Visité Dresden por primera vez en Agosto 1990, pocos meses después de la caída del Muro. Importantes zonas de la ciudad aún mostraban las terribles cicatrices de la Segunda Guerra Mundial y se estaba restaurando; la Frauenkirche (Iglesia de Nuestra Señora) aparecía como un montículo de escombros. Era verano y la maravillosa Semper Oper estaba cerrada. En Octubre pasado volví, boquiabierto ante la belleza de la capital sajona, mucho de ella reconstruído (incluso la Frauenkirche) mediante el conocimiento, trabajo duro y amplios fondos. El Centro Histórico es compacto y de pie en la Plaza del Teatro pude apreciar en lento giro la arquitectura de la Catedral Católica de la Corte, el Palacio, el enorme Zwinger (un complejo de museos) y la Semper Oper. Esta última fue construída en 1871-8 sobre planos de Gottfried Semper y es ciertamente una de las casas de ópera más atractivas de Europa, propiamente llamada la Sächsische Staatsoper (Ópera del Estado de Sajonia), antes de la Segunda Guerra Mundial teatro favorito de Richard Strauss para estrenar sus óperas. Tiene un estupendo “foyer”, sólo superado por el del Palais Garnier en París. La sala en forma de herradura es amplia y está realizada con muy buen gusto. La Semper Oper también fue bombardeada y reconstruída. La Orquesta (Staatskapelle) es desde hace muchas décadas una de las mejores europeas, tanto en ópera como en concierto. Después de mis experiencias en Berlín con óperas de autores alemanes y austríacos, me alegré de un cambio de repertorio viendo “Il Trovatore” (no “Der Troubadour”, como solía ser) de Verdi. En estos tiempos cosmopolitas, el Generalmusikdirektor (Director Musical General) es el italiano Fabio Luisa, un maestro cuidadoso y conocedor, no especialmente apasionado. Aparte de algunos acordes no del todo unánimes, el aspecto orquestal fue satisfactorio, con “tempi” bastante rápidos. El entusiasta Coro (Ulrich Paetzhold y Pablo Assante) dio un buen resultado. El reparto no tuvo estrellas. La artista más intensa e interesante fue Andrea Ulbrich como Azucena, con exceso de efectos de glotis pero con los agudos dramáticos requeridos y fuerte intuición teatral. Rossella Ragatzu, nacida en Cerdeña, resultó demasiado impetuosa e irregular como Leonora, pero lo que le faltó en línea fue parcialmente compensado por su fraseo bien italiano. De los cantantes masculinos curiosamente el mejor fue un gigantesco bajo nacido en Camerún, Jacques-Greg Bolobo, una maravillosa voz natural, como Ferrando. El tenor coreano Dongwon Shin logró decentes Dos agudos en “Di quella pira”, pero careció del estilo adecuado. Y el barítono estadounidense Enrico Marrucci hizo escuchar un material pesado y poco atrayente. El régisseur Michael Hampe ha hecho buena tarea en el Colón (“Così fan tutte”, “La Cenerentola”). Tengo una impresión divergente sobre este “Trovatore”: por un lado, ofreció situaciones dramáticas y “coups de théâtre” de firme construcción, así como ambientes de mucha atmósfera y belleza (el campamento de los insurgentes), apoyado por el escenógrafo Carlo tomáis y la admirable iluminación de Jan Seeger (efectos de atardecer muy realistas); por otro lado, ¿por qué mezclar el argumento ubicado en 1410-12 con los Franquistas, y porqué matar a Manrico con un revólver? De modo que está contaminado por esa tonta moda actual de la decontextualización. Pero igual fue la mejor puesta que vi en Alemania. Praga es actualmente una de las capitales europeas más visitadas y por supuesto se trata de una de las más bellas ciudades barrocas. Tuve dos contactos anteriores con ella: en Junio 1967 (el buen período de Dubcek) y en Junio 1969, cuando había menos turismo y la puesta en escena operística local era muy creativa. Aprendí a querer al Národni Dívadlo (Teatro Nacional), una encantadora casa de ópera de mediano tamaño del siglo XIX, sin grandes floreos pero muy simpática. Y vi un espléndido repertorio de óperas checas hechas en auténtico estilo de Smetana, Dvorák, Janácek y Fibich. Sin embargo, no me fue posible asistir a la más emblemática de todas, “Prodaná nevesta” (“La novia vendida”) de Smetana. Coincidí en Viena con una magnífica versión en alemán (con Jurinac, director Krombholc) pero quería verla en checo; tuve suerte esta vez y aprecié una puesta de mucho encanto, la única que me gustó plenamente en el viaje europeo que comento. Esta obra es el símbolo mismo de la ópera nacional checa, con la gratísima y briosa música de Smetana aplicada a un simple cuento de la vida rural. El gran talento de esta versión fue resultar suficientemente inventiva y moderna sin cambiar su carácter de origen. Como lo dicen las notas de programa: “la intención de lograr autenticidad y credibilidad no pretende una modernización sino la captación de la vida de otrora en un pueblo checo”. Esto fue logrado totalmente por la régie de Magdalena Svecová, con escenografía basada en estructuras que parecían rollos de heno y resultaron asombrosamente versátiles (por Petr Matásek) y trajes folklorizantes de mucha gracia por Zuzana Pridalová. La “máquina para trasladarse” del casamentero Kecal fue particularmente divertida. Y la escena circense resultó estupendamente ejecutada a un ritmo ultrarrápido. La coreografía de Ladislava Kosíková, alegre y atinada. La mejor voz e interpretación fue la de Dana Buresová como Marenka. Pavel Cernoch fue grato como Jenik. Martín Gurbal como Kecal no tiene mucha voz, pero usó su gigantesca figura con habilidad teatral y demostró ser un buen comediante. Václav Lemberk fue demasiado sobrio como el tonto Vasek. Los otros estuvieron bien (las dos parejas de padres y la gente del circo). El Coro dirigido por Pavel Vanek demostró frescura y brío, entrando en el espíritu brillante y de celebración que tiene la obra. Y la Orquesta, dirigida por Ondrej Lenárd, si bien no logró el máximo de virtuosismo, fue siempre profesional e idiomática. Esta vez no pude ver ópera en las otras dos casas, la Stavovské, pequeña, donde Mozart estrenó “Don Giovanni” (ahí la vi en 1969) y la mucho más grande Státni, pero allí escuché un concierto Martinu que comentaré en otra oportunidad.
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