Tras la impresionante visita de la Staatsoper Berlin era difícil competir. Sin embargo, tuvimos semanas admirables en las que se lucieron orquestas nuestras y el SODRE uruguayo. Hay talento y disciplina en estas costas, se sabe programar y nuestros músicos no se arredran ante los mayores desafíos. En una zona tan conflictuada hay buenas noticias culturales al lado de malas.
ORQUESTA FILARMÓNICA DE BUENOS AIRES
Alejo Pérez es nuestro mejor director de orquesta joven y pasa la mayor parte de su tiempo en Europa, pero trata de venir una vez al año, salvo dificultades insolubles. Si bien su talento es ecléctico (me resultó muy sorprendente que un especialista en el siglo XX debutara en el Festival de Salzburgo con dos óperas románticas francesas, "Faust" y "Werther") se destacó especialmente en arduas obras del siglo XX. Fue él quien estrenó con la Orquesta del Teatro Argentino esas extraordinarias Tres piezas de Berg, pero las hizo sólo en La Plata, nos las debe aquí, porque en la CABA nunca las tocaron ni la Filarmónica ni la Sinfónica Nacional, ausencia grave que debería remediarse, ya que es una obra maestra de la Escuela de Viena (sólo Barenboim con la Orquesta del Divan y Maazel con la Cleveland las hicieron escuchar). Se animó con la Octava de Mahler y "Tristán e Isolda" en La Plata (cuya orquesta renovó en los cuatro años de su gestión), dirigió en el Colón "El Caballero de la Rosa" el año pasado, etc. Asiduo colaborador del Teatro Real de Madrid y de la Ópera de Lyon y frecuente invitado de orquestas de primera línea, es siempre grato e importante que nos visite.
Su impecable programa para el concierto de abono Nº10 de la Filarmónica, si bien no tuvo ningún estreno, combinó cuatro obras poco tocadas de grandes compositores. "La Damoiselle Élue" ("La doncella elegida") es un poema lírico para soprano, mezzosoprano, coro femenino y orquesta de Claude Debussy sobre textos del prerrafaelita Dante Gabriel Rossetti, "The Blessed Damozel", de inspiración simbolista. Esta obra de 1888 fue precedida por la cantata "L´enfant prodigue" de 1884. Otras dos cantatas no se estrenaron aquí: "Printemps" de 1882 (que está grabada) e "Invocation" de 1883 (que hasta 2.000 no lo estaba), obras formativas de sus 20-21 años. Pero a los 26 años el compositor empezaba a encontrar su estilo, y hay en "La Damoiselle Élue" cromatismos y coloridos que preanuncian al "Preludio a la siesta de un fauno", manifiesto genial del impresionismo. La obra me gustó mucho desde que compré en 1957 la grabación de un talentoso especialista, Désiré Inghelbrecht. Cuando programé a la Filarmónica en 1973 pedí a López Cobos, que debutaba aquí, que la incluyera en su concierto inicial, y convoqué a la sección femenina del Coro de la Alianza Francesa dirigida por Fainguersch. El nuevo Director del Colón, Bruno Jacovella, intentó echar a López Cobos, pero el director ya estaba en nuestra ciudad y eso es ya cumplimiento de contrato; le quitó el segundo concierto pero el primero quedó, y así, tras largos años, se escuchó "La Damoiselle Élue". Poco dada antes y después, su presencia me resultó muy bienvenida. Esta versión tuvo un cambio en la asignación de mezzosoprano: la anunciada Elisabeth Canis fue reemplazada por Florencia Machado, lo que me pareció ventajoso, ya que es una voz más joven (la Canis actual es para roles de característica como la Jezibaba de "Rusalka"). Pero la noticia importante puede haber pasado desapercibida a quien no conozca el funcionamiento del Colón. Durante largas décadas los horarios de ensayo del Coro del Colón y la Filarmónica fueron incompatibles y para lo sinfónico-coral había que recurrir a otros coros; pero esta vez actuó el Coro femenino del Colón. No sé si se trata de una excepción ni cuáles son los motivos, sólo que me parece un hecho auspicioso. Esto no redime a Diemecke de un hecho lamentable: durante los ya largos años de estar al frente de la Filarmónica la proporción sinfónico-coral fue ínfima, cuando hubiera podido utilizar al Orfeón o al Lagun Onak. Así, fue gracias a la colaboración del Coro