martes, noviembre 27, 2018

“La Bohème”, éxito de taquilla bien o mal hecha

 

            En 2006 se cerró el Colón para la refacción que debía terminar en 2008 pero finalizó en 2010; en ambas temporadas se representó "La Bohème" pucciniana. Antes, en 1999, el escenógrafo fue Enrique Bordolini; en 2010, Hugo de Ana, también régisseur; ahora, de nuevo Bordolini pero con cambios. Una sola vez se vio la meritoria "Bohème" de Leoncavallo, en 1982, que seguramente se daría de tanto en tanto si no fuera por la aplastante popularidad de la de Puccini, la más taquillera de la gran trilogía (con "Tosca" y "Madama Butterfly").  Se programó en 49 de 111 temporadas, una aberración comprensible cuando el Colón daba muchas óperas por año (18 o más) ya que en ese caso hay lugar para obras menos transitadas, pero poco tolerable cuando como en este año hay realmente seis óperas (descarto el oratorio de Haydn y la ópera de Eötvös pateada deshonestamente desde el año anterior). De modo que esta reposición es populismo puro. Y por supuesto estuvo llena en las ocho funciones desde el 12 al 23 de Octubre, cuatro de abono y cuatro extraordinarias.  Yo presencié la del 16 de octubre.         En la época inicial de empresarios italianos las temporadas eran cortas e intensas y con grandes figuras: en "La Bohème": Bonci, Caruso, Martinelli, Gigli, Lauri Volpi, Pertile; Bori, Raisa, Muzio, con directores como Toscanini, Serafin o Marinuzzi. En la siguiente etapa, con cuerpos estables, previa a la Segunda Guerra Mundial, todavía se daban muchas óperas y venían grandes figuras, ya que casi no había festivales en Europa y Buenos Aires era el gran mercado lírico en los meses del verano boreal. Esto como regla general, pero en el caso de "La Bohème" la Mimì preferida fue una argentina: Isabel Marengo (aunque también la interpretaron Muzio y Dalla Rizza); en cambio los tenores fueron entre otros Gigli y Lauri Volpi; un gran director argentino dominó: Héctor Panizza. Durante la guerra fueron Mimì Bidù Sayao, Marengo y Novotna, y los Rodolfo fueron de segundo orden. Después de la guerra ocurrió algo esencial: se terminó la era de los barcos y se inició la de los aviones de línea; y empezó a haber festivales en abundancia, no sólo Salzburgo, Bayreuth y Glyndebourne. Ya no éramos el gran mercado de otrora, si bien el cambio fue gradual. Pero también hubo una influencia política: el peronismo promovió sopranos argentinas como Arizmendi, Bandín y Sofía y los tenores, salvo Tagliavini (1946) y Gigli (1948), luego alternan locales (incluso naturalizados) y visitantes de menor nivel: Sassola, Valori, Vela, Conley, Prandelli; directores Panizza y Martini. Después del peronismo recién a partir de 1960 empezó a haber figuras relevantes internacionales pero esparcidas, ya que muchas otras reposiciones siguieron la tendencia anterior: Stella, Kabaivanska, Sighele, Vaduva y Freni al final de su carrera; Campora, Aragall y Pavarotti en su única visita operística (1987). Entre los mejores argentinos o residentes: Garbarini, González, Colalillo, Ferracani, Farré; Sassola, Cossutta, Lima, Ayas. Directores: De Fabritiis, Veltri, Rudel, Lano, Perusso, Tauriello. Un dato increíble: la escenografía de Nicola Benois se vio desde 1940 a 1960 y 1970 a 1987 (parece que no había desguace en esa época…). En 1963 y 1966 fue de Soldi, en 1986 de Frigerio, en 2006 de Egurza. Los régisseurs ni figuran antes de 1926; después se destacan Erhardt, Gielen, Wallmann y Deflo. En suma, después de la guerra hubo pocas "Bohèmes" memorables, unas cuantas correctas y otras cuantas mediocres. La actual estuvo entre las correctas…e innecesarias.

