Gustavo Dudamel, carismático joven director venezolano que deslumbró aquí hace una década al frente de la extraordinaria Orquesta Sinfónica Simón Bolívar, el pico de la pirámide del Sistema fundado por Abreu hace largas décadas previas al chavismo. Y esa Orquesta Filarmónica de Viena que nunca dejó de estar en el núcleo selecto de las mejores del mundo. Director y orquesta retornaron para un solo concierto en el Colón inaugurando el abono Grandes Intérpretes Internacionales.
Sí, un solo concierto, lo cual es sorprendente. La gira americana se inició con tres conciertos con programas distintos en New York, otros tres en México DF, uno en Bogotá, uno en Santiago, y terminó en Buenos Aires sin incluir ni a Sao Paulo ni a Rio de Janeiro, lo cual es todavía más extraño. Lo atribuyo a dos posibles causas, quizás unidas: no disponer de más tiempo debido a que la orquesta debe volver a Viena, o haber carecido del sustento financiero necesario; y lo digo porque ciertamente tanto Buenos Aires como Sao Paulo son esenciales en una gira americana. No afirmo que esos sean los problemas, sólo conjeturo.
El programa de mano fue una muestra patente de desmanejo y falta de criterio. En efecto, no sólo no incluyó ni una línea sobre las obras, contrariamente a la práctica invariable en los conciertos de categoría, sino que demostró un cabal desdén por la historia del Colón, al no dar ni un solo dato sobre las visitas anteriores ni de Dudamel ni de la Orquesta. Ante esta desidia culpable creo obligatorio sintetizar aquí la anterior relación de la Filarmónica con nuestra ciudad y el Colón, ya que fue importantísima y muchos la desconocen.
La Orquesta fue fundada en 1842 por Otto Nicolai, el creador de esa atrayente ópera, "Las alegres comadres de Windsor", que el Colón increíblemente nunca ofreció. En 1922 se cumplían 80 años de su existencia y los vieneses lograron llegar a Buenos Aires tras visitas a Rio de Janeiro y Montevideo. La Viena de entonces era muy distinta a la de diez años antes; la Primera Guerra Mundial tuvo un resultado grave para ellos: la destrucción del Imperio Austro-Húngaro y su secuela de pobreza y turbulencia política. Dirigió a la Filarmónica el gran Felix Weingartner en nada menos que 19 conciertos; es obvio recalcarlo, en la era del barco tomaba un mes ir de Europa a Argentina y viceversa y sólo era rentable si la actividad era intensa. Sus programas fueron tradicionales. Pero además, y esto es un dato impresionante, colaboró en el primer ciclo completo en alemán de la Tetralogía wagneriana, alternando con una orquesta local. Volvieron al año siguiente: doce conciertos dirigidos por el eminente compositor Richard Strauss, que no sólo ofreció diez poemas sinfónicos suyos sino también sinfonías de Beethoven, Brahms, Bruckner y Mahler, más creadores menos frecuentados como Korngold, Schmidt, Reger y Pfitzner. ¡Y además Strauss dirigió representaciones de sus óperas "Salome" y "Elektra"! Pero Strauss ya había venido en 1920 a dirigir la orquesta local en nada menos que 16 conciertos incluyendo cinco estrenos de música suya. La Filarmónica también tuvo a Gino Marinuzzi en otros cinco conciertos en los que cubrió un amplio espectro de creadores: no sólo Wagner o Weber, también Smetana, Rimsky-Korsakov y muchos italianos, conocidos como Rossini o Respighi u otros raramente escuchados como Casella, Zandonai, Sinigaglia o el propio Marinuzzi. Claro está que en esa época no había festivales en Europa, salvo el muy reciente de Salzburgo y el de Bayreuth, y Buenos Aires era ideal para mantener a los artistas activos durante nuestro invierno que era el verano boreal. Y en esos años venían los grandes a esa Argentina próspera: Rubinstein, Segovia, Risler, Cassado, Backhaus, Nikisch, Ansermet con la recién fundada Orquesta de la A.P.O….
Otra guerra iba a ocurrir antes del regreso de la Filarmónica vienesa, la Segunda Mundial, con su terrible desgarramiento. Pero Karl Böhm, que tuvo a su cargo la temporada alemana a principios de los 50 y estrenó aquí maravillas como "Jenufa" de Janácek, "Wozzeck" de Berg y "La Canción de la Tierra" de Mahler, vendrá gracias al Mozarteum al frente de la Filarmónica de Viena y ofrecerá en 1965 cinco conciertos (ya era la época del avión, las visitas podían ser más breves) de repertorio alemán en los que descolló la Séptima de Bruckner y el estreno de la Suite de la ópera "La muerte de Danton" de Von Einem (la ópera debería estrenarse en el Colón, es valiosa). Por último, la Filarmónica retornó en 1985 dirigida por Lorin Maazel, nuevamente traída por el Mozarteum, y ofreció cuatro conciertos de repertorio tradicional alemán-austríaco, excepto la Suite de "El Pájaro de Fuego" de Stravinsky. La Primera de Mahler impresionó particularmente.