Polifónico Nacional con la Sinfónica Nacional que tuvimos acceso a ese repertorio, aunque en el CCK siempre sin subtítulos, lo cual es grotesco. Tontamente el programa del Colón no aclaraba que se trataba del Coro femenino, sólo decía Coro Estable dirigido por Miguel Martínrez; pero hubo supertítulos con el texto traducido. La obra se inicia con un Preludio con tres temas Coro: "La damisela elegida se apoyaba sobre la barrera de oro del Cielo". Sigue la mezzosoprano (denominada curiosamente recitante, término que debería aplicarse a la voz hablada) que nos dice que "llevaba un vestido adornado con una rosa blanca regalada por María para el servicio divino". En lo que sigue se mezcla lo sensual con lo divino, con amantes cuyas almas se elevan hacia Dios, la damisela calentando con sus senos la barrera, y el Coro anuncia que ella hablará con una voz parecida a la de las estrellas cuando cantan en coro. Y entonces la Damisela (soprano) canta una música sutil y refinada, plenamente debussyana: espera la aparición de su amante terrestre; irá con él a los manantiales de luz, buscará el bosquecillo de María y sus sirvientas, y le pedirá a Cristo que ella y su amante puedan vivir eternamente juntos. Pero atravesó el cielo un vuelo de ángeles y la luz decayó tras ese pasaje, y entristecida (canta la recitante) la Damisela lloró. En la obra hay influencia del Wagner de "Tristán" pero sobre todo de "Parsifal", más prolegómenos de "Pelléas" o de "La catedral sumergida", orquestación de sutiles colores contrastada con un coro casto y modal. Música de fascinante transición hacia el Debussy impresionista pleno, fue expuesta con limpieza y sobriedad por Pérez y el Coro, con Carla Filipcic Holm cantando bellamente su Damisela y Machado complementando adecuadamente.
Friedrich Rückert fue uno de los más grandes poetas románticos alemanes, y la selección de cinco de sus poemas por Gustav Mahler nos da una obra de madurez de una categoría superlativa, digna compañera de sus otros ciclos para voz y orquesta (ningún otro compositor dejó un repertorio tan relevante, que culminó con "La Canción de la Tierra"). Sin embargo, se la da con menor frecuencia, quizá porque no tiene un título abarcativo como "Canciones de un caminante". Las canciones Rückert tienen muy diverso carácter: alegres o tristes, lentas o rápidas, cortas o largas. Por alguna razón (quizá porque con el cambio el ciclo pasa de la alegría a lo dramático y metafísico) Pérez alteró el orden y "Um Mitternacht" pasó a ser cuarto Lied enrocando con "Liebst du um Schönheit", que a su vez fue el tercero. Si bien Mahler las inició en el período de la Quinta sinfonía (1902), las terminó después de la terrible Sexta, "Trágica" (1904) y así son exactamente contemporáneas con las otras canciones Rückert, "Kindertotenlieder" ("Canciones para los niños muertos"), a su vez cercanas a la muerte de los hijos de Gustav y Alma Mahler. La versión pianística, aunque válida, es inferior a la orquestada, como siempre en Mahler; cada canción está orquestada para una diferente combinación de instrumentos. La primera tiene un título extraño, "Blicke mir nicht in die Lieder", traducible como "no me mires en mis canciones" literalmente, pero el sentido es "no espíes mis canciones"; hubo un tiempo en el que creí que era una errata, no Lieder sino Lider (cejas): "no mires mis cejas, bajo la vista" parecía razonable; pero no, esta canción breve, rápida y turbulenta tiene otro sentido: se siente traicionado/da por el espionaje. "Ich atmet´ einen linden Duft" ("Olí una suave fragancia") es serena y alegre: la fragancia del amor. "Liebst du um Schönheit" ("Si me amas por la belleza") es considerada una canción de amor a Alma; en cuatro estrofas: "si me amas por la belleza, por la juventud, por el tesoro (el dinero), no me ames; si me amas por el amor mismo, entonces ámame para siempre"; la música resulta dulce y envolvente. "Um Mitternacht" ("A medianoche") es la de mayor orquestación: maderas, bronces, arpa, piano y tambores, sin cuerdas. En cinco estrofas, quien canta está en