            Hace unos meses me referí a la versión de la temporada 2017-18 del Met, no memorable pero bastante más que correcta en reparto y puesta; analizando la obra hice hincapié en la tremenda falla del libreto con respecto al frío, ya que es completamente ridículo que la gente se vista como en primavera en pleno invierno en la gran fiesta al aire libre del Café Momus, banda militar incluida. (Y están las fallas morales: estos bohemios no pagan lo que deben, Rodolfo es un cobarde).  Y sin embargo, qué "tour de force" inimitable es ese Segundo Acto de apenas 18 minutos donde pasa de todo. Y qué desafío para la puesta en escena. Es lo mejor de la extraordinaria puesta de Zeffirelli, que tiene varias décadas y siempre debería estar en el repertorio del Met. Y fue lo mejor de la actual del Colón, gracias no tanto al régisseur sino a Bordolini, que hizo allí un gran trabajo. En la revista del Colón, que está bastante recuperada (aunque muy Pro Alcaraz), hay una interesante entrevista a Bordolini realizada por Ernesto Castagnino donde, aparte de las útiles reminiscencias del escenógrafo de la época Oswald, se refiere a esta puesta y la compara con la suya anterior (y hay fotos de las dos): por un lado, es curioso que él también haya sido quien hizo la escenografía de la de Leoncavallo; por otro, ahora "se trata de una coproducción entre tres teatros bien disímiles: el Colón, donde se estrena; el SODRE de Montevideo, donde irá en 2019, y la Ópera de Tenerife, que la verá en 2020. Desde el punto de vista práctico y estético, una ´Bohème´ sin intervalo entre el primero y segundo acto es lo más aconsejable hoy" (si se tiene la posibilidad casi inmediata de usar el disco giratorio y así ocultar la buhardilla de los bohemios detrás de la gran escenografía del Segundo Acto). "La reposición de la producción de 1999 hubiera dificultado, por sus dimensiones y características, el montaje en los otros dos teatros asociados. Se pensó en una reposición simplificada, manteniéndola en la época y dentro de la estética de la versión de 1999".  Pero tanto la anterior versión, con el Café Momus al centro derecha, o la de ahora, con el Café bien a la izquierda, tienen el mismo fondo de edificios, con una diferencia importante: la de 1999 tenía parte del coro en un primer piso, y así se evitaba apelmazar a todos en un solo plano; es en este sentido que prefiero la anterior. Si embargo, la vista al abrirse el telón impacta, y el público aplaudió, cosa común en el Met pero no aquí. Por su parte, la buhardilla tiene dos pisos y los bohemios suelen subir al segundo, lo que da variedad y mayor movimiento a un ámbito que no puede ser grande. Menos logrado me parecer el Tercer  Acto, ya que la taberna está en la misma línea horizontal que los otros edificios y la puerta con reja de la aduana es poco visible; y además, los del fondo son idénticos a los del lejano Café Momus, lo cual es claramente erróneo. Pero lo valioso es que la estética permanece de acuerdo al momento histórico inequívoco de una París regida por el Rey Louis Philippe, pocos años antes de la revolución de 1848 que lo derrocó, y así responde tanto al libreto como al libro de Murger. Como siempre con Bordolini, él siempre es también el iluminador, y en general lo hizo con tino; sin embargo no convence mucho la escena de la entrada de Mimì, donde hay que ingeniarse para que el público tenga la sensación de oscuridad; aquí no se logró. El vestuario de la habitual colaboradora de Bordolini, Imme Möller, fue bastante bueno aunque no tan variado en el Segundo Acto como hubiera sido deseable para guiar al espectador en el constante torbellino.

            Stefano Trespidi fue el repositor de la régie de Zeffirelli de "La traviata" el año pasado; ahora estuvo a cargo de la régie de "La Bohème". Me satisfizo a medias. Si bien ha tenido una amplia formación iniciada en La Scala y trabajó con varios famosos régisseurs y en muy numerosos teatros, como régisseur todavía no ha realizado muchas óperas; sin embargo la Arena de Verona le confió recientemente la dirección artística. Cualquier "Bohème" presenta dos problemas difíciles: ordenar el caos del Segundo Acto y hacer creíbles los inmaduros juegos de los bohemios. Con el espacio disponible en esta escenografía  creo que hubiera sido inteligente disminuir la cantidad de personas en el escenario; aquí, además del coro mixto y del de niños, hubo 39 figurantes, algunos de ellos de dudosa necesidad, como un inventado payaso saltarín de fuerte colorido. Ni siquiera con la estentórea voz de Parpignol, vendedor de juguetes, se vio claramente su entrada en escena. Y tomó un rato ver con claridad la mesa de los bohemios. La estrepitosa llegada de Musetta ante el éxtasis de los camareros fue exagerada y a penas pudo distinguirse al pobre "Lulú" (como ella llama a Alcindoro, su rico protector).  Mejor estuvo la entrada y salida de la Banda, muy bien vestida, en los minutos finales. En cuanto a los juegos de los bohemios, siempre es complicado (sobre todo si algunos no son juveniles en su aspecto) dar una impresión de espontaneidad y alegría adolescente en hombres que actúan como tales cuanto  ya son adultos jóvenes, más allá de la cuestión del divismo en cantantes consagrados; de modo que es raro que esas escenas convenzan y estén bien actuadas. En este caso los artistas ciertamente pusieron la mejor buena voluntad y algunas cosas salieron simpáticas; otras se hubieran beneficiado de un enfoque más natural, como cuando obligan a Benoit a subirse a algo que parece un piano (poco creíble). Fuera de eso, las relaciones de pareja están bien manejadas y la escena final logra emoción. Sólo objeto la brutalidad de los aduaneros, para nada necesaria ni pedida en el libreto.