Enzo Valenti Ferro dedicó párrafos muy vigentes a las visitas de la Filarmónica vienesa. Escribió: "Es posible hallar en algunas orquestas mayor brillo instrumental, precisión, incisividad, virtuosismo. Pero no es probable que alguna de ellas posea la personalidad, esa fisonomía propia e inimitable, de esta estupenda orquesta; que tenga la arrobadora tersura y morbidez de su sonido, la naturalidad y suprema calidad de su fraseo y la notable vibración íntima que la distinguen y la hacen absolutamente única. Es una orquesta con alma, que no deslumbra con fuegos de artificio sino por su sensibilidad musical". Hago mía totalmente esta evaluación. Y agrego un comentario que me hizo un distinguido maestro argentino al salir del concierto: "esta orquesta no existe. Es un sueño hecho sonido".
¿Y Dudamel? Tenemos su imagen de joven exuberante al frente de la enorme orquesta Bolívar, todos enfundados en trajes con los colores de la bandera venezolana, y al final de programas pensados para impresionar por su precisión, gran volumen y colorido, tocando piezas como el Mambo de Bernstein bailando y gritando. Es difícil conciliar ese recuerdo con lo que vimos ahora: un director sobrio, concentrado, con gestos claros pero parcos, fraseando con refinamiento y contención, habiendo asimilado totalmente el estilo de la orquesta vienesa.
Tocaron aquí un programa postromántico con dos obras de Brahms y la Cuarta Sinfonía de Tchaikovsky. Yo me quedé con las ganas sobre todo de escuchar por ellos una obra que me fascina y que sólo se dio aquí una vez y hace unos cuarenta años o más: la Segunda Sinfonía de Ives (la tocaron en New York y México DF). Creo además que hubiera sido más interesante que en la primera parte la Obertura del Festival Académico no fuera seguida por las Variaciones sobre un tema de Haydn, admirables como son, sino por algo más colorido como "Las travesuras de Till" de R. Strauss.
En las dos obras de Brahms hubo musicalidad, buen gusto, matices, bello sonido y ortodoxia interpretativa. Pero faltó algo que yo esperaba de Dudamel: energía rítmica.
En cuanto a la Cuarta de Tchaikovsky si el oyente está acostumbrado a versiones rusas quizás extrañe trompetas más brillantes o momentos culminantes más rotundos y hasta salvajes en el primer movimiento, sin duda el más dramático, pero Furtwängler, por ejemplo, ha demostrado que se le puede dar un carácter más centroeuropeo y un sentimiento más denso, y esto lo experimenté con Dudamel, aunque quizás haya ralentado en demasía el segundo tema. La Elegía fue fina sin sensiblería, y el famoso tercer movimiento tuvo un pizzicato colectivo perfecto, firme control rítmico y contagioso humorismo. Y la desenfrenada fiesta paisana final tuvo garra y admirable ajuste. En suma, una muy buena versión. Un gran amigo melómano estuvo presente cuando la misma sinfonía con los filarmónicos vieneses fue dirigida en el último Festival de Salzburgo por Riccardo Muti, y según aquel avezado testigo, la versión le deparó numerosos descubrimientos de fraseo y estructura que le hizo reevaluar una obra que conocía ya muy bien; este amigo también estuvo en el concierto que comento y consideró que Dudamel la hizo con calidad indudable, y una orquesta que respondió con sumo profesionalismo y personalidad colectiva, pero no sintió esa sensación renovadora que Muti en sus altos años le había comunicado.
Las obras del programa habían sido de repertorio, pero las dos breves piezas extras en cambio fueron bienvenidas rarezas: un breve Vals del Divertimento de Bernstein, elegante y con solos de cuerdas, y una de esas Schnell polkas (polcas rápidas) que fueron especialidad de los hermanos Strauss; en este caso escuchamos "Winterlust" ("Goce invernal") de Josef Strauss, tan talentoso como su hermano Johann II; seguramente Dudamel, que tuvo a su cargo uno de los famosos conciertos de fin de año de la Filarmónica de Viena y fue el más joven en la historia de este tradicional evento, cumplió con la obligación de alternar piezas famosas con otras que merecen ser conocidas y están olvidadas, como esta polka vertiginosa marcada por el Rute (varilla de azote), en realidad dos piezas de madera que se entrechocan. Definitivamente ninguna otra orquesta del mundo hace este repertorio con tan inmensa soltura y alegría, y fue así como merecía despedirse esta orquesta que los veteranos tenemos marcados en la memoria como ninguna otra entre las grandes que nos visitaron, muchas por suerte, y gracias en su mayoría al Mozarteum; pero esta vez fue el Colón.
Fue patente el afecto entre director y orquesta, una camaradería de mutuo respeto que Dudamel ciertamente merece. Y conviene recalcar dos cosas: a) que la Filarmónica es parte de la gran Orquesta de la Ópera, necesariamente enorme ya que no sólo afronta seis óperas distintas por semana sino que también da conciertos y graba discos. Y b) que ahora hay varias mujeres en la que fue una orquesta resueltamente machista (como también lo fue la Filarmónica de Berlín); enhorabuena.
Que no tengamos que esperar otros 33 años para el retorno de los vieneses, apreciarlos en vivo hace bien al espíritu como pocas otras experiencias musicales.
Y un interrogante en cuanto a Dudamel: ahora que el director ha criticado a Maduro y éste procedió a no autorizar giras de la Orquesta Bolívar con ese artista, parece difícil que esa particular grieta se cierre. Sea como fuere, hay que preservar a la Orquesta, tan alabada en su momento por Abbado y Rattle.
Pablo Bardin
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