profunda angustia en las primeras tres, pero en la cuarta "luché por tus penas, humanidad, pero no pude vencerlas"; y en la quinta, en poderoso climax (hizo que algunos aplaudieran erróneamente) "entregué mi poder en tus manos, ¡oh Señor! ¡Tú custodias la vida y la muerte a medianoche" (él, que se creía superhombre, se rinde ante Dios). Una aclaración: en el orden original "Um Mitternacht" es la quinta e "Ich bin der Welt abhanden gekommen" ("He abandonado el mundo" en la traducción del Colón pero más exactamente "Perdí el rastro del mundo") es la cuarta, pero los directores y cantantes prefieren, y tienen razón, dejarla última, porque es una obra maestra; para mi gusto y el de muchos, el mejor Lied de Mahler con excepción del enorme final de "La Canción de la Tierra". Sus tres estrofas llegan a lo metafísico y son de una penetración psicológica enorme; y la música es de una sublimidad sólo comparable a la mencionada y al final de la Novena Sinfonía, aunque en escala más breve. Hay que escucharla en profundo ensimismamiento. "Perdí el rastro del mundo hace tanto tiempo que éste puede creer que he muerto. Quiero descansar solo en mi cielo, en mi amor, en mi canción". Y una orquesta refinada e introspectiva acompaña estas palabras; tengo una sola comparación: la cuarta de las maravillosas "Cuatro últimas canciones" de Strauss. Hay una grabación inigualable de las Rückert: Janet Baker con Barbirolli; con cierta frecuencia siento esa necesidad de separarme del mundo y ésta es la compañía que necesito. Filipcic Holm es una noble artista y seguramente la mejor opción local para este ciclo; las hizo muy bien, salvo que a veces le faltó volumen, pero es verdad que el climax de "Um Mitternacht" es ruidoso y no hay como evitarlo (no es lo que más logrado me parece de estas canciones); Pérez acompañó con conocimiento y habilidad y buena respuesta de la Filarmónica, pero quizá le falten años para dar toda la profundidad de la última canción.
Estuvo completamente en su mejor nivel en las extraordinarias Cinco piezas de Schönberg creadas en 1909, mientras que las Cinco de Webern son de 1913 y las Tres de Berg de 1913-15; todas suenan increíblemente modernas, como "La Consagración de la Primavera" de Stravinsky de 1913, y ha pasado más de un siglo. Las Cinco de Schönberg me fueron reveladas por Juan José Castro y la Sinfónica en 1960; tuve luego la suerte de escuchar en Viena en 1964 a Mehta con la Filarmónica y en 1969 a Boulez y la Sinfónica de Londres, quien logró que me pareciera tan transparente como Mozart. Frase contundente del compositor: "en música no hay forma sin lógica, no hay lógica sin unidad". Y también dijo que era hora de lograr la "emancipación de la disonancia". Como dijo Halsey Stevens, en esa etapa "la unidad depende de la lógica temática y motívica, y ésta a su vez de consideraciones rítmicas". La primera versión exigía una orquesta enorme (maderas de a cuatro, seis trompas, cuatro trombones) pero la revisó en 1949 a un tamaño menos exagerado, aunque sigue siendo necesaria una orquesta grande. "Premoniciones" se basa sobre un "ostinato" en semicorcheas de las cuerdas, interactuando configuraciones rítmicas dramáticas de los vientos. "Vergangenes" ("Tiempos pasados") es lírica, melódica, extensa, con un episodio imaginativo para celesta, flautas y fagot. "Farben" ("Colores") es plenamente innovadora; basada sobre un acorde que va cambiando de color según la orquestación, de ella nacerá la idea de la "Klangfarbenmelodie" que aparece en su Tratado de Armonía de 1911: melodía de sonido-color. Aclara el compositor: el director debe llevar el pulso de tal modo que cada instrumento toque en la exacta intensidad escrita y en su propia proporción. "Peripecia" es brillante e impetuosa, muy difícil. Y "El recitativo obligado" nuevamente es lírica, muy sutil; sus melodías progresan por adición, no por variación o repetición, y su dinámica va desde el ppp al ff. En esta obra se lucieron el perfecto control y conocimiento estilístico de Pérez y la disciplina y profesionalismo de los filarmónicos.
