lunes, agosto 16, 2021

MÚSICA FRANCESA POR LA FILARMÓNICA Y BEETHOVENIANA POR LA ESTABLE

                El concierto del 6 de agosto de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires fue un programa grato y bien compaginado de música francesa, mérito del director Enrique Arturo Demecke y la pianista Fernanda Morello.  Dos días más tarde el programa beethoveniano no trajo novedades pero estuvo bien ensayado por Javier Logioia Orbe y tocado por la orquesta y el solista de violín Oleg Pishenin.

               De Gabriel Fauré escuchamos la "Pavana" Op. 50 y la Balada para piano y orquesta, Op. 19. Estuve revisando un cuaderno mío con todos los conciertos que ví entre 1950 y 1970 y me llevé una sorpresa: nada menos que 42 obras de Fauré y varias en más de una versión. Ciertamente había admiración y cariño, ya que buena parte de las interpretaciones era de artistas locales, especialmente Lía Cimaglia-Espinosa. Entre los cantantes extranjeros, Marian Anderson, Victoria de los Ángeles y Gérard Souzay; entre los locales, Mattiello, Gallardo y Arizmendi. Estuve en el concierto de la Orquesta de LRA de la Balada: Perla Brúgola, piano; Julio Malaval, director. En cambio no vi ninguna versión de la Pavana. Otra sorpresa fue mirar la enorme cantidad de grabaciones de obras de Fauré que hay en el catálogo RER 2000 de los CDs, en especial de las siguientes obras: la Misa de Requiem, la Messe Basse, el Cantique de Jean Racine. Y en lo instrumental: la Pavana, la Balada, la Elegía para violoncelo con piano u orquesta, la Berceuse para violín con piano o con orquesta, la Sicilienne y el ciclo "La Bonne Chanson" sobre poemas de Verlaine para canto y piano. La Pavana es para orquesta con coro ad libitum y muchas grabaciones de ambas posibilidades; el Colón por razones de pandemia no agregó el coro. La obra es de 1887, cuando Fauré tenía 43 años, y existe una revisión para 4 voces y piano con cambios en 1889, 1891 y 1901, y con texto del Conde de Montesquiou. Sumando las versiones con piano o con orquesta con o sin voces, hay nada menos que 38 grabaciones, como las de Beecham, Marsalis, Streisand, Dutoit, Ormandy, Marriner y Barenboim, incluyendo varios arreglos. O sea que la pieza atrae; son apenas 5 minutos pero la melodía es muy bella, tiene una breve interrupción dramática aunque enseguida vuelve la melodía, y fue un placer escucharla bien tocada y dirigida.

               En cuanto a la Balada, también tiene dos versiones: la de piano solo (4 grabaciones) y de piano y orquesta (13 grabaciones); se destacan la de Marguerite Long de 1931 (ella estrenó el Concierto de Ravel) y las de Earl Wild, Gisèle Casadesus (1948) y J. P. Collard. Voy a mencionar una versión con la que tuve que ver en 1973, siendo asistente de Antonio Pini en el Colón; venía en la temporada de la Filarmónica un notable pianista francés, Eric Heidsieck, hablé con él y como la Balada sólo dura unos 15 minutos, me sugirió también estrenar otra obra de Fauré: la Fantasía Op. 111, única otra creación del compositor para piano y orquesta; data de 1918, sus 73 años, cuando estaba casi sordo, y como pasa con toda esa etapa final, esta Fantasía es introspectiva y algo triste; en efecto, la estrenamos y no se volvió a dar que yo sepa en Buenos Aires; sólo tiene una grabación en RER. Volviendo a la interpretación que vimos, fue una cuidadosa tarea bien trabajada por Fernanda Morello, segura en cada pasaje brillante "a la Liszt" pero también dando relieve a la melodía principal, bien faureana. Diemecke acompañó con cuidado y la Balada se escuchó bien lograda. Pese a que el aplauso se había apagado Morello volvió a aparecer y tocó una pieza de Erik Satie, muy típica aunque bastante repetitiva, correctamente tocada. Se trató de la Primera Gnossienne, escrita en plena juventud, pero ya está su estilo; son 6 en total, de distintos años; y el título se deriva de "Gnossos", palabra griega referida al conocimiento. Tomó un rato razonable mover el piano hacia las bambalinas.

