Visité Berlín por primera vez en 1964, cuando el Muro separaba Berlín Occidental de Berlín Oriental, y entonces vi "Las Bodas de Fígaro" en la Deutsche Oper (Occidental) y "Don Pasquale" en la Staatsoper Unter den Linden (Oriental). Volví en Agosto 1990, algunos meses después de la caída del Muro, pero era verano y no había ópera. En Septiembre 2009 hice mi tercer viaje, unos días después del comienzo de la temporada operística, y pude asistir en la Berlín unificada a un total de cuatro óperas, dos en la Staatsoper y dos en la Deutsche.
La meta de este artículo no es política, pero no puedo soslayar el hecho de que experimenté tres Berlines diferentes: en 1964 un aislado pero brillante Oeste y un decaído Este; en 1990 el principio de la transición hacia la unidad, cuando las cicatrices del pasado estaban aún muy visibles en el Este; y en 2009 una Berlín unificada maravillosamente vital donde casi no hay diferencia entre los Berlines de épocas anteriores; veinte años más tarde sentí una ciudad abierta, glamorosa, bella y verde, exenta de embotellamientos de tránsito, disciplinada, cosmopolita y admirable.
La estructura operística ha quedado asombrosamente como era en 1964: las dos grandes casas de ópera que mencioné en ese año siguen estando, y también estaba y está la Komische Oper (que sucedió a la Kroll Oper dominada por Klemperer de los años 20), más pequeña y siempre asociada con la vanguardia y su aparente contradicción, la opereta. No pude ir allí y lo lamento, ya que me hubiera completado el panorama. Pero puedo hacer algunas consideraciones generales. Primero: la ciudad mantiene tres casas de ópera funcionando a pleno, y hay fuerte controversia por su impacto en el presupuesto, especialmente ahora que Berlín, pese a su excelente imagen, se tambalea bajo un marcado déficit. Muchos dicen que una de ellas debería cerrar, y en ese caso creo que debería ser la Komische. Sin embargo, sería magnífico que pudieran conservar las tres. En realidad es la única ciudad en el mundo que lo hace; dos sí (Viena, París, Munich, Londres, Nueva York), pero tres... Hay un segundo factor: Viena, p.ej, tiene dos casas muy contrastantes (la Staatsoper y la Volksoper) pero tanto la Deutsche como la Staatsoper cubren en Berlín el mismo campo, por lo cual están en directa rivalidad (la lucha hace algunos años entre Barenboim en la Staatsoper y Thielemann en la Deutsche terminó con la partida de este último, perdidoso en la batalla por una tajada mayor del subsidio del Senado de Berlín).
Hay otro asunto muy importante: la colosal oferta de ópera. Porque estos teatros son de repertorio, no "stagione" como La Scala o el Colón. Esto significa que tienen un repertorio básico de unos treinta títulos y otros se añaden cada temporada; no las conté, pero tengo probablemente razón al afirmar que un berlinés puede ver cada año unas 500 a 600 representaciones de ópera de unos cien títulos. Claro está que hay ahora un fuerte componente turístico, pero esto no era así en 1964 y había ya entonces público para todo esto. "Repertorio" también significa que tienen cantantes bajo contrato anual, pero las dos casas mayores tienen muchos huéspedes (cantantes, directores y régisseurs).
De mi experiencia en 1990 obtuve dos impresiones opuestas: por un lado, un sano respeto por la calidad musical exhibida (especialmente las orquestas) y por el bien aceitado funcionamiento diario presentando óperas grandes, diversas y difíciles noche tras noche: una capacidad fenomenal para realizar trabajo profesional y eficiente. Por otro, desaliento ante la estética de las producciones, que atacan la tradición a tal punto que sentí están arruinando su propia cultura. Esto se ha ido marcando cada vez más durante las dos últimas décadas, y para aquellos que como yo creemos en mantener nuestras raíces, es tan perturbador que salí cada noche de la sala con un gusto amargo en la boca.
El quid de la cuestión es esto: los régisseurs sienten que deben ofrecer "su" visión de la ópera, sin respetar los contenidos originales de los libretos; creen que son coautores, no intérpretes, y sólo se conforman con un enfoque extremadamente vanguardista. La mayor parte del tiempo yo no podía saber de qué ópera se trataba , tal era el grado de distorsión. Es una curiosa esquizofrenia: libreto y música quedan intocables, pero en escena todo vale; muchos las llaman producciones "conceptuales", lo cual equivale a tener un punto de vista del original completamente arbitrario. La triste cosa es que tales distorsiones están apoyadas por el dinero del gobierno y por los directores de los teatros, y también por muchos críticos. Me temo que estoy entablando una batalla desigual denunciando esta situación y esperando que cambie. Parece ser el "Zeitgeist", el espíritu de nuestro tiempo; sólo puedo llamarlo "extrema decadencia" y decir que le dan terribles modelos a los jóvenes. Ciertamente no han visto Strauss o Wagner sino lo que los régisseurs les imponen. Hace treinta o cuarenta años yo salía de una representación operística en Alemania con un placer que simplemente ha desaparecido ahora. En mi próximo artículo daré detalles sobre lo que para mí fue bueno o malo en el Berlín operístico.
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