Fue enorme el contraste con una obra fascinante y completamente opuesta: el Poema del éxtasis de Scriabin, que junto con el Poema del fuego son sus obras orquestales más imaginativas, de un delirio comunicativo con pocos parangones. Inspirada por la teosofía, su rica orquestación y sus melodías atrayentes que van llegando siempre a un nuevo climax hasta un final homérico logran una intensidad y variedad que comunican fuertemente con el oyente. Data de 1908. Una explosión del modernismo en otro sentido, ya que la armonía y la orquestación son avanzadas. Recuerdo dos versiones notables: la de Svetlanov con la Orquesta Sinfónica del Estado de la URSS, de enorme fuerza y volumen, y ese raro concierto imaginado por Lano en el que combinó los dos poemas de Scriabin con los dos conciertos de Liszt. Conocí los dos poemas en mi adolescencia grabados: interpretados por las manos intensas y dramáticas de Mitropoulos; las de Pérez son distintas: controladas, minuciosas, capaces de graduar con exactitud las tensiones, pero carentes de la sensación peligrosa y algo desaforada que esta obra excesiva requiere. Muy bien tocada y con la hábil ejecución del trompetista Fernando Ciancio en arduos pasajes, fue una versión muy profesional sin llegar a conmocionar.
En conjunto, un programa de gran interés y eficaz ejecución.
En el concierto siguiente lo importante fue el debut de un director de gran carrera y discografía: Yan Pascal Tortelier, hijo del gran violoncelista Paul Tortelier, que nos visitara en 1964. El director ha grabado CDs con no menos de 15 orquestas, aunque especialmente los que realizó con la Orquesta del Ulster y la Filarmónica de la BBC han sido valiosos. Primero fue violinista (primer premio en el Conservatorio de París a los 14 años), luego estudió con la célebre Nadia Boulanger y dirección con el gran docente Franco Ferrara en la Academia Chigiana. Además de una multitud de orquestas importantes dirigió como titular las mencionadas, pero además fue director principal invitado de la Sinfónica de Pittsburgh y de la Sinfónica de San Pablo (2009-11); desde 2016 es el titular de la Sinfónica de Islandia.
Si bien hubo un estreno en el programa, no resultó de peso: "Aire", concierto para corno, de Alexis Aranda (nacido en 1974), mejicano, muy bien tocado por Fernando Chiappero; el autor saludó. Varios desubicados aplaudieron después del primer y segundo movimientos. Dura unos 22 minutos y se divide en Géminis, Libra y Acuario. Es parte de una serie de cuatro conciertos denominados globalmente Zodíaco. Cada una agrupa tres signos según los cuatro elementos de la naturaleza: fuego, aire, agua y tierra. El de fuego es para violoncelo, el de agua es para flauta, y todavía está inédito el de tierra para marimba. El de aire es un encargo de Diemecke, a quien está dedicado, y lo estrenó Chiappero el 9 de noviembre pasado con la Orquesta Sinfónica del Instituto del Politécnico Nacional de México. Dijo el compositor: "los signos de aire pertenecen al mundo mental, teórico y metafísico. Este concierto tiene muchos pasajes líricos con aires de fantasía, misterio y magia". Música tonal agradable, con buenos momentos para el solista y con una orquestación variada, pero poca individualidad en las ideas, es una obra correcta; no me impresionó. El largo oficio de solista y director estuvo en evidencia.
Como opiné otras veces, es mala idea traer a un director para un solo concierto, sobre todo alguien que como Tortelier tiene tan amplio repertorio. Programó dos obras famosas: la obertura de "El Corsario" de Berlioz y la Sinfonía en re menor de Franck (errata en el programa: Frank). No quiso arriesgar en su propio programa, y aceptó estrenar la obra de Aranda. Lástima, porque hubiera podido poner algo del siglo XX que no sea remanido, o elegir una obertura de las poco conocidas (¡incluso no estrenadas!) de Berlioz. La Obertura de "El Corsario" contrasta un tema lento y expresivo con otro vertiginoso y de ritmos sincopados y exige una orquesta ágil y bien preparada; se dieron las dos circunstancias y ya en esos diez minutos quedó clara la autoridad del director, cercano a los 70 años pero en plena posesión de sus medios.
