A principios de esta temporada tuvimos el impacto extraordinario de la visita de la Orquesta Simón Bolívar dirigida por Gustavo Dudamel, confirmando lo que ya sabíamos por visitas anteriores: que el método de orquestas juveniles implementado en Venezuela desde hace varias décadas por el Maestro Abreu es un formidable éxito, como lo han avalado directores de la talla de Claudio Abbado y Simon Rattle. Pero además el programa que trajeron implicó una enseñanza, al yuxtaponer "La noche de los mayas" de Silvestre Revueltas con "La Consagración de la Primavera" de Stravinsky, conmemorando el centenario de esta última. Quedó claro allí que la trasmutación de lo telúrico y visceral en un ritual organizado de impresionante intelectualidad, verdadera clave de "La Consagración…", podía ser aprovechado como modelo pero con fidelidad a sus propias esencias por un compositor latinoamericano.
Latinoamérica, como ha pasado también en Estados Unidos y Canadá y en casi todos los países europeos, tuvo su etapa nacionalista y ello es natural y necesario. En la música que llamamos "clásica", a falta de mejor nombre (ninguno es satisfactorio), tres han sido los países rectores: Italia, Alemania y Francia; y en cada caso se ha hablado de "estilo". De allí, por tomar sólo a Johann Sebastian Bach, que haya escrito suites basadas en danzas de proveniencia francesa o italiana, pero incluyendo "allemandes". Al mencionar países doy sus nombres actuales, ya que como bien se sabe Alemania e Italia recién se unificaron en el siglo XIX, pero si antes de ello estaban balcanizados no hubo dudas ya desde el Medioevo qué se quería decir si se hablaba de influencia italiana, por ejemplo. Pero otras dos nacionalidades (denominación más útil) hicieron su fuerte aporte en la Europa del anterior milenario al que estamos viviendo: Inglaterra y España. Y por lógica, Latinoamérica en su arranque importó música española, muy valiosa en los siglos XVI y XVII.
El tema de este artículo es en particular la música sinfónica de Latinoamérica tal como está reflejada en esta temporada en el Colón de la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Como es lógico, está privilegiado el aporte argentino: seis de las ocho obras seleccionadas por su Director Artístico Enrique Arturo Diemecke dentro del repertorio latinoamericano son en efecto de nuestro país. Uno es colombiano, Luis Eduardo ("Lucho") Bermúdez; el otro, brasileño, Heitor Villa-Lobos. Nada mexicano pese a que ésa es la nacionalidad del director. Y en plano americanista más amplio, sólo la obra más célebre de Gershwin ("Rhapsody in blue") representa a Estados Unidos, cuando necesitamos con urgencia reponer o estrenar sinfonías de Copland, Schuman, Piston, Harris, Bernstein o Ives.
Si pensamos en Latinoamérica sinfónica, tres son los nombres que acuden de inmediato como rectores: Villa-Lobos en Brasil, Ginastera en Argentina y Carlos Chávez en México. Dos están representados este año. Villa-Lobos por "Foresta do Amazonas", una suite elaborada a partir de música que escribió para una película, "Green mansions". Ginastera por una partitura que va a lo telúrico no argentino sino maya: la notable "Popol Vuh", libro sagrado de los mayas, evocado con la misma autenticidad que demostró con respecto a todo el continente en "Cantata para la América mágica", y con un lenguaje musical complejo y actualizado que deja muy atrás el pintoresquismo de obras valiosas suyas de técnica menos radical ("Ollantay", "Panambí").
