determinados grandes creadores, en este caso Strauss; yo me ocupé de los poemas sinfónicos y no me cupo duda de que fue la figura máxima en este género que había inventado Franz Liszt con una profusa y despareja producción aún mal conocida aquí (ello debería repararse) y que otros como Sibelius o el propio Tchaikovsky también ilustraron. Ya desde "Don Juan" (1888, creado a los 24 años) el dominio de Strauss de lo narrativo y de la orquestación fue asombroso, y siguieron maravillas como "Muerte y Transfiguración", "Las alegres travesuras de Till" y "Así habló Zarathustra" antes de "Don Quijote" y "Una vida de héroe". O sea que antes de ser el más importante operista alemán del siglo XX fue el más gran compositor sinfónico de esa nacionalidad en las postrimerías del XIX.
             "Don Quijote", la maravilla de Cervantes, fue leída en alemán por Strauss, y el compositor fue influenciado por las sabrosas caricaturas de Daumier.  Pensando no sólo en la narración sino en la estructura, el músico agregó: "Variaciones fantásticas sobre un tema de carácter caballeresco". Y así, la obra consta de Introducción, tema, diez Variaciones y Final. Dura  unos 45 minutos y son una constante revelación analizando una partitura de enorme riqueza y complejidad. Don Quijote (violoncelo solista), Sancho Panza (viola solista, pero también tuba tenor y clarinete bajo combinados) y brevemente Dulcinea (violín solista) se entremezclan con una orquesta poderosa y variadísima. La manera en la que Strauss refleja la pérdida de la razón de su antihéroe en la Introducción es la de una frondosa trama de contradicciones; luego el noble tema del violoncelo nos da la esencia del personaje; y las variaciones son de un ingenio y una audacia inolvidables: basten la evocación del rebaño de ovejas en la segunda variación, que parece el Penderecki vanguardista, o el viaje por los aires en la séptima (con máquina de viento). Aunque también están los minutos de belleza serena en la tercera y sexta. Y luego el retorno a la razón en el Final y los conmovedores acentos del violoncelo antes de la muerte del Quijote.

Foto: facebook.com/PorSiempreColoneros

            Una pequeña anécdota personal: cuando en 1973 programé el abono de la Filarmónica vino Leonard Rose y le pregunté si aceptaba en vez de un  concierto ser solista en "Don Quijote"; respondió entusiasmado que sí, pero el director no conocía la obra y luego canceló por enfermedad; con poco tiempo fue reemplazado por Tauriello, que no la tenía en repertorio, y terminaron ofreciendo una notable versión del concierto de Dvorák…
            Quiso la casualidad que "Don Quijote" fue presentado por el Mozarteum el año pasado por la Filarmónica de Hamburgo dirigida por Kent Nagano y con el admirable Gautier Capuçon como solista. Me las veo en figurillas para decidirme por esa versión o la más reciente y declaro un empate de muy alto nivel, ya que hubo dos grandes directores, muy buenas orquestas y solistas de notable talento. Fue un constante placer con momentos memorables, y de paso quedó claro que Soltani es ya un solista internacional de primer plano con un sonido de gran belleza y una sensibilidad en el fraseo que nos dio el personaje. También, que la violista Miriam Manasherov es de muy alta calidad.  Curiosamente se dio una pieza extra: un arreglo para violoncelo y cuerdas realizado por Lahav Shaní de "El cisne" de Saint-Saëns (de "El Carnaval de los animales").  Otra ocasión para que Soltani (austríaco de familia persa) despliegue su habilidad para el "cantabile".
            Pocas sinfonías son tan justamente famosas como la Quinta de Tchaikovsky en su fusión ideal de temperamento hiperromántico y de consumado dominio compositivo; en ella el temperamento melancólico es finalmente vencido por la voluntad positiva, a diferencia de lo que ocurre en una obra todavía superior, la Sexta, "Patética". Se han escuchado versiones de calidad superlativa en nuestra ciudad, como las de Mehta con la Filarmónica de Israel, una orquesta permanente de gran nivel, pero Barenboim logró de la WEDO un  rendimiento extraordinario, apenas opacado por muy circunstanciales errores. Pensando en el director que uno asocia con estructuras gigantescas como las sinfonías de Bruckner o el que logra dilucidar obras de Berg o Boulez, me asombró su afinidad con una personalidad tan hipersensible como la de Tchaikovsky, pero Barenboim demostró que todo lo que hay que hacer es ser fiel a la partitura sin agregar exageraciones a lo que ya de por sí está al rojo vivo. De ese modo la estructura queda resaltada y se comprende porqué Tchaikovsky fue un gran sinfonista.
            No está de más comentar que la gestualidad de Barenboim es muy particular: hace muy altos movimientos para dar entradas, en pasajes que tienen una métrica similar apenas marca el compás tras hacerlo al principio del fragmento, y tiene una infalible percepción de cuáles son los momentos que  necesitan de una energía total. En cuanto a la WEDO merece mencionarse la intensidad de los violines en el temible final y el bello sonido de la primera trompa en su famosa melodía del movimiento lento. Y vale felicitarlos por llegar al final de su visita tan espontáneos y entusiastas tras días de arduo trabajo.
            La pieza extra en esta ocasión fue la Polonesa del "Eugen Onegin" de Tchaikovsky, en una espléndida versión (habían tocado el día anterior la obertura de "Ruslan y Ludmila" de Glinka). Lástima que cuando el director se dirigió al público deslució su justo homenaje al Mozarteum con una despectiva alusión al Coliseo comparándolo con el Colón, ello después de decir que siempre se iban tristes por tener que dejar al mejor teatro del mundo. Pero  conviene decir que este festival fue realmente bueno, y me intriga mucho el de 2018 sin Argerich cuando todo será Barenboim y su orquesta berlinesa y por primera vez estará en el foso para dirigir una ópera.
Pablo Bardin
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