En cuanto a la Sinfonía de Franck, hay quien no gusta de su orquestación densa que parece derivada del órgano, como sucede con Bruckner, o que considere ciertos pasajes repetitivos, también como en Bruckner. Y sin embargo son muy distintos: Bruckner suena a escuela alemana; Franck, aunque belga, a escuela francesa. Como vivió casi toda su vida en París, estuvo influenciado por los órganos poderosos Cavaillé-Coll, que tocó durante tantos años. Sin embargo, hay obras suyas mucho más aireadas que la Sinfonía: "Psyché" o "Les Éolides" son buenos ejemplos. O sea que podía orquestar más liviano pero en este caso prefirió llegar a grandes momentos densos en fortissimo. Pero hay muchos motivos para admirar esta sinfonía, en un país que produjo pocos sinfonistas y donde sólo la Tercera de Saint-Saëns se ha impuesto, aparte del caso especial de la fresca y bella sinfonía del Bizet adolescente. Se podría con provecho escuchar las de Chausson y D´Indy, y recordar la Tercera y la Cuarta de Roussel, todas ellas demasiado relegadas. La de Franck es el mejor ejemplo de sinfonía cíclica con temas recurrentes, los cuales son muy bellos y expresivos y están armonizados con gran riqueza cromática. Si el director sabe mantener la tensión y la organicidad de la música, el resultado es convincente, y así fue en el concepto de Tortelier. ¿Algo exagerado en ciertos fortissimi? Sí, pero siempre con garra y dirección. Con toda razón el director felicitó a Michelle Wong, eximia en corno inglés. Abogo por el retorno de Tortelier pero con repertorio más innovador y para dos conciertos.
Voy a llamar a este tercer comentario El caso Lazarev. El director Alexander Lazarev dirigió "Khowanshchina" de Mussorgsky en ese fatídico 1982 de la guerra de las Malvinas. Primero vinieron Domingo y Marton para "Tosca", luego un elenco ruso con Nesterenko y Obraztsova; la tercera ópera iba a ser "Un Ballo in Maschera" con el debut de Pavarotti, pero no ocurrió: parecía demasiado arriesgado, ya que la posibilidad de un bombardeo a la capital existía (nunca se apreció cabalmente que Gran Bretaña hubiera podido atacar en el continente y decidió no hacerlo). En suma, una gran ópera rusa dirigida por un joven talentoso, que para entonces ya tenía una carrera considerable: primer premio en 1972 en el Concurso Karajan en Berlín, fundación del Ensamble Solistas del Bolshoi en 1978, y actuaciones en el Bolshoi. Y luego de Buenos Aires, fue director musical y artístico del Bolshoi de 1987 a 1995. Ya desde 1987 tuvo intensa actividad en Gran Bretaña; invitado principal de la Sinfónica de la BBC (1992-5) y director principal de la Orquesta Nacional de Escocia (1997-2005). Grabó 35 CDs con la Sinfónica del Bolshoi. Y cuando fue Director principal de la Filarmónica del Japón (2008-16), nada menos que ciclos completos de sinfonías de Prokofiev, Rachmaninov y Shostakovich. En todo ese tiempo que yo sepa no volvió aquí, y ahora lo hizo para el concierto Nº 12 del abono de la Filarmónica.
En la cartelera del Colón de La Nación sólo figuró lo siguiente: Obertura de "La gazza ladra" de Rossini; "El ascenso de la alondra" de Vaughan Williams; y la suite de "El pájaro de fuego" de Stravinsky, sin aclarar que se trataba de la suite larga de 1945. Parecía absurdamente corto. Pero el programa verdadero tuvo proporciones normales; no sólo porque se trató de la suite larga sino porque la obertura fue reemplazada por "Los pájaros" de Respighi y se agregaron tres fragmentos de "El lago de los cisnes" de Tchaikovsky. En suma, un programa dedicado a los pájaros.