La música sinfónica llegó tardíamente a Latinoamérica; recién en las décadas finales del siglo XIX se formaron orquestas de cierta estabilidad, si bien organismos ad-hoc de pequeña dimensión existieron antes, aunque sobre todo para acompañar funciones operísticas (en Argentina ya hubo ópera esporádica en la primera mitad del siglo y compañías estables abundantes en la segunda mitad). Antes hubo notable música coral sacra, especialmente en México y Perú (no en nuestro tardío y débil Virreinato del Río de la Plata). Nuestro gran pionero sinfónico, discípulo de Franck, fue Alberto Williams, homenajeado el año pasado por la Filarmónica con nada menos que cuatro obras (aunque ninguna de sus nueve sinfonías). Ya en el período entre las dos guerras mundiales, y tras los esfuerzos admirables de promoción sinfónica de Williams y de Ferruccio Cattelani, apareció un músico sensible y culto, Carlos López Buchardo, que en sus "Escenas argentinas" de 1920 nos dio muestras de una buena técnica europea de influencia italiana en sutil combinación con nuestras esencias pampeanas. Gilardo Gilardi dio en su "Gaucho con botas nuevas" de 1936 un poema sinfónico de difíciles ritmos y brillante orquestación donde el malambo vertebra buena parte de la escritura. José María Castro por contraste nos ofrece en su notable Concerto grosso de 1932 uno de los mejores ejemplos del estilo neoclásico argentino.
Las otras dos obras son contemporáneas y muy recientes y provienen de creadores que amalgaman lo popular con la técnica clásica tonal en lo que se ha dado en llamar "crossover". Si Lucas Guinot en su Suite para vibráfono y orquesta se inspira en figuras diversas (p.ej., Troilo pero también el Gauchito Gil), Ramiro Gallo en su "Pequeño concierto para oboe" no olvida su personalidad de renovador del tango. Lo que falta en esta selección de seis obras argentinas es algún compositor de tendencias más avanzadas de la Segunda Posguerra.
La obra colombiana está en un formato tributario de la música popular, ya que se trata de una orquestación realizada por Alexis Tovar de una forma de danza muy típica de Colombia, el porro, una de las tantas piezas en distintos ritmos creadas por el famoso (en su patria) Lucho Bermúdez. Sería interesante escuchar música colombiana de mayores ambiciones, ya que el latinoamericanismo se pregona con frecuencia pero rara vez se ejerce. En cuanto a "Foresta do Amazonas" (1958) es evocativa, colorida y bella, aunque más convencional en su enfoque (como buena música de cine) que varias otras obras de Villa-Lobos, como sus chôros, las Bachianas Brasileiras, o poemas sinfónicos como "Amazonas".
Para el futuro, debería haber una mayor representación de los países latinoamericanos así como más conciertos de abono potenciando así las opciones disponibles. (Por cierto, aunque no sea el tema de este artículo, ello también implica acordarse de músicas europeas dejadas de lado: escandinavas, inglesas, holandesas, belgas, balcánicas). Sigue una lista muy básica de lo que sería deseable.
BRASIL. Además de las obras de Villa-Lobos poco frecuentadas o inéditas aquí, recordar a gente como Oscar Lorenzo Fernandez ("Batuque"), Francisco Mignone ("Congada"), Mozart Camargo Guarnieri ("Encantamiento"), Radames Gnattali ("Brasiliana"). En las generaciones más recientes están las tendencias que cruzan el brasileñismo con las técnicas europeas contemporáneas: Marlos Nobre, que estuvo recientemente aquí con la Sinfónica Nacional y de quien podría recordarse "Convergencias"; Edino Krieger, y dos discípulos de Koellreutter, introductor del serialismo en Brasil: Claudio Santoro y Guerra-Peixe.
MÉXICO. Carlos Chávez debe ser recordado en todas sus sinfonías, no sólo la "India", y por obras como "Caballos de fuerza". Manuel Ponce es un romántico de grato nivel (Concierto para guitarra, tríptico "Chapultepec"). De Silvestre Revueltas no sólo "Sensemayá", tiene varias otras obras sinfónicas interesantes (además de la mencionada al principio de este artículo), como "Caminos", "Janitzio", "Cuauhnahuac", "Esquinas". Recordemos a otros nacionalistas como José Pablo Moncayo (el notable "Huapango") y Blas Galindo ("Sones de mariachi"). Y necesitamos conocer a músicos de la posguerra que transitan lenguajes más actualizados, como Mario Lavista y Manuel Enríquez.