            El Colón optó por una pareja principal latina y joven (me refiero al primer elenco): la venezolana Mariana Ortiz y el brasileño Atalla Ayan (no Attala, como figura en la página del reparto); ambos debutaron aquí. Ella, de estudios perfeccionados en Bruselas, ha intervenido en algunas óperas riesgosas, como "Norma" y "Turandot" y con directores como Dudamel y Lano. Él ya estuvo en teatros grandes: el Met (Alfredo), el Covent Garden (Alfredo, Rodolfo), la Scala (Nemorino), Munich (Nemorino), París (Rodolfo). Su repertorio parece restringido pero si lo hace en estos teatros obviamente tiene una voz valiosa. En la primera función el 12 de octubre, de acuerdo a referencias, Ortiz tardó en asentarse, con algunos problemas en el Primer Acto, en la que yo presencié esto no ocurrió, y su Mimì fue grata, con adecuado timbre y actuación; no una gran voz pero sí profesional y en rol. Ayan  tiene una firmeza de color atrayente y seguridad en el agudo, con una personalidad bien adaptada al personaje; entiende a Puccini y es expresivo. Jaquelina Livieri cautivó al público en una Musetta sin duda exagerada (así la marcó Trespidi) pero con gran dominio de la música y un fraseo sensual y bello. En el Cuarto Acto supo cambiar su timbre y reflejar el drama de esa Mimì moribunda que ella querría salvar. Fabián Veloz es como sabemos un notable barítono verdiano; quizá Marcello le resulta algo demasiado liviano para una voz que se luce más en material dramático, pero sin duda cantó bien y dio sentido a sus palabras. Tanto Carlos Esquivel (Colline) como Fernando Grassi (Schaunard) tienen muchos años de carrera; encontré al primero en muy sólida voz con volumen recuperado con respecto a años recientes, y al segundo, como era de esperar, dando relieve a esa divertida narración del lorito tan poco apreciada por sus amigos. Y el veterano Luis Gaeta, figura esencial del Colón durante décadas, hizo un Benoit notable en voz, expresión y gestos. Víctor Castells hizo un buen Alcindoro (no ayudado por la régie, como ya comenté).

            El segundo elenco, que no pude ver, se integró así: Marina Silva (Mimì), Gustavo López Manzitti (Rodolfo), Vinicius Atique (brasileño, debut, Marcello), Paula Almerares (Musetta), Leonardo Fontana (Colline, 13 y 16), Emiliano Bulacios (Colline, 21 y 23), Cristian Maldonado (Schaunard), Gustavo Gibert (Benoit), Enzo Romano (Alcindoro).

            Reconozco no conocer antes de esta "Bohème" siquiera nombre y apellido de Joseph Colaneri y me sorprendió su amplio currículum como director de orquesta. Justamente debutó con esta ópera en el Met en 2000 y desde entonces condujo once más allí (considerando el Trittico como tres). Además dirigió nueve óperas en la New York City Opera incluso estrenos de Weisgall y Mayuzumi. También fue Director Artístico de la West Australian Opera de Perth y es director musical desde 2013 de la Glimmerglass Opera Festival del Estado de New York. En la docencia dirigió el área de ópera de la Mannes School of Music de New York City. Este año condujo dos óperas breves para la Academia de Música Seiji Ozawa en Japón, dos óperas en Glimmerglass y "Mefistofele" de Boito en el Met. En suma, un hombre de amplia experiencia en lugares importantes, sobre todo el Met.  Como era de esperar, su "Bohème" del Colón fue un trabajo hábil y ortodoxo, de muy buen control de tempi y notable concertación, nada fácil en el Segundo Acto. Incluso una profesional banda de 18 instrumentistas (el Colón no escatimó recursos). Hubo una tarea muy segura y actuada con naturalidad del amplio Coro (Miguel Martínez), así como un bullicioso pero controlado Coro de Niños (César Bustamante).

            Ya se sabe que el año próximo va "Turandot". Espero que en temporadas sucesivas se recuerde a "La rondine" y a "La fanciulla del West".

            Y un detalle válido: la función homenajeó ante su fallecimiento a una grande que pasó por el Colón en dos óperas y dos recitales: Montserrat Caballé.

Pablo Bardin

           

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