Y bien, ¿por qué llamo a este comentario El caso Lazarev? Porque este rutilante currículum lo indica como una figura relevante de la dirección orquestal, y el resultado artístico de este concierto fue notable, pero…jamás ví tantos gestos excéntricos y payasescos en un director. Al lado de él Diemecke es sobrio. Comparemos: lamentablemente Diemecke le habla al público; Lazarev no lo hace. Ninguno de los dos usa batuta. Diemecke dirige de memoria, Lazarev con partitura.
Lo mejor será ir comentando obra por obra actitudes y musicalidad. Al llegar al podio nos encontramos con un hombre viejo (diría que 75 años) nada parecido a la foto del programa sin canas, con buen semblante, impecablemente vestido con moño; caminando con cierta dificultad, vestido informalmente, hizo un gran saludo y empezó a dirigir. "Los pájaros" es una atrayente obra de Ottorino Respighi basada sobre obras barroca, como lo están las tres series de "Antiguas danzas y arias". Al igual que Malipiero, era un gran conocedor de esas etapas musicales, lo cual era poco común en el período entreguerras. Y un orquestador formidable, como lo testimonian los poemas romanos. Nada tiene de historicista: toma esos materiales antiguos para darles color y variarlos a su manera; y lo hace muy bien. El vigoroso Preludio, muy rítmico, se basa en una pieza para clave de Bernardo Pasquini (1637-1710). Sigue "La Paloma", tierna y lenta, sobre una pieza para laúd de Jacques de Gallot (1625-95). Es divertida y ocurrente "La gallina", sobre un movimiento de la Suite en Sol del Primer Libro de piezas para clave de Rameau. Tiene mucho encanto "El ruiseñor", sobre una tonada anónima del siglo XVII. Y el final empieza con una gráfica reproducción del Cucú ("Toccata con lo scherzo del cucco" de Pasquini), pero luego hay citas de los fragmentos anteriores y un regreso a la música del Preludio que se hace Postludio. En los primeros minutos de la obra hubo algún pequeño desajuste, pero pronto llegó la concentración, el fraseo elegante y exacto y el evidente placer que interpretar la música le daba a Lazarev. Aunque también todo un arsenal de gestos exóticos para dar entradas, y al final, no el gesto habitual de cierre sino un arabesco hacia el público.
"The lark ascending" ("El ascenso de la alondra" según la traducción algo libre del programa) es una exquisita obra de Ralph Vaughan Williams, muy escuchada en Inglaterra; y aquí ha tenido alguna que otra interpretación (en 1968, la Orquesta Hallé con Barbirolli). No conozco la versión original con piano de 1914, pero no me cabe duda de que la bucólica orquestación de 1921 la favoreció. Inspirada por el poema homónimo de George Meredith, en la concepción del compositor la alondra es el violín, que tiene tres cadenzas refinadas, y la orquesta acompaña con esas melodías modales pastoriles típicas del lado sereno de un creador que también escribió sinfonías trágicas como la Cuarta y la Sexta, o la que este año se estrenará, la Séptima, "Antártica". Es un gran año para Vaughan Williams en la Filarmónica, ya que escuchamos su Segunda Sinfonía, "Londres", en Marzo, y enhorabuena: se lo reconoce como uno de los grandes autores británicos. La música es ideal para Pablo Saraví, un artista de límpida técnica y buen gusto admirable, que fraseó impecablemente las evoluciones de la alondra con un sonido pleno y sutil de singular belleza y afinación. Lazarev, que no en vano ha trabajado mucho en Inglaterra, moldeó los episodios orquéstales con transparencia y estilo. Pero las actitudes…las manos en la cintura, las indicaciones señalando con un dedo…y luego de la obra, aplaudiendo al público y poco menos que abrazando al sobrio Saraví…
Lo que pasó en la Segunda Parte terminó de asombrarme, porque sus versiones de Tchaikovsky y Stravinsky fueron superlativas pese a sus extrañas maneras, todavía más marcadas en repertorio ruso. Siguiendo el tema de los pájaros, escuchamos tres piezas de "El Lago de los Cisnes", pero del ballet de Tchaikovsky eligió piezas que justamente no evocan a los cisnes: la Danza española y la Danza napolitana, ambas del divertissement del Cuarto Acto, y el gran Vals del Primer Acto. Habiendo sido Director Artístico del Bolshoi, Lazarev no sólo dirigió mucha ópera, también ballet, y tiene el estilo incorporado. Con un gesto preciso logró que las tres piezas se escucharan con un mínimo silencio sin solución de continuidad. Las dos danzas tuvieron su carácter propio: se conoce la afinidad de los rusos con lo español y se comprobó en el delicado fraseo de la Danza española, que es un Bolero; y luego el ritmo rápido de la sanguínea Danza napolitana fue logrado con brillantez y un notable trabajo del trompetista Fernando Ciancio. Pero el Vals fue un punto álgido de la velada: nunca lo escuché mejor tocado y dirigido en vivo; los minutos finales tuvieron un brío arrebatador y emocionante. Sus actitudes siguieron siendo extrañas; en cierto momento le gritó a los violoncelos, p.ej. Y al final gran sonrisa y aplauso al público y a los intérpretes.
Qué bueno haber incluido la suite larga de "El Pájaro de fuego", se da rara vez. Tengo grato recuerdo de la versión que ofreció Dean Dixon (director negro, cosa poco común entonces; hombre de gran talento) en 1967 con la Filarmónica; también Calderón la hizo en 1969; y en 1963 Barbirolli con la Philharmonia; pero desde entonces creo que se hizo muy esporádicamente. Versiones magníficas de la suite "normal" hubo muchísimas; baste nombrar a Monteux, al propio Stravinsky, a Klecki, Mehta y un gran etcétera, ya que es una de las obras más populares. Hubo al menos una vez que el ballet completo se escuchó en concierto, y fue la soberbia versión de Maazel con una orquesta francesa. En cuanto a grabaciones de las suites 2 y 3 y la integral, sumadas son numerosísimas; la curiosidad es que la Primera suite, la de 1911, tiene al menos dos grabaciones, de Boulez y Ashkenazy; no la conozco y creo que no se dio aquí en concierto.
Y bien, la versión de Lazarev fue memorable. La absoluta concentración de director y ejecutantes y la valorización exacta de cada matiz de colorido, de armonía y de ritmo llevó a que la obra llegue plenamente al oyente. Los agregados a la segunda suite van después de la Danza y variación del pájaro de fuego y son tres pantomimas, el pas de deux del pájaro y el zarevich y el Scherzo (Danza de las princesas). Y luego siguen los números habituales. Esa música intercalada es muy atrayente y si bien no resulta tan importante como los números de la Suite nº2, se escucha con gran placer, y así se llega a unos 40 minutos en vez de unos 25. En realidad la completa apenas tiene un cuarto de hora más y es excelente candidata para una Segunda Parte de concierto. Las excentricidades gestuales poco importaron porque el dominio del director fue total en esta Suite Nº3. Enormes besos al público y homenaje del director a cada solista, llegando a deslizarse hasta el primer atril de contrabajo para felicitarlo.
Y me quedó la intriga: la capacidad y talento de Lazarev son indudables, ¿pero Europa acepta su personalidad actual? Porque allá son pocas las figuras excéntricas que han tenido éxito: Bernstein, Celibidache, Rattle, quizá ahora Currentzis. Los mayores ídolos vieneses fueron Karajan y Böhm, y este último era de gran sobriedad, aunque no tan extrema como la de Reiner en Chicago; sin embargo conseguían versiones fulgurantes, como lo lograba Beecham aquí en 1958 con su mal brazo; la dirección de orquesta es enigmática.
Quisiera que Lazarev vuelva con dos programas rusos de envergadura e innovación: aventuro dos con solistas. A) "Kamarinskaya" de Glinka, Concierto para piano de Rimsky-Korsakov, Sinfonía Nº1 de Balakirev. B) "Baba Yaga" y "Kikimora" de Liadov, Concierto Nº2 para violoncelo de Shostakovich, estreno de la Cuarta sinfonía de Prokofiev. En fin, soñar no cuesta nada.
Y aquí paro por hoy. Dejo los otros conciertos para una segunda tanda y en el interregno me dedicaré a "Pelléas et Mélisande".
Pablo Bardin
No hay comentarios.:
Publicar un comentario