CHILE. Hubo una época en la que buenos creadores como Juan Orrego Salas o Domingo Santa Cruz se escuchaban aquí; ahora están olvidados. Pero Orrego escribió con admirable técnica cuatro sinfonías, el Concierto para piano o la Serenata concertante, y Santa Cruz, figura señera, también compuso cuatro sinfonías y "Tres preludios dramáticos". A Enrique Soro le debemos la Sinfonía Romántica, tres Suites y Tres Preludios sinfónicos. Pedro Allende produjo el poema sinfónico "La voz de las calles", el Concierto sinfónico para cello y orquesta y las "Escenas campesinas chilenas". Alfonso Leng dio a conocer un poema sinfónico de influencia wagneriana, "La muerte de Alsino". Próspero Bisquertt realizó un raveliano tríptico "Nochebuena". Carlos Isamitt escribió "Cuatro movimientos sinfónicos". René Amengual escribió Conciertos para piano y para arpa. Alfonso Letelier nos dio la Suite "Aculeu" y los Sonetos de la Muerte (G.Mistral) para soprano y orquesta. Más cerca nuestro y "aggiornados", León Schidlowsky escribió la Sinfonía "La noche de cristal", un Tríptico y "Kaddish" para cello y orquesta; Gabriel Brncic siguió tendencias experimentales.
URUGUAY. Ni siquiera Eduardo Fabini es recordado (su efigie está en los billetes uruguayos, que así homenajean a sus grandes artistas). Escuchemos "La isla de los ceibos", "Campo" y "Mburucuyá". Tampoco olvidemos a Guido Santórsola, Luis Sambucetti y Luis Cluzeau Mortet. De lenguaje más actualizado, quizá la figura más importante sea Héctor Tosar. También León Biriotti hace aportes valiosos. En un estilo más directo y accesible, Jaurés Lamarque Pons y Pedro Ipuche Riva han escrito obras exitosas. Otros autores: Vicente Ascone y Carlos Estrada.
CUBA. Hay un notable autor casi nunca programado, Julián Orbón. Dos pioneros pintorescos: Amadeo Roldán ("Los tres toques", Obertura sobre temas cubanos), Alejandro García Caturla (Obertura cubana, Tres danzas cubanas). El famoso Ernesto Lecuona: Rapsodias negra y cubana para piano y orquesta. Leo Brouwer, Cinco conciertos para guitarra.
CENTROAMÉRICA. Nada se escucha de estos países, aunque hay CDs que revelan gratos compositores. P.ej., los guatemaltecos Ricardo Castillo ("Estelas de Tikal", "Xibalbá", Sinfonieta, "Guatemala I y II") y Manuel Martínez-Sobral ("Acuarelas chapinas").
BOLIVIA, PERÚ, COLOMBIA, ECUADOR, VENEZUELA. Casi nada se oye de ellos, salvo alguna pieza que nos hizo conocer Dudamel en sus viajes. Ecuador: Luis Salgado, Mesías Maiguashca. Colombia: Blas Atehortúa, Guillermo Uribe Holguín. Perú: Enrique Iturriaga, Celso Garrido Lecca ("Elegía a Machu Picchu"), Edgar Valcárcel, César Bolaños, Enrique Pinilla. Venezuela: Vicente Emilio Sojo, Evencio Castellanos ("Santa Cruz de Pacairigua"), Juan Bautista Plaza ("Fuga romántica venezolana), Aldemaro Romero, Inocente Carreño ("Suite margariteña"), José Clemente Laya, Antonio Estévez ("Suite llanera").
En suma, este somero recorrido nos demuestra que hay mucho por hacer para que el porteño conozca la producción musical del continente al que pertenece. Todos estos países comparten algunos rasgos y también los tienen propios: escuchando a Villa-Lobos o a Chávez no dudamos de que sean latinoamericanos, y sin embargo son claramente distinguibles como brasileños y mexicanos. La raíz telúrica usa técnicas europeas en una fusión con sello propio y atrayente: debemos conocernos más, como natural consecuencia del lugar en que vivimos, pero además porque nos resultará estéticamente gratificante.
Para REVISTA TEATRO COLÓN 2013