El Covid afectó fuertemente la actividad de la Orquesta Sinfónica Nacional en 2020 y el año pasado, pero en diciembre llegó a dar en el CCK dos conciertos a los que no pude asistir. Este año la Orquesta ofrecerá conciertos en el CCK y en otros lugares. Además en varias semanas se realizarán concursos para llenar lugares que han quedado libres debido a que muchos artistas se jubilaron. Hay dos problemas inmediatos: la orquesta no cuenta con un contrafagot y hasta que lo tenga no podrá, por ejemplo, programar las sinfonías de Brahms. Pero además tiene muy escaso apoyo y no hay dinero para dos cosas fundamentales: pagar directores y solistas extranjeros y además no poder pagar cualquier música contemporánea extranjera. De modo que la programación va a ser bastante limitada este año. De allí que habrá estrenos argentinos como en el concierto que voy a comentar y "resurrecciones" de partituras argentinas previstas en otras fechas. Un año extraño e incompleto pero mejor que nada. Molestia agregada: no sólo no hay programas de mano disponibles (otra vez el Covid) sino que la música no se anuncia por micrófono por razones que ignoro. Mi condición de crítico musical implica que me hayan dado los datos gracias a los cuales puedo comentar el concierto del viernes 18. Si bien Luis Belforte ya ha tenido una interesante carrera, yo no lo conocía y me resultó positivo asistir. Y quiero mencionar que fui llevado muy amablemente a un lugar de platea cómodo y central por una señora del grupo que se ocupa de las orquestas y los coros nacionales. Solía haber pre Covid y pre Fernández gente del propio CCK que ayudaba; eso no se está haciendo y ni siquiera se pone en el ámbito que está delante de la sala un cartel con el programa del día; hasta hace 3 años había tala cosa y además el CCK tenía gente que saludaba y ayudaba a los críticos que venían a los conciertos de la Sinfónica. Me pregunto qué pasará con los conciertos de los miércoles a mediodía del Mozarteum que se hacían en la otra sala, la Argentina. Y me llegan reacciones de gente de la Sinfónica que se consideran maltratados por el staff actual del CCK, olvidando que el espléndido escenario fue imaginado por miembros de la Sinfónica y con promesa de que la orquesta tendrá el CCK como sede. De paso, no hay salida de descanso, quizá por el Covid (el Colón fue así entre julio y septiembre); sí me parece correcto que sea obligatorio el barbijo.
Las dos primeras obras fueron estrenos argentinos. Confieso ignorar por completo a Damián Rudel Rey, autor de "Supernova". La obra, de unos 10 minutos, quiere sugerir su título y en consecuencia tiene frecuentes explosiones en fff, mucha percusión y arranques violentos de los bronces. En el público había un alto porcentaje de gente joven que al final aplaudió bastante cuando el autor salió a saludar. A juzgar por los gestos del director los instrumentistas respondieron bien al disonante y ácido material que intenta reflejar las terribles Supernovas que a veces ven los astrónomos en nuestra Vía Láctea.
Conozco a Valentín Garvie como muy hábil trompetista tanto para el Barroco como para la música del siglo XX y también cuando intervino en una obra suya años atrás en el CCK. Ya en aquella partitura sentí su afinidad con el jazz, y esta vez me resultó más evidente, ya que la música que interpretó en saxofón Rodrigo Domínguez era inequívocamente de un estilo jazzístico muy vanguardista. A veces solo, otras en diálogo con Garvie, y una orquesta que pareció algo dislocada. La obra se denomina Concierto para trompeta, saxo, gran órgano y orquesta; Sebastián Achenbach tocó con frecuencia variados repertorios del inmenso órgano que domina la sala desde su altura, y en esta partitura lo largó a todo trapo, por momentos dominando y en otros colaborando. Más o menos a la mitad de esta obra de 20 minutos pasó que el saxofonista salió del escenario y minutos después se lo escuchó desde el fondo de la sala, al rato fue Garvie el que salió y a su vez fue al fondo y dialogó con el saxo, mientras la orquesta o paraba por completo o tocaba con un acompañamiento. La extraña pero interesante obra terminó en total obscuridad. Me pareció audaz y difícil.
Luego de unos minutos escuchamos (aunque sin los fragmentos vocales) una notable versión de la que para mí es la obra más intensa y original de Manuel De Falla: "El amor brujo".
La obra data de 1915 (luego revisada) y revela un extraordinario dominio de la orquestación y la armonía es muy personal. Si bien muchos conocimos la "Danza ritual del fuego" en la versión pianística tocada maravillosamente por Rubinstein, es todavía más interesante en el original para orquesta (fue tocado luego como bis al final del concierto) y toda la obra resulta ideal para bailarines españoles del sur gitano. Es para felicitar la garra y precisión con la que el director supo marcar a la orquesta y cómo ésta ejecutó la partitura, incluso los solos de oboe, viola y violoncelo.
El más famoso poema sinfónico de Saint-Saëns es por supuesto la "Danza macabra", que en sus 9 minutos revela un gran dominio de la orquestación y requiere un trabajo de primer orden por parte del concertino. Al no tener programa ni una lista de la orquesta no sé quién fue, pero puedo decir que tocó con gran limpieza y dominio, mientras sus compañeros ejecutaban con entusiasmo y buen ritmo a esta pieza que se presta a ser complementada con una coreografía. No quita que sería bueno recordar a los otros tres poemas sinfónicos, si se consiguen las partituras; merecen conocerse.
En suma, fuerte contraste entre los estrenos argentinos y los grandes compositores europeos y un concierto muy bien recibido por el público.
Pablo Bardin
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