               La "Pavana para una infanta difunta" de Maurice Ravel se toca con frecuencia en el mundo; no tanto aquí. Es un título inventado y no se refiere ni a una infanta española ni a una niña muerta conocida por el compositor. Muy grabada, obra exquisita y breve, ejemplo perfecto del talento raveliano, apenas dura unos 5 minutos. La pegadiza melodía está tocada por una trompa con toda suavidad, rodeada de cuerdas y vientos; Diemecke la fraseó con afinidad y su trompista respondió admirablemente. Entre 1950 y 1970 se dio con frecuencia y pude apreciar a Pierre Dervaux (1963) y a Willem Van Otterloo (1969) con la Filarmónica, y a Louis De Froment (1967) y Gilbert Amy (1968) con la Sinfónica Nacional. Creo que no ha sido tan programada en décadas recientes.

               Desde hace ya bastantes décadas Buenos Aires escuchó con frecuencia el encanto de la Sinfonía de George Bizet, que como Mendelssohn y Schubert creó una sinfonía valiosa a los 17 años. Winton Dean en su artículo sobre Bizet en el Grove´s Dictionary de 1954 expresa lo siguiente: "En el otoño de 1853, habiendo apenas cumplido 17 años, Bizet escribió la Sinfonía en Do mayor, ahora bien conocida pero que recién fue publicada en 1935. En calidad y habilidad tiene pocos rivales y quizá ninguno superior en el trabajo de compositores de esa edad. Hay influencias de Mozart, Rossini, Gounod, y la tradición de Haydn-Beethoven, pero la música tiene tal frescura, espontaneidad de invención e ingenio técnico tanto estructural como orquestal, que la Sinfonía es claro ejemplo de genio joven. El segundo movimiento es profético; la melodía principal del oboe tiene una fórmula melódica que vuelve a aparecer en "Les pêcheurs de perles". Y los dos temas del finale nos llevan a "Carmen". La sinfonía está escrita para la habitual orquesta clásica sin trombones". Y bien, yo escuché por radio la sinfonía en 1952 (13 años) y me entusiasmó; fui a Ricordi y compré la espléndida grabación de Artur Rodzinski con la Sinfo-Filarmónica de New York en un LP de 25 cm; es mi LP Nº 4 y luego grabé en cinta magnética las versiones de Cluytens y Munch. Entre otras versiones menciono a Beecham, Stokowski y Haitink.  Fui a conciertos donde daban esta obra: Schwieger y la Orquesta de LRA (1953), Martinon con la de Amigos de la Música (1954), Prêtre con la de LRA, De Froment con la Sinfónica del Profesorado Orquestal de Buenos Aires (1967) y Fontenla con la Filarmónica de Buenos Aires (1967). Después de 1970 ya no pude mantener mi catálogo al día pero volví a escucharla varias veces, como en una visita que nos hizo la Orquesta del Concertgebouw de Amsterdam. Todo esto es la razón por la que me alegró la elección de Diemecke y el hecho de que la versión fue muy buena en todo sentido: ajuste, velocidad, colores, todo fue placentero.

               Quiero mencionar que las cuerdas y el director tenían barbijos y los vientos estaban protegidos por separaciones que supongo de acrílico; me parece necesario y correcto.

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               El concierto de la Estable fue a lo seguro: de Beethoven su único Concierto para violín y la Cuarta Sinfonía, cercana en el tiempo al Concierto; dos obras del período intermedio. Dirigió uno de nuestros directores de más amplia carrera: Javier Logioia Orbe; y fue solista el segundo concertino de la Estable, Oleg Pishenin. El Concierto está en Re mayor y es Op. 61; la Sinfonía, en Si bemol mayor y está justo antes: Op. 60. La compuso entre dos sinfonías básicas: la Tercera, "Heroica", y la Quinta.

               A Beethoven le interesó la idea de crear un concierto para violín cuando todavía estaba en Bonn; nos ha quedado un manuscrito de 259 compases en Do mayor; no lo terminó. También escribió dos Romanzas para violín y escuchamos una hace varias semanas. El manuscrito del Concierto en Re mayor en la Biblioteca Nacional de Viena data de 1806 y está dedicado al notable violinista Clement. El 23 de diciembre se estrenó; los frecuentes pasajes muy agudos son testigos de la habilidad del artista. Pero cuando se imprimió en 1808 el Concierto estuvo dedicado al amigo de infancia Stephan von Breuning. Antes de publicarse en Austria o Alemania el Concierto fue impreso por la compañía londinense del notable compositor Muzio Clementi en abril 1807. Aclara Wilhelm Altmann que la parte solista en esa primera edición no coincide con el autógrafo. La obra, aunque fue tocada por varios violinistas en diferentes países, no fue plenamente aceptada hasta que la conoció Joseph Joachim; un talento de 13 años, la estrenó en Londres dirigida por Mendelssohn en 1844 y en 1853 en Düsseldorf con la dirección de Schumann. Desde entonces la fama del concierto fue plena; 30 cadenzas distintas, 30 ediciones con acompañamiento de piano; o la excelente edición de bolsillo de Eulenburg que tengo. No fue buena idea de Beethoven, pese a que Clementi la sugirió, de convertirlo en un concierto para piano, ya que no suena bien en piano porque Beethoven imitó la escritura violinística y no es convincente; Barenboim joven la grabó con la English National Orchestra y lo único interesante es la cadenza larga completamente nueva (no escribió una para violín) en la que dialoga con los timbales. Volviendo a la versión para violín, la cadenza que habitualmente se toca es la que inventó Joachim (que no en balde asesoró a Brahms en su Concierto para violín y compuso él mismo un Concierto para violín).

               Es un concierto largo, de unos 40 minutos. El amplio Allegro ma non troppo dura unos 20 minutos y empieza de modo innovador con 4 re de los timbales en p, ya en el segundo compás se escucha una bella melodía en oboes, clarinetes y fagotes; esos re pronto son tocados por las cuerdas; clarinetes y fagotes presentan una escala ascendente y luego las cuerdas descienden a blancas pp. Y sale el Beethoven enérgico ff de toda la orquesta separando cada énfasis con silencios; de allí en más Beethoven desarrolla estos elementos con su imaginación constructora, y recién en el compás 89 entra el violín solista con 12 compases de habilidad técnica y enseguida empieza a utilizar los elementos antes escuchados pero con el colorido del violín solista y dialogando con la orquesta tocando semicorcheas, tresillos, trinos, según el material melódico antes escuchado. En el compás 224 la orquesta queda sola hasta el 283 pero variando poco lo ya escuchado; y lo mismo ocurre cuando vuelve a entrar el violín. No hay mayor variación aunque la música es siempre grata hasta que se llega a la cadenza en el compás 510; fue la habitual de Joachim, que está muy lograda, y engancha con la coda, melódica y breve. El segundo movimiento, Larghetto, es muy melódico; la cantan los clarinetes y luego los fagotes antes de que la tome el violín; tras 90 compases, una breve cadenza lleva directamente al Rondó Allegro en 6/8, una melodía alegre del violín que la expresa delicadamente, pero no así la orquesta, a pleno y ff. La forma del rondó es ABACA; las melodías B y C aparecen de modo muy espontáneo y son más bien breves en esta obra; los retornos de A tienen pocos cambios; la coda es corta y brillante.

               Escuché otras veces a Oleg Pishenin tocando con gran intensidad en repertorios de música de cámara, pero en este concierto me resultó muy correcto aunque algo pálido en la proyección de su sonido. Una versión leída con cuidado, sí, pero sin un enfoque comunicativo, pese a que Logioia Orbe apoyó con solidez y exactitud.

               Interesante: Beethoven compuso los dos primeros movimientos de la Quinta sinfonía antes de su Cuarta. En ésta el primer movimiento tiene (como la Segunda) una amplia introducción lenta (Adagio molto); tres elementos bien diferentes aparecen y uno de ellos se convierte de repente en el vigoroso comienzo del Allegro con brio; es música de gran impacto y exigencia. El segundo movimiento, Larghetto, si bien tiene un tema principal noble y expresivo, se complementa con un breve diseño rítmico que inicialmente se escucha p pero luego será f (existe un disco de Bruno Walter ensayando que da un fascinante ejemplo de interpretación); con esos dos temas el compositor construye belleza sinfónica. El tercer movimiento no es un Scherzo (sinfonías 2 y 3) sino Menuetto, como en la Primera, pero su carácter nada tiene de rococó ni observa la repetición habitual sino que da un carácter especial al retorno al Menuetto luego del Trío. El Finale, Allegro ma non troppo, exige lo mejor de cada instrumento, incluso los contrabajos. Y el fagot siempre se adelanta en rápidas semicorcheas a las cuerdas. Según hace en tantas otras obras (como en ciertas sonatas para piano), en la coda se paraliza la rapidez y la melodía se toca lentamente antes de cerrar la sinfonía en poderoso allegro. Logioia Orbe fue muy ortodoxo en tempi y fraseos y obtuvo un buen resultado de una orquesta atenta y de calidad: una Cuarta de notable nivel, expresiva y brillante.

               Me llamó la atención que, a diferencia de la Filarmónica, la Estable no parece tener protección por el covid; ¿vi mal o en efecto no la hay?

Pablo